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Tuesday, December 28, 2010

PERFECTA HUMANIDAD. Capítulo XI



Hay amores que son sólo obsesiones de nuestro espíritu. Amores que consumen y empobrecen. Amores que sólo traen dolor y desconsuelo.


Sunday, December 26, 2010

PERFECTA HUMANIDAD. Capítulo X

Algunos piensan que la última barrera entre dos enamorados se derriba cuando los cuerpos se fusionan en un único ser. Pero es ahí donde comienza lo más difícil para los amantes. No es nada fácil ser uno y continuar siendo dos.




Monday, December 20, 2010

PERFECTA HUMANIDAD. Capítulo IX



A veces sólo basta una mirada para empezar a amar. A veces, sólo una sonrisa.


Saturday, December 18, 2010

PERFECTA HUMANIDAD. Capítulo VIII



Volver a mirarse e intentar ver más allá, volver a descubrirse después de la ausencia. El tiempo avanza, nunca se detiene… y, nos transforma.



Wednesday, December 15, 2010

PERFECTA HUMANIDAD. Capítulo VII

Los lejanos recuerdos se precipitan hacia el presente. Su repaso hace entender quienes somos y hacia donde queremos ir.


Tuesday, December 14, 2010

PERFECTA HUMANIDAD. Capítulo VI

La amistad es un lazo difícil de romper puesto que no existe en él apropiamiento alguno por lo que no hay dolor en la separación.


PERFECTA HUMANIDAD. Capítulo V



Cuando el tiempo transcurre es imposible volver atrás. Lo que ha sucedido no se puede borrar. Algunos sueños se cumplen y otros inevitablemente se pierden sin poder jamás ser recuperados.


PERFECTA HUMANIDAD. Capítulo IV



Cada día de nuestras vidas es una oportunidad de comenzar de nuevo y reparar todo el mal que hemos hecho, de corregir todos los errores que hemos cometido o de afrontar la realidad mirándola de frente.


Wednesday, December 01, 2010

PERFECTA HUMANIDAD. Capítulo III


Siempre buscamos ser amados, cuando debiéramos simplemente amar. Nadie es digno de ser amado, todos somos dignos de amar, de experimentar el amor en la acción y no en la reacción.


Desde la ventanilla del autobús mientras observaba las calles pasar una tras otra, Diana veía algunas casas tan sencillas que la invitaban a pensar en quién viviría en ellas, personas como todas las otras, personas que amaban, que odiaban, que se tenían que levantar cada mañana, ir a trabajar, volver por las tardes y tratar de ser feliz cada día. Más adelante se observaba un parque. En él los niños acompañados de sus madres o niñeras jugaban como si no existiera nada más en el mundo, por una esquina uno se caía dibujando en el rostro de la muchacha una sonrisa tierna al ver como una joven mujer, seguramente su madre, corría y lo levantaba en el aire mientras reía de buena gana al constatar que sólo había sido un susto. Mientras observaba pequeños detalles cotidianos de vidas ajenas que nunca formarían parte de la suya Diana se preguntaba por qué siempre terminaba haciendo lo que Norman quería. Por ningún motivo ella deseaba aparecer por la casa de los Kenton, pero de una u otra manera siempre terminaba haciendo eso mismo, instalada en aquella sencilla y maravillosa sala esperando a que Norman llegara. Si tan sólo Kiara fuera más agradable. Aunque en realidad últimamente no podía quejarse, la pequeña niña se había portado relativamente bien. Pero eso no era lo que realmente le preocupaba. Lo que más la incomodaba era Damián y sus ojos color de miel…
Siempre estaba pensando en Damián y él era tan frío con ella. Se preguntaba si alguna vez lograría conversar con él más de cinco minutos seguidos. Por qué siempre le costaba tanto que la quisieran… Aunque, si lo pensaba con atención, en realidad había encontrado un mejor amigo y por primera vez en su vida se había sentido parte importante en la vida de alguien, en la vida de su amigo Norman al que amaba como a un verdadero hermano.
Algo mágico había ocurrido en aquel primer encuentro, momento en el que supo que todo en su vida cambiaría. Y claro que había cambiado, al fin se estaba sintiendo querida por ella misma… Tenía un amigo, un verdadero amigo, el hijo de una madre tan cariñosa que la hacía añorar las caricias de la madre que nunca tuvo, de la madre que imaginó, anheló y que no logró conquistar… ¿Algún día se atrevería a confesar su secreto? Tarde o temprano lo tendría que hacer, aunque por supuesto aquello implicaba un riesgo que, sin la menor duda, debía correr, pero que todavía no se atrevía a enfrentar. Por otro lado estaba Damián, como no amarlo si en sólo un instante se sintió tan pequeña y tan inmensa al mismo tiempo, como si su existencia se completara frente a otra existencia. Con un solo roce le había hecho descubrir a su piel una nueva calidez, un fuego que había comenzado arder y que ya no se apagaría nunca…
Colgada al hombro cargaba su guitarra y pasada una esquina se aprontó a bajar del autobús. No le costó trabajo descender del vehículo, pero caminar sumida en sus cavilaciones sí se le hizo un verdadero martirio. Cómo podría quererla Damián si ella era apenas una niña. Seguramente un muchacho universitario mayor de edad tendría más de algún romance y nunca se iba a fijar en ella, tan pequeña, deslucida y transparente. Porque para ella, para ser sincera consigo misma no tenía ningún atractivo físico. Era demasiado delgada y no tenía ninguna forma de mujer, ni busto ni caderas, ni siquiera la prestancia de la elegancia que se suponía debía poseer. Siempre se sintió identificada con Marianela, aquella triste protagonista de la novela de Benito Pérez Galdós, pero para ella no había ningún ciego que amara su espíritu más que a su cuerpo y por supuesto ya sabemos cómo termina la historia, aparece la bella Florentina y el ciego que deja de ser ciego se enamora perdidamente de la belleza virginal de la prima recién llegada olvidando por completo el amor que se suponía sentía por la nada agraciada Marianela, que muere de pena cuando confirma la lástima que su triste imagen provoca a la vista del ex ciego.
Era en soledad cuando todas estas meditaciones la asaltaban y le provocaban tanto dolor que muchas veces terminaban en llanto y desconsuelo.
Por fin luego de sólo tres cuadras que le parecieron una vida entera estaba en la casa de su amigo. Cruzó el jardín observando las bellas flores que la señora Albornoz cuidaba con tanto esmero y cariño. Se dispuso a golpear la puerta esperando que Norman se encontrara al otro lado tal como se lo había prometido, pero no hubo aún tocado cuando la puerta se abrió encontrándose a boca de jarro con Damián, la persona que al mismo tiempo más deseaba y temía ver.
- … Hola… ¿Norman está?
Musitó apenas en un hilillo de voz.
- Hola… No. Dijo que llegaría como en media hora. Acaba de llamar. Pero pasa por favor.
La invitó a entrar mientras le sonreía tiernamente, algo parecía romperse por dentro de Diana, como si el corazón le diera un vuelco.
- Pero dijo que estaría aquí, lo prometió.
Dijo en voz alta con una voz cada vez más quebrada, como hablando consigo misma.
- Lo sé, también me lo dijo. Se suponía que me prestaría algo. Pero siéntate por favor.
- Gracias.
Se sentó mirando las innumerables cajas que se encontraban sobre los sillones y se preguntó qué significaría aquel desorden, nada habitual en aquella casa.
- Éste es mi hermanito. Últimamente le ha dado por ordenar un montón de cosas, todavía no lo consigue como es obvio. Ha estado bastante raro. Disculpa, pero ya me tengo que ir, Kiara anda por ahí, ella te hará compañía.
Palabras ante las cuales ella puso cara de circunstancia y casi suplicó sin habérselo propuesto, mostrando por primera vez, no miedo a quedarse con Kiara, sino ansiando estar con él y no dejarlo de ver.
- No por favor, no me dejes sola.
- Si no pasa nada, mi hermanita ha madurado mucho en los últimos días.
Comentó Damián mirando hacia la cocina tratando de que Diana se sintiera confiada en que había cero riesgo para ella. En realidad ni él mismo se creía sus palabras preguntándose si Diana realmente temía quedarse a solas con su hermanita.
- Sí, por supuesto, ha pasado de las palabras bruscas a la total ignorancia. Es un gran progreso.
Damián rió.
- De acuerdo, de acuerdo, me quedaré un rato y haré de buen anfitrión. ¿Es lo que corresponde, no?
- Me parece que así es.
Dijo ella mientras se atrevía a sonreír con mayor confianza.
Damián se sentó a su lado porque los sillones estaban todos muy ocupados. Por un momento el roce fue tan incómodo para ella como para él, aunque él apenas sospechaba que para ella era una incomodidad agradable.
El silencio gobernó por unos momentos, que parecieron demasiado largos, hasta que él inició el diálogo. Diálogo que ninguno de los dos recordaría más tarde. El clima y su inestabilidad en los últimos días… Los últimos acontecimientos internacionales… Entre broma y broma recordaron la golpiza que Diana le propinara a la enorme Débora.
- Todavía me siento avergonzada.
Sonrosada inclinaba la cabeza como queriendo ocultar su vergüenza por el penoso incidente.
- No deberías. Tal vez no fue la mejor forma de solucionar un problema, pero eso sucedió. Le pegaste y fue todo.- dijo Damián mientras le daba pequeños toques en la mano tratando de levantarle el ánimo.
- Es que la violencia es negativa, está mal…
De pronto sin saber por qué Damián comenzó a mirarla y ella no podía dejar de verlo. El tiempo se había detenido y ella comenzó a respirar con dificultad. Damián le había tomado la mano y la estrechaba suave y firmemente. ¿Qué había en Diana que lo atraía con tanta fuerza? Tal vez la profundidad de esa mirada melancólica. Tal vez la pureza de unos labios que sabía tan cándidos y que presentía apasionados. No lo sabía exactamente y no podía dejar de acercársele. Ella sentía que moriría con cada segundo que transcurría y que la única manera de resucitar era con ese beso que anhelaba hacía tantos meses, que desesperadamente necesitaba con mayor premura, con urgencia a cada segundo que transcurría, sin siquiera conocer cómo podría ser, jamás había recibido un beso y lo deseaba tanto. Él pensaba en Norman, en su promesa y no podía fallar… pero… la adoraba. Desde que la había visto por primera vez no podía dejar de pensar en ella. ¿Por qué había hecho esa estúpida promesa? La respuesta venía inmediatamente a su memoria, por su hermano, por el amor profundo que sentía por su hermano. No podía… No podía evitar sentir lo que sentía. Ella era como un sueño encarnado, un sueño que ni siquiera sabía que tenía. Un sueño de armonía, plenitud y confianza. Tan pequeña, tan frágil y tan delicada. La veía como una parte de su propia existencia, como un aire vital que hasta ese momento no sabía que necesitaba tanto para vivir. Ahora deseaba un beso, suave, tierno, cálido y sofocante…
Pero unos gritos desesperados los hicieron ponerse de pie automáticamente y separar sus manos. Kiara venía gritando para pedir ayuda. Lo único que alcanzaron a comprender de todo aquello fue la palabra Pepito que la pequeña repetía una y otra vez al borde del paroxismo.
La siguieron de prisa hasta llegar a la cocina donde descubrieron a Pepito retorciéndose en el suelo casi sin respiración. Con ambos cuartos delanteros intentaba desesperadamente quitarse algo del hocico sin éxito, mientras que Kiara lloraba sin poder hacer nada por su querida mascota. Diana sin dudar un solo instante se inclinó sobre el animal para sostenerlo con fuerza y abrirle el hocico metiendo sus dedos en él, logrando que el animal volviera a respirar normalmente. Luego de soltarlo, una vez tranquilizado, se quiso limpiar las manos y Damián aún sorprendido le extendió una toalla de papel. Kiara se lanzó a los brazos de Diana y sólo le agradeció por salvar a su mascota. La niña había intentado alimentar al perro mezclando el alimento con huesos de pollo que habían quedado del almuerzo. En los últimos días el animal había estado sin apetito y Kiara pensó que podría comer mejor si encontraba su comida más sabrosa. Nunca imaginó que podría atragantarse con uno de estos huesos. Recién en ese momento entendió que nada podía ser peor que darle huesos de pollo a su mascota. Y también se sintió muy arrepentida por lo grosera que había sido con Diana desde el primer día que la conoció.
- Algunas veces los perros pasan periodos de inapetencia, igual que los seres humanos. Sólo hay que observarlos por si dejan de comer o de beber agua. ¿Él dejó de comer?
Preguntó a Kiara mientras buscaba detergente para lavarse las manos.
- No dejó de comer, sólo comía menos.
Respondió la niña mientras tomaba a Pepito entre sus brazos para abrazarlo.
- Entonces está perfectamente saludable. Deberían llevarlo de todas maneras al veterinario para que le revisen la garganta por si tiene algún pedazo incrustado o alguna herida.
Kiara miró a Damián abriendo mucho los ojos.
- Yo me encargo. Tranquila hermanita. Ahora lleva a Pepito al patio y ponle agua, pero no lo obligues a beber.
Dijo mientras le frotaba la cabeza a su pequeña hermana.
- No, ya entendí. Gracias Diana, voy al patio.
- Dime Diana, ¿cómo supiste qué hacer?
Preguntó Damián mientras le extendía nuevamente la toalla de papel para que se secara las manos.
- Voy a ser veterinaria, siempre estoy estudiando… en realidad leyendo revistas sobre el cuidado de los animales, de los animales en general, amo a los animales.
- Ya veo. ¿También te gustan los peces?
Quiso saber Damián mientras se frotaba las manos.
- Claro que sí. Adoro el mar…
De pronto pareció recordar algo muy placentero.
- Entonces te va a encantar esto.
La tomó de la mano y la condujo por la casa hasta llegar a su habitación. Ella se dejó llevar sólo disfrutando del contacto de la mano de Damián.
En ese lugar estaba instalado, hacía no más de dos días, un acuario no muy grande. Damián le explicó que él adoraba el mar y que su sueño frustrado era bucear. Ella le confesó que era una experiencia inolvidable. A sus catorce años ya había buceado un par de veces, como un premio escolar al buen rendimiento académico. Fue todo lo que le contó y él se fascinó con el relato de aquella experiencia.
Diana no dejaba de observar un diminuto pez color violeta y Damián no dejaba de observarla a ella que medianamente inclinada seguía al pececillo. Con su mano derecha tomó la mejilla izquierda de ella acercándola hacia sí. Ningún pensamiento atravesaba su mente. Ningún obstáculo se interponía entre ellos. En medio de su habitación las barreras cayeron y los temores desaparecieron. Naciendo la ternura de un suave beso, la caricia precisa en los cabellos de ella, jamás acariciados. Finalizando con un intenso abrazo, que brindaba a Diana una sensación de sosiego, plenitud y seguridad. Para Damián la sensación de perpetuidad en otro ser, de una perfecta comunión y de un abandonarse a sí mismo para comenzar a vivir de ahora en adelante sólo para ella.
* * *
Cuando Norman regresó tiempo más tarde encontró a Diana, Kiara y Damián conversando alegremente en la sala. Le sorprendió sobre todo el hecho de que su hermanita estuviera tan contenta junto a su amiga. Hasta donde él sabía Kiara no soportaba la presencia de Diana, la razón no era otra que los típicos celos fraternales. A pesar de esto no hizo ningún comentario y se limitó a sentarse y relatar la archiconocida excusa. Luego de lo cual sería la propia Kiara quien le contaría detalladamente la razón de su actual comportamiento, provocándole una gran alegría con la noticia.
Esa tarde, Norman sintió algo distinto en el ambiente y también se eximió de emitir algún comentario. Pero había algo diferente que no se animaba a desentrañar todavía. Entre tanto seguiría adelante con su plan. Como siempre Damián se excusó para retirarse pero Norman no lo dejó y prácticamente lo obligó a quedarse y demostrar uno de sus ocultos talentos: el canto.
- Cuando me pediste que trajera la guitarra me imaginé que necesitabas preparar algo para la escuela.
Dijo Diana mientras sacaba el instrumento delicadamente del bolso.
- También, pero antes de que nos dediquemos quisiera que practicáramos un poco aquí en la sala.
Esto lo dijo mirando alrededor y sintiéndose algo avergonzado por el excesivo desorden que había mantenido durante los últimos días.
Tenía la secreta intención de que Diana escuchara la bella voz de su hermano y por supuesto de que Damián escuchara los perfectos acordes que ella lograba en la guitarra. No se amilanó por el desorden y se propuso sacar algunas cajas para sentarse un poco mejor, porque hasta ese momento se encontraba sentado en uno de los brazos del sillón.
Diana tocó los primeros acordes y Norman se dispuso a cantar. Kiara que se encontraba en silencio observando concienzudamente a su hermano recién llegado se adelantó y dio inicio a una serie ininterrumpida de bellas canciones. Norman cantaba maravillosamente bien y Damián no se quedaba atrás. Kiara por otro lado hubiese sido mejor que no cantara, a pesar de lo cual todos se alegraron sinceramente de que se atreviera y se integrara a aquella inusual actividad.
Las horas pasaron rápidamente y llegó la hora de decir adiós. No se entendió cómo fue que finalmente, después de insistencias y negativas, Damián casi se ofreció para ir a dejar a Diana a su casa, quien se veía bastante compungida, pero también feliz de tan conveniente obligación que el joven había adquirido. Norman entretanto se dio por satisfecho y se retiró a sus habitaciones sin proferir alguna otra palabra aquella noche. Tenía sospechas de que lo que había tramado tanto tiempo atrás, por fin hubiera resultado, pero ni ese día ni los que vinieron diría nada, ni a su hermano ni a Diana. Eso sí, estaría atento y observante al menor indicio, los que por supuesto no tardaron en quedar en evidencia. Damián siempre tenía cosas que hacer y se perdía tardes enteras. Norman sabía que su hermano era muy aplicado y se dedicaba con ahínco a los estudios, pero nunca había dedicado tanto tiempo fuera de la casa. Además, estaba esa expresión de simple felicidad que siempre habitaba en su rostro. Aquello le alegraba profundamente y decidió esperar a que su hermano le contara por sí mismo lo que le estaba sucediendo.