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Saturday, June 30, 2012

NEW KIDS ON THE BLOCK Y SU PERFECTA HUMANIDAD. CAPÍTULO 5



V
Cuando el tiempo transcurre es imposible volver atrás. Lo que ha sucedido no se puede borrar. Algunos sueños se cumplen y otros inevitablemente se pierden sin poder jamás ser recuperados.

11 años más tarde…

            La ciudad se observaba serena y silenciosa a través de los grandes cristales del ventanal. El tono gris de aquel día de invierno invadía el espíritu del joven hombre de una cierta nostalgia, algo de pesadumbre y un suspiro de honda soledad se escapaba de los labios del buen Jonathan, quien parado junto a los grandes miradores del departamento de su novia observaba a la distancia cómo la ciudad continuaba con su habitual ritmo sin detenerse ni de noche ni de día. Cuántos estarían tan abatidos como él, quien a pesar de todos los años transcurridos y de todos los eventos que lo habían llevado al aparente éxito, se sentirían fracasados y vacíos, al igual que él, cada día con mayor certeza y resignación. Cuántos habrá que, teniendo muy poco, son felices en una vida sencilla y reconfortante.
            Entre la penumbra de tan sombríos pensamientos creyó escuchar un molesto e irritante sonido, unas risas como cascabeles que rápidamente devolvieron a Jonathan hacia el presente y lentamente giró la cabeza para mirar de reojo a su bellísima novia Darling, un sueño para cualquier hombre. Ella conversaba con sus amistades, un grupo de muchachos de ambos sexos, tan bien vestidos, elegantes y delicados como ella. En una lacónica sonrisa Jonathan pensó en cómo fue que pudo conquistar tan bella criatura, en lo entusiasmado que estaba en un comienzo con aquella relación y en como pasado algún tiempo todo había parecido perder su brillo. Pero no podía perderla, después de todo, gracias a ella había vuelto a sentirse vivo otra vez. Y, sin embargo, había tantas cosas en aquella criatura que no le agradaban, su extrema cursilería era una de ellas y lo poco que podían conversar de cosas importantes era lo que más le preocupaba. ¿Podría en algún momento acercarse realmente a Darling? No lo sabía, pero lo intentaba, seguiría tratando de llegar al corazón de la joven a como diera lugar y no importaba cuanto tiempo le tomara porque sabía que a la larga no podría vivir de otro modo, se aferraba a esa pequeña luz de vida que aquella hermosa joven le había otorgado y en una de ésas lograba, también, amarla. A veces él proponía temas pero ella se declaraba no interesada y ahí concluía el intento de Jonathan para continuar luego hablando de diseñadores de ropa, de joyas, de zapatos y de tantas otras cosas que poco le importaban a él, quien sin olvidar su acostumbrada buena educación, cortesía y consideración, finalmente aceptaba sin objeción, pensando en que algún día ella maduraría lo suficiente como para poder hablar de otras cosas, después de todo ella sólo tenía veinte años y a esa edad las muchachas como Darling estaban interesadas en ese tipo de cuestiones. Sin embargo, y a pesar de toda su buena voluntad y esperanzas, en este momento estaba sintiendo que cada día la soportaba menos, y cada día se tornaba en algo así como una tortura frente a la cual parecía estar a punto de sucumbir.
            En sus faldas Darling cargaba un fino gato persa de color blanco como la leche, cuya melena perfectamente bien cuidada estaba, además, empingorotada con alguno que otro detalle de elegancia, una joya al cuello y una cinta en la cola. De pronto y sin que nadie lo hubiera previsto el felino comenzó a gruñir peligrosamente.
- ¡Jonathan! Ayúdame por favor, ¿qué le pasa a Phiphi?
Él, cual héroe medieval, se acercó con decisión a grandes zancadas tomando a la criatura en un dos por tres alejándola de la muchacha para colocarla en el suelo de la sala, donde el animal siguió, ininterrumpidamente, emitiendo una serie de extraños ruidos, que se intensificaban cada vez que alguien se acercaba. Lo más sensato salió de una de las bocas de las amistades de Darling.
- Yo creo que debes llevarlo al veterinario, linda.
- Pero el doctor Gómez se encuentra de vacaciones. Creo que anda en El Cairo. No aceptaría venir, aunque si lo intento tal vez acceda.
Dijo Darling mientras pensaba en voz alta.
- Olvídalo, querida. Una vez lo intenté y, créeme por nada ni nadie abandonaría sus vacaciones, tiene un extraño sentido… “familiar”, dice que primero que todo “su” familia.
Ante este comentario de una de las jóvenes todos rieron considerando la actitud del doctor una tontería.
- Pero sabes, hay una nueva clínica veterinaria. En el último tiempo se le considera lo más “chic” que hay clínicas veterinarias. Ha derrotado a las más prestigiosas en sólo unos meses.
Comentó, un andrógino muchacho, claramente anoréxico.
- Es verdad, yo he llevado a mi perro Alfred a la peluquería, porque tiene de todo lo que necesites, y quedó divino.
Comentó otro joven, en un tono delicadamente femenino.
- Ahí tienes tu solución, querida, hay que llevarlo.
Decidió, Jonathan, escuetamente.
* * *
            Por la tarde, cuando ya oscurecía concurrieron a ese lugar, el último grito de la moda para los amantes de los animales. Descendieron del vehículo. El día continuaba gris y cada vez más opaco. Jonathan bajó primero cubierto por un largo impermeable, un sombrero de ala ancha y unos oscuros anteojos. No quería ser reconocido por nadie. Todavía no se acostumbraba al asedio de las fans que en cualquier lugar lo interrumpían para pedirle algún autógrafo o sacarse fotos con él. Ciertamente, aquello no le desagradaba en lo absoluto y muchas veces lo divertía a radiar, pero en otras oportunidades prefería pasar totalmente desapercibido. Darling tomó la mano de su novio para bajar del lujoso automóvil para luego tomarse del brazo de él. Ella iba vestida de blanco absoluto, desde los guantes hasta las botas terminadas en punta y el abrigo de piel. A ella nada le importaban las campañas en defensa de los animales y contra el uso de estas prendas. Ella las usaba y punto. Además, llevaba sobre sí costosas  joyas y el hecho de sentir a Jon tan cerca suyo le daba una sensación de seguridad inusual en su agitada vida. Mas no temía ser asaltada, después de todo ser una top model le proporcionaba una que otra protección, dos enormes hombres se encontraban a corta distancia para prevenir cualquier situación de peligro. Estos personajes incomodaban mucho a Jonathan, pero lo aceptaba sin emitir comentario alguno. Uno de ellos fue el encargado de cargar la jaula donde iba el minino agazapado.
            Ingresaron a la clínica y se acercaron al mesón principal. Explicaron al dependiente lo que ocurría. El joven les entregó unos formularios para ser llenados por ellos e inmediatamente los condujo a una pequeña sala de estar en el centro del recibidor donde tomaron asiento en unos confortables sillones.
- Mira, he venido porque mi médico particular está fuera de la ciudad y me recomendaron mucho esta clínica. Aquí tienes todos los documentos de mi bebé.
Informó Darling, arrugando la nariz despectivamente.
- Entiendo.
Respondió el joven, quien luego de leerlos detenidamente se volvió para decir casi gritando, una vez que regresaba junto al recibidor.
- ¡Doctora Franzani! Tiene un nuevo paciente.
Desde el interior de la clínica salió una joven mujer quien cargaba un chimpancé cachorro abrazado a su regazo y una mamadera en las manos.
- Inmediatamente, Jorge. Bien Harold, ya estás alimentado y ahora debes volver a tu cubículo.
Dijo mientras se acercaba a unas jaulas ubicadas en un extremo de la dependencia, un lugar muy aseado y bien organizado.
            Jonathan, con una sensación gélida que recorría todo su cuerpo, observó a la doctora hacer todo aquel recorrido y sin saber cómo se acercó a ella mientras Darling lo observaba desde la distancia muy extrañada, pero simulando no prestar mayor atención mientras terminaba de llenar las formas sentada en la sala de recepción donde momentos antes Jonathan estuviera sentado a su lado.
- Diana. Mi amor. Soy Jonathan.
Aquellas palabras salieron de su boca sin saber cómo. Era prácticamente incapaz de mover un solo músculo y quiso tocar a la mujer, pero retrocedió en su intento para sacarse los anteojos, sonriendo en una extraña mueca que más parecía un llanto. Al sorprendidísimo Jonathan le pareció por breves momentos estar frente a una estatua de mármol que luego adoptó una actitud tan glacial que lo hizo congelarse en el acto.
- Lo siento, señor Knight. Sé quien es usted, pero ésta es una clínica seria. Será mejor que se cubra, no queremos incidentes con admiradoras causando algún desastre.
Se dio una media vuelta y se acercó al mesón donde Jorge permanecía con el gato dentro de la jaula.
            La doctora extrajo al delicado felino de la jaula para examinarlo con extremo cuidado. Jonathan no podía creer lo que sus ojos veían. Diana, su Diana estaba ahí, frente a él y lo había tratado como a un completo desconocido. A pesar de su desconcierto no dejó de apreciar que como él imaginara hacía muchos años, ella se había transformado en toda una mujer. Bella, segura y con un carisma impresionante. No dejaba de observarla sin poder emitir palabra. Darling se había acercado y se había tomado de su brazo cariñosamente, sin dejar de notar lo consternado y pálido que se veía su novio mientras miraba a la doctora. Pero la doctora estaba demasiado ocupada para notar las miradas de Jonathan. La suspicacia brillaba en los ojos de Darling quien comenzó una charla con Diana explicándole los síntomas de su mascota. Cuando estaba a punto de terminar de examinar al gato, éste se encogió para luego atacar el desnudo brazo de la joven, brotando de inmediato la sangre que sin ser demasiada de ninguna manera era poca.
- ¡Diana!
Gimió Jonathan y Darling abrió tanto los ojos, revelando ira e incredulidad, pero se abstuvo de emitir comentario alguno, aunque apretó tanto el brazo de su pareja que éste no pudo dejar de notarlo, para luego tratar de mantener la compostura y regresar a su rígida posición junto a su novia. Bajó la cabeza y luego volvió a mirarla con una mezcla de asombro, tristeza y odio por el pequeño felino.
            Jonathan nuevamente se sorprendió de la frialdad de Diana, quien pese a estar herida tomó al gato introduciéndolo nuevamente en la jaula. Su asistente sin alterarse mayormente sólo trajo unos apósitos para que la doctora detuviera el sangrado. Mientras se envolvía el brazo la facultativa dijo:
- Los gatos son criaturas impredecibles. Nunca se sabe cómo van a reaccionar. Hay que estar preparados para todo.
Era la segunda mirada que le daba a Jonathan, pero el joven sólo pudo leer indiferencia.
- Pero Diana…
Darling le dio a Jonathan otro fuerte tirón del brazo, sin que éste alcanzara a descontrolarse.
- Su “mascota” no tiene nada grave señorita. Ha entrado en periodo de celo. Le aconsejo el apareamiento lo antes posible.
El tono de Diana de pronto cambió y adquirió rasgos de una mal disimulada ironía dándole al petrificado hombre una última mirada para luego despedirse amablemente y retirarse por uno de los pasillos desapareciendo de la vista de todos los presentes.
            Jonathan hubiera querido correr tras ella, pero sabía que nada lograría. Le había quedado muy claro que por ahora nada podía hacer. Por otro lado Darling lo sostenía con tal fuerza del brazo, tal vez presintiendo las intenciones de su prometido, que a Jonathan no le quedó más remedio que retirarse en un absoluto silencio, el que duraría por varias horas más. Prudentemente, Darling, no lo incomodó con ninguna pregunta. Y así continuó él, sin hacer nada, incapaz de toda reacción y sin saber qué hacer.
            De vuelta en la casa ya por la noche, Darling recibió nuevas visitas y comenzó a contarles el suceso que le había acontecido en la clínica veterinaria con su querida mascota Phiphi.
- ¿Se imaginan? Ahí estaba ella, tan ordinaria, con la sangre corriéndole por el brazo y su cara impertérrita. ¡Horroroso!, qué quieren que les diga. Ha sido lo más espantoso que jamás me haya sucedido.
Todos sus amigos ponían cara de asco, horror y repulsión, entretanto Jonathan no soportó más tiempo las impertinencias de su novia.
- Basta Darling. ¿Puedes por un momento dejar de hablar mal de personas que ni siquiera conoces?
- Cariño, no he dicho ninguna mentira. La “doctora” fue muy ordinaria. Ninguna delicadeza, ninguna feminidad…
Jonathan no la dejó terminar.
- ¿Sabes, querida Darling? Ella es mucho mejor que tú y tus estupideces.
Todos los presentes miraban espantados a Jonathan. Darling enceguecida por la furia continuó atacando a Diana con el único fin de molestar al enojado hombre. Ya tenía claro que él la conocía de algún lugar, pero su orgullo no le permitía averiguar y menos mostrarse comprensiva, porque más que traicionada, se sentía ofendida. En ese momento Darling había tenido la certeza de que su novio algo importante sentía por aquella mujer y le desagradaba profundamente no dominar la situación y dejar de ser el centro de atención en la vida de su novio, el que consideraba de su exclusiva propiedad.
- Pero cariño, tienes que reconocer que esa doctora es de lo más ordinaria que se puede imaginar, además es tan fría, yo dudaría incluso de su condición de mujer, no tiene nada de delicadeza ni de...
- ¡Basta! Ya no te soporto. No sé en qué minuto vine a dar contigo. Ya no quiero nada de ti, puedes quedarte con tu feo y repugnante gato.
Tomó su chaqueta y salió de departamento sin rumbo fijo dejando a todos los presentes mirándose unos a otros, totalmente mudos e inmóviles.
            Una vez en la calle subió a su automóvil y condujo por la ciudad durante varias horas. Tenía tanto en que pensar... Por fin después de tantos años había encontrado a su amada Diana, por fin, cuando prácticamente había abandonado toda esperanza de hacerlo. En su mente se desdibujaba la imagen de la Diana que él recordaba, pequeña,  una niña. Una niñita llena de inocencia y esperanza. Una Diana sensible, dulce y soñadora. Una muchacha que llevaba dolores en su alma que él sólo alcanzaba a presentir, a percibir en cada abrazo, en cada beso que compartieron durante aquellas largas tardes de primavera... Ahora, era la doctora Diana... Se detuvo en seco. Era la doctora Franzani. Unos bocinazos lo hicieron despabilarse y continuar la marcha. ¿Acaso se había casado? Un dolor subió y bajó en su pecho. Ya no era su Diana, era de otro. El dolor aumentaba en su interior. Pero si recordaba sus manos no había argolla alguna, ni siquiera la marca de alguna. Además, ahora la había visto tan fría, escurridiza, inaccesible. Y que bella era ahora, una mujer hermosa, sensual, aunque de una frialdad abrumante. Sin embargo, viendo nuevamente las imágenes en su mente, tenía la certeza de que esa frialdad sólo la había visto aparecer cuando lo miró a los ojos, porque antes de eso la había visto tan afectuosa con aquel chimpancé. Con una bestia había sido más cariñosa que con él. Fue en el momento de verlo que despertó en ella toda esa dureza. Estaba herida, dolida. Entonces... ella también había sufrido con la separación. Sólo eso lo explicaba y él necesitaba desesperadamente entender qué había ocurrido con su querida niña.
            La tierra se la había tragado y por más que ellos la buscaron no la encontraron. Entonces, ¿también ella fue una víctima del destino y la casualidad? Pero, ¿cómo podría explicarle todo si ella no lo quería ni ver? ¿Cómo podría llegar a ella si había visto en Diana tanta indiferencia? Por último, si hubiera leído odio, o algún otro sentimiento. Sólo había visto indiferencia y eso era lo que más le dolía en lo profundo de su corazón.

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