V
Cuando el tiempo transcurre es
imposible volver atrás. Lo que ha sucedido no se puede borrar. Algunos sueños
se cumplen y otros inevitablemente se pierden sin poder jamás ser recuperados.
11 años más tarde…
La
ciudad se observaba serena y silenciosa a través de los grandes cristales del ventanal.
El tono gris de aquel día de invierno invadía el espíritu del joven hombre de
una cierta nostalgia, algo de pesadumbre y un suspiro de honda soledad se
escapaba de los labios del buen Jonathan, quien parado junto a los grandes miradores
del departamento de su novia observaba a la distancia cómo la ciudad continuaba
con su habitual ritmo sin detenerse ni de noche ni de día. Cuántos estarían tan
abatidos como él, quien a pesar de todos los años transcurridos y de todos los
eventos que lo habían llevado al aparente éxito, se sentirían fracasados y
vacíos, al igual que él, cada día con mayor certeza y resignación. Cuántos
habrá que, teniendo muy poco, son felices en una vida sencilla y reconfortante.
Entre
la penumbra de tan sombríos pensamientos creyó escuchar un molesto e irritante
sonido, unas risas como cascabeles que rápidamente devolvieron a Jonathan hacia
el presente y lentamente giró la cabeza para mirar de reojo a su bellísima
novia Darling, un sueño para cualquier hombre. Ella conversaba con sus
amistades, un grupo de muchachos de ambos sexos, tan bien vestidos, elegantes y
delicados como ella. En una lacónica sonrisa Jonathan pensó en cómo fue que
pudo conquistar tan bella criatura, en lo entusiasmado que estaba en un
comienzo con aquella relación y en como pasado algún tiempo todo había parecido
perder su brillo. Pero no podía perderla, después de todo, gracias a ella había
vuelto a sentirse vivo otra vez. Y, sin embargo, había tantas cosas en aquella
criatura que no le agradaban, su extrema cursilería era una de ellas y lo poco
que podían conversar de cosas importantes era lo que más le preocupaba. ¿Podría
en algún momento acercarse realmente a Darling? No lo sabía, pero lo intentaba,
seguiría tratando de llegar al corazón de la joven a como diera lugar y no
importaba cuanto tiempo le tomara porque sabía que a la larga no podría vivir
de otro modo, se aferraba a esa pequeña luz de vida que aquella hermosa joven
le había otorgado y en una de ésas lograba, también, amarla. A veces él
proponía temas pero ella se declaraba no interesada y ahí concluía el intento
de Jonathan para continuar luego hablando de diseñadores de ropa, de joyas, de
zapatos y de tantas otras cosas que poco le importaban a él, quien sin olvidar
su acostumbrada buena educación, cortesía y consideración, finalmente aceptaba
sin objeción, pensando en que algún día ella maduraría lo suficiente como para
poder hablar de otras cosas, después de todo ella sólo tenía veinte años y a
esa edad las muchachas como Darling estaban interesadas en ese tipo de
cuestiones. Sin embargo, y a pesar de toda su buena voluntad y esperanzas, en
este momento estaba sintiendo que cada día la soportaba menos, y cada día se
tornaba en algo así como una tortura frente a la cual parecía estar a punto de
sucumbir.
En
sus faldas Darling cargaba un fino gato persa de color blanco como la leche,
cuya melena perfectamente bien cuidada estaba, además, empingorotada con alguno
que otro detalle de elegancia, una joya al cuello y una cinta en la cola. De
pronto y sin que nadie lo hubiera previsto el felino comenzó a gruñir
peligrosamente.
- ¡Jonathan! Ayúdame por favor,
¿qué le pasa a Phiphi?
Él, cual héroe
medieval, se acercó con decisión a grandes zancadas tomando a la criatura en un
dos por tres alejándola de la muchacha para colocarla en el suelo de la sala, donde
el animal siguió, ininterrumpidamente, emitiendo una serie de extraños ruidos,
que se intensificaban cada vez que alguien se acercaba. Lo más sensato salió de
una de las bocas de las amistades de Darling.
- Yo creo que debes llevarlo al
veterinario, linda.
- Pero el doctor Gómez se
encuentra de vacaciones. Creo que anda en El Cairo. No aceptaría venir, aunque
si lo intento tal vez acceda.
Dijo Darling mientras
pensaba en voz alta.
- Olvídalo, querida. Una vez lo
intenté y, créeme por nada ni nadie abandonaría sus vacaciones, tiene un
extraño sentido… “familiar”, dice que primero que todo “su” familia.
Ante este comentario
de una de las jóvenes todos rieron considerando la actitud del doctor una
tontería.
- Pero sabes, hay una nueva
clínica veterinaria. En el último tiempo se le considera lo más “chic” que hay
clínicas veterinarias. Ha derrotado a las más prestigiosas en sólo unos meses.
Comentó, un andrógino
muchacho, claramente anoréxico.
- Es verdad, yo he llevado a mi
perro Alfred a la peluquería, porque tiene de todo lo que necesites, y quedó
divino.
Comentó otro joven,
en un tono delicadamente femenino.
- Ahí tienes tu solución,
querida, hay que llevarlo.
Decidió, Jonathan,
escuetamente.
* * *
Por
la tarde, cuando ya oscurecía concurrieron a ese lugar, el último grito de la
moda para los amantes de los animales. Descendieron del vehículo. El día
continuaba gris y cada vez más opaco. Jonathan bajó primero cubierto por un
largo impermeable, un sombrero de ala ancha y unos oscuros anteojos. No quería
ser reconocido por nadie. Todavía no se acostumbraba al asedio de las fans que
en cualquier lugar lo interrumpían para pedirle algún autógrafo o sacarse fotos
con él. Ciertamente, aquello no le desagradaba en lo absoluto y muchas veces lo
divertía a radiar, pero en otras oportunidades prefería pasar totalmente
desapercibido. Darling tomó la mano de su novio para bajar del lujoso automóvil
para luego tomarse del brazo de él. Ella iba vestida de blanco absoluto, desde
los guantes hasta las botas terminadas en punta y el abrigo de piel. A ella
nada le importaban las campañas en defensa de los animales y contra el uso de
estas prendas. Ella las usaba y punto. Además, llevaba sobre sí costosas joyas y el hecho de sentir a Jon tan cerca
suyo le daba una sensación de seguridad inusual en su agitada vida. Mas no
temía ser asaltada, después de todo ser una top
model le proporcionaba una que otra protección, dos enormes hombres se
encontraban a corta distancia para prevenir cualquier situación de peligro.
Estos personajes incomodaban mucho a Jonathan, pero lo aceptaba sin emitir
comentario alguno. Uno de ellos fue el encargado de cargar la jaula donde iba
el minino agazapado.
Ingresaron
a la clínica y se acercaron al mesón principal. Explicaron al dependiente lo
que ocurría. El joven les entregó unos formularios para ser llenados por ellos
e inmediatamente los condujo a una pequeña sala de estar en el centro del
recibidor donde tomaron asiento en unos confortables sillones.
- Mira, he venido porque mi
médico particular está fuera de la ciudad y me recomendaron mucho esta clínica.
Aquí tienes todos los documentos de mi bebé.
Informó Darling,
arrugando la nariz despectivamente.
- Entiendo.
Respondió el joven,
quien luego de leerlos detenidamente se volvió para decir casi gritando, una
vez que regresaba junto al recibidor.
- ¡Doctora Franzani! Tiene un
nuevo paciente.
Desde el interior de
la clínica salió una joven mujer quien cargaba un chimpancé cachorro abrazado a
su regazo y una mamadera en las manos.
- Inmediatamente, Jorge. Bien
Harold, ya estás alimentado y ahora debes volver a tu cubículo.
Dijo mientras se
acercaba a unas jaulas ubicadas en un extremo de la dependencia, un lugar muy
aseado y bien organizado.
Jonathan,
con una sensación gélida que recorría todo su cuerpo, observó a la doctora
hacer todo aquel recorrido y sin saber cómo se acercó a ella mientras Darling
lo observaba desde la distancia muy extrañada, pero simulando no prestar mayor
atención mientras terminaba de llenar las formas sentada en la sala de
recepción donde momentos antes Jonathan estuviera sentado a su lado.
- Diana. Mi amor. Soy Jonathan.
Aquellas palabras
salieron de su boca sin saber cómo. Era prácticamente incapaz de mover un solo
músculo y quiso tocar a la mujer, pero retrocedió en su intento para sacarse
los anteojos, sonriendo en una extraña mueca que más parecía un llanto. Al
sorprendidísimo Jonathan le pareció por breves momentos estar frente a una
estatua de mármol que luego adoptó una actitud tan glacial que lo hizo
congelarse en el acto.
- Lo siento, señor Knight. Sé
quien es usted, pero ésta es una clínica seria. Será mejor que se cubra, no
queremos incidentes con admiradoras causando algún desastre.
Se dio una media
vuelta y se acercó al mesón donde Jorge permanecía con el gato dentro de la
jaula.
La
doctora extrajo al delicado felino de la jaula para examinarlo con extremo cuidado.
Jonathan no podía creer lo que sus ojos veían. Diana, su Diana estaba ahí,
frente a él y lo había tratado como a un completo desconocido. A pesar de su
desconcierto no dejó de apreciar que como él imaginara hacía muchos años, ella
se había transformado en toda una mujer. Bella, segura y con un carisma impresionante.
No dejaba de observarla sin poder emitir palabra. Darling se había acercado y
se había tomado de su brazo cariñosamente, sin dejar de notar lo consternado y
pálido que se veía su novio mientras miraba a la doctora. Pero la doctora
estaba demasiado ocupada para notar las miradas de Jonathan. La suspicacia
brillaba en los ojos de Darling quien comenzó una charla con Diana explicándole
los síntomas de su mascota. Cuando estaba a punto de terminar de examinar al
gato, éste se encogió para luego atacar el desnudo brazo de la joven, brotando
de inmediato la sangre que sin ser demasiada de ninguna manera era poca.
- ¡Diana!
Gimió Jonathan y
Darling abrió tanto los ojos, revelando ira e incredulidad, pero se abstuvo de
emitir comentario alguno, aunque apretó tanto el brazo de su pareja que éste no
pudo dejar de notarlo, para luego tratar de mantener la compostura y regresar a
su rígida posición junto a su novia. Bajó la cabeza y luego volvió a mirarla
con una mezcla de asombro, tristeza y odio por el pequeño felino.
Jonathan
nuevamente se sorprendió de la frialdad de Diana, quien pese a estar herida
tomó al gato introduciéndolo nuevamente en la jaula. Su asistente sin alterarse
mayormente sólo trajo unos apósitos para que la doctora detuviera el sangrado.
Mientras se envolvía el brazo la facultativa dijo:
- Los gatos son criaturas
impredecibles. Nunca se sabe cómo van a reaccionar. Hay que estar preparados
para todo.
Era la segunda mirada
que le daba a Jonathan, pero el joven sólo pudo leer indiferencia.
- Pero Diana…
Darling le dio a
Jonathan otro fuerte tirón del brazo, sin que éste alcanzara a descontrolarse.
- Su “mascota” no tiene nada
grave señorita. Ha entrado en periodo de celo. Le aconsejo el apareamiento lo
antes posible.
El tono de Diana de
pronto cambió y adquirió rasgos de una mal disimulada ironía dándole al
petrificado hombre una última mirada para luego despedirse amablemente y
retirarse por uno de los pasillos desapareciendo de la vista de todos los
presentes.
Jonathan
hubiera querido correr tras ella, pero sabía que nada lograría. Le había
quedado muy claro que por ahora nada podía hacer. Por otro lado Darling lo
sostenía con tal fuerza del brazo, tal vez presintiendo las intenciones de su prometido,
que a Jonathan no le quedó más remedio que retirarse en un absoluto silencio,
el que duraría por varias horas más. Prudentemente, Darling, no lo incomodó con
ninguna pregunta. Y así continuó él, sin hacer nada, incapaz de toda reacción y
sin saber qué hacer.
De
vuelta en la casa ya por la noche, Darling recibió nuevas visitas y comenzó a
contarles el suceso que le había acontecido en la clínica veterinaria con su
querida mascota Phiphi.
- ¿Se imaginan? Ahí estaba ella,
tan ordinaria, con la sangre corriéndole por el brazo y su cara impertérrita.
¡Horroroso!, qué quieren que les diga. Ha sido lo más espantoso que jamás me
haya sucedido.
Todos sus amigos
ponían cara de asco, horror y repulsión, entretanto Jonathan no soportó más
tiempo las impertinencias de su novia.
- Basta Darling. ¿Puedes por un
momento dejar de hablar mal de personas que ni siquiera conoces?
- Cariño, no he dicho ninguna
mentira. La “doctora” fue muy ordinaria. Ninguna delicadeza, ninguna feminidad…
Jonathan no la dejó
terminar.
- ¿Sabes, querida Darling? Ella
es mucho mejor que tú y tus estupideces.
Todos los presentes
miraban espantados a Jonathan. Darling enceguecida por la furia continuó
atacando a Diana con el único fin de molestar al enojado hombre. Ya tenía claro
que él la conocía de algún lugar, pero su orgullo no le permitía averiguar y
menos mostrarse comprensiva, porque más que traicionada, se sentía ofendida. En
ese momento Darling había tenido la certeza de que su novio algo importante sentía
por aquella mujer y le desagradaba profundamente no dominar la situación y dejar
de ser el centro de atención en la vida de su novio, el que consideraba de su
exclusiva propiedad.
- Pero cariño, tienes que
reconocer que esa doctora es de lo más ordinaria que se puede imaginar, además
es tan fría, yo dudaría incluso de su condición de mujer, no tiene nada de
delicadeza ni de...
- ¡Basta! Ya no te soporto. No sé
en qué minuto vine a dar contigo. Ya no quiero nada de ti, puedes quedarte con
tu feo y repugnante gato.
Tomó su chaqueta y
salió de departamento sin rumbo fijo dejando a todos los presentes mirándose
unos a otros, totalmente mudos e inmóviles.
Una
vez en la calle subió a su automóvil y condujo por la ciudad durante varias
horas. Tenía tanto en que pensar... Por fin después de tantos años había
encontrado a su amada Diana, por fin, cuando prácticamente había abandonado
toda esperanza de hacerlo. En su mente se desdibujaba la imagen de la Diana que él recordaba,
pequeña, una niña. Una niñita llena de
inocencia y esperanza. Una Diana sensible, dulce y soñadora. Una muchacha que llevaba
dolores en su alma que él sólo alcanzaba a presentir, a percibir en cada
abrazo, en cada beso que compartieron durante aquellas largas tardes de
primavera... Ahora, era la doctora Diana... Se detuvo en seco. Era la doctora
Franzani. Unos bocinazos lo hicieron despabilarse y continuar la marcha. ¿Acaso
se había casado? Un dolor subió y bajó en su pecho. Ya no era su Diana, era de
otro. El dolor aumentaba en su interior. Pero si recordaba sus manos no había
argolla alguna, ni siquiera la marca de alguna. Además, ahora la había visto
tan fría, escurridiza, inaccesible. Y que bella era ahora, una mujer hermosa,
sensual, aunque de una frialdad abrumante. Sin embargo, viendo nuevamente las
imágenes en su mente, tenía la certeza de que esa frialdad sólo la había visto
aparecer cuando lo miró a los ojos, porque antes de eso la había visto tan
afectuosa con aquel chimpancé. Con una bestia había sido más cariñosa que con
él. Fue en el momento de verlo que despertó en ella toda esa dureza. Estaba
herida, dolida. Entonces... ella también había sufrido con la separación. Sólo
eso lo explicaba y él necesitaba desesperadamente entender qué había ocurrido
con su querida niña.
La
tierra se la había tragado y por más que ellos la buscaron no la encontraron.
Entonces, ¿también ella fue una víctima del destino y la casualidad? Pero, ¿cómo
podría explicarle todo si ella no lo quería ni ver? ¿Cómo podría llegar a ella
si había visto en Diana tanta indiferencia? Por último, si hubiera leído odio,
o algún otro sentimiento. Sólo había visto indiferencia y eso era lo que más le
dolía en lo profundo de su corazón.
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