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Wednesday, November 24, 2010

PERFECTA HUMANIDAD. Capítulo I


En un solo instante todo puede cambiar en nuestras vidas. En un solo segundo el destino puede tornarse de cierto a incierto...


Norman caminaba deprisa por uno de los pasillos del colegio. Iba atrasado, cosa que no era normal en él y por lo mismo estaba más preocupado a cada instante y cada paso que daba apresuraba más al siguiente. De pronto, sin saber cómo ni por qué todo a su alrededor pareció girar. Sorprendido sintió algo así como un mar de libros que cayeron a su alrededor en medio de un alboroto de hojas, un agudo grito que no supo de donde venía y pequeños dolores que no comprendió hasta que todo hubo terminado. Fue en ese momento, y sentado sobre el piso, que pudo ver junto a él a una niña tendida igual como él lo estaba a escasos centímetros con una graciosa expresión enmarcada en un semblante luminoso. Ambos se miraron en silencio hasta que unas estruendosas carcajadas rompieron el congelamiento que ambos padecían, según su percepción, por demasiado tiempo. Tuvo que romper el silencio.
- Lo siento, no te vi. Tenía prisa…
Dijo él a modo de disculpa, al tiempo que se ponía de pie y la ayudaba a levantarse y a recoger todo aquel desastre esparcido a su alrededor.
- No te preocupes, yo tampoco te vi y también tenía algo de prisa.
Le dijo ella mientras recogía los textos diseminados a su alrededor, evidentemente confundida, pero más que todo todavía dolorida por aquí y por allá aunque nada de gravedad que hiciera que ni ella ni él se preocuparan de lo maltrechos que se sentían.
- ¿Por qué tantos libros?
Preguntó él sin contener su clásica curiosidad mientras recogía los libros y ayudaba a ordenarlos.
- Soy la “Monitora de biblioteca”…
Dijo ella de una forma monótona y suave, acompañando la frase con una expresión facial acongojada, bastante divertida para el sorprendido Norman.
Aquella era suficiente explicación y no quiso parecer inoportuno haciendo más preguntas de las evidentes, y que pudieran revelarlo demasiado impertinente. Sin embargo, y a pesar de su esfuerzo y prudencia, no pudo contener una de las múltiples interrogantes que se arremolinaban en su mente escapándosele casi en forma automática.
- ¿Cómo te llamas?
La miraba perplejo y mostraba su clásica sonrisa, amplia y franca.
- Diana Elster, y tú. ¿Me dijiste cuál que era tu nombre?
- Norman Kenton.
Dijo él mientras le estiraba la mano y sin dejar de observarla la saludó cordialmente, evidentemente impresionado por algo que no comprendía. Ella sonreía con simpleza.
- Bien, Norman Kenton, ha sido un placer conocerte y también toda una sorpresa, gracias por ayudarme.
Dijo Diana mientras respondía el apretón de manos para luego alejarse de allí sin decir alguna otra cosa por uno de los pasillos, cargando los libros que ya habían sido ordenados y apilados sobre sus aparentemente frágiles brazos. Norman se quedó parado observándola alejarse con una enorme sonrisa que parecía dibujada en su rostro, una sonrisa que duraría mucho más tiempo del necesario, a pesar de la reprimenda de su maestra por el atraso de aquella mañana.
* * *
Por la tarde cuando volvió a casa, Norman aún dibujaba aquella linda sonrisa que le quedara casi perpetuamente en la cara luego del gracioso incidente que tuviera aquella mañana con la muchacha. Cruzó el jardín, abrió la blanca puerta de su casa y subió en tres trancadas las escaleras hasta llegar a la habitación donde encontró a su hermano, con quien la compartía, trabajando en el escritorio. Apenas lo saludó para tenderse de un salto sobre la cama cruzando los brazos detrás de la cabeza. Luego de varios minutos en esa cómoda posición y tras un aparente y apacible silencio Norman, con una sonrisa incontenible emitió algunas palabras que no fueron entendidas por su hermano, el que se encontraba absorto en sus deberes, sólo la percepción de un rumor distante hizo volverse a Damián y preguntar qué le había dicho el sonriente Norman.
- Digo que hoy es un gran día.
Repitió Norman tan feliz que parecía no querer nunca dejar de sonreír.
- Y eso, ¿es una nueva moda? ¿De cuándo acá tan contento?
Preguntó el hermano mayor del muchacho, a quien le pareció graciosa, hasta ridícula la expresión de Norman.
- Nada, es sólo que pienso que hoy es un gran día.
Repitió Norman fruitivamente, casi regocijándose en sus palabras.
- Okey, y yo tengo que creerte… bueno, oye hermano, y ¿me trajiste el libro?
Preguntó Damián recordando, de pronto, cuanto necesitaba aquel libro que su hermano había prestado sin su autorización.
- Obvio, ahí está en el bolso.
Respondió Norman sin darle mayor importancia a la pregunta.
Damián, se puso de pie y sin molestia, casi con ansiedad se inclinó sobre el destartalado bolso de su hermanito para extraer el libro que necesitaba, un texto con cubierta negra, bastante raída por el uso y antigüedad del volumen y lo observó algunos segundos acusando una expresión desconfiada y nada amigable.
- ¡Oye, éste no es mi libro! ¿Dónde está el mío?
Reclamó mientras examinaba con más cuidado el interior del bolso.
- ¿Cómo que no es? Ese es.
Insistió Norman.
- Te digo que no, este libro es de biología y el mío es de física.
Lo miró algo enojado al tiempo que le extendía el volumen para que su hermano lo viera. Pero Norman no estaba tan interesado en lo que Damián le decía, lo que produjo en el joven una mayor molestia.
- ¡Te estoy hablando hermano!, este libro no es mío es de una tal… Diana Elster, mira.
Sólo en ese momento Norman prestó real atención.
- ¿Qué? ¡Es suyo!
Dijo, mientras se iluminaba su semblante de alegría, lo que hizo que su hermano se enojara realmente.
- Eso dice. ¿Y ahora qué voy a hacer? Te estaba esperando para poder terminar mi trabajo que es para mañana, te lo recuerdo por si lo has olvidado, no tengo más tiempo. Aquí no hay ninguna dirección, estoy perdido, no puedo inventar el trabajo.
Habló levantando el tono de voz y dejándose caer pesadamente sobre la silla. Parecía derrotado y apesadumbrado.
- Tranquilo hermanito, siempre hay alguna solución.
- No, no siempre hay solución, ¡ahora no hay solución y te lo debo a ti! ¿Cómo pudiste prestar un libro que ni siquiera es tuyo?
Perdiendo su compostura habitual, Damián levantó bruscamente la voz, sonando casi agresivo.
- Lo siento, no fue con mala intención, yo nunca…
- Lo siento, lo siento... con sentirlo nada cambiará, ya no hay nada que pueda hacer, la biblioteca pública está cerrada por reparaciones, ya estuve ahí, y esa era la única alternativa, pero confié en ti. Ese libro es muy raro Norman, es lo único bueno que papá me dio.
Dijo mientras recordaba a su padre. Lo vio jugando por la casa a las escondidas.
Damián sabía que sus palabras no eran justas para con su “progenitor”, prefería pensar en él en estos términos, pero la rabia que aún llevaba en lo profundo de sí lo enceguecían al gran amor que de todos modos sentía por él. Un divorcio nunca es fácil de asimilar para ningún hijo y menos el engaño y la traición. Al menos eso pensaba o más bien, creía Damián. Todavía, a pesar de que ya habían transcurrido más de cinco años, no lograba perdonar a su padre. Cómo pudo hacer lo que hizo, ¿cómo?, si eran tan felices, hasta hermanos adoptados tenía, cosa nada común, pero que para la familia Kenton había significado grandes satisfacciones.
Su familia parecía una familia tan especial, tan unida y tan solidaria. Los hijos propios Helena, Damián, Alejandra, Norman y Kiara tuvieron además tres hermanos adoptivos, Susana, Alberto y José, quienes llegados desde otras regiones nunca sintieron ninguna diferencia con sus hermanos, hijos naturales de la pareja Kenton. Una pareja que pese a sus grandes recursos económicos, poseía la sencilla calidez del amor familiar. Sin embargo, todo eso cambió. Richard Kenton se enamoró de otra mujer y abandonó a su esposa legítima, no sin antes haber pasado por una serie de grandes conflictos maritales de los cuales Damián y Alejandra fueron los únicos testigos, por lo cual Damián no entendía ni perdonaba a Alejandra quien decidió quedarse a vivir con el padre en la casa familiar. Damián nunca entendió las razones de su hermana para “abanderarse” por el padre en desmedro de “su” madre, quien aparecía ante los ojos del joven como la gran víctima de todo aquel desastre, pues, no sólo perdió el marido, también perdió la casa y a los hijos, Alejandra y los hijos adoptivos Susana, Alberto y José quienes se quedaron con su padre. Helena por su parte estaba recién casada y no tuvo que pasar por ningún conflicto de intereses familiares, permaneciendo neutral a todo el problema y convirtiéndose en el único lazo que todavía unía a esta desintegrada familia.
Pero algo sacó a Damián bruscamente de estos pensamientos, fue Kiara, la menor de los hermanos, una niña bastante más caprichosa que todos sus hermanos juntos, con una sensibilidad poco entendida y un carácter bastante incomprensible.
- ¡Norman, Norman, te buscan!
Dijo mientras entraba en la habitación de sus hermanos con una voz tan chillona que no dejaba indiferente a nadie que alcanzara a oírla a unos dos kilómetros de distancia.
- ¿Quién es?
Preguntó Norman tratando de recuperarse del sobresalto.
- No sé, una… mujer, nunca la había visto.
Dijo Kiara mientras arrugaba la nariz.
- ¿Dijo su nombre?
Preguntó Damián quien obtenía información de su hermanita con mayor facilidad que el resto de la familia.
- Sí, Diana… y no recuerdo que más.
Norman casi saltó de alegría mientras un aire de tranquilidad inundó a Damián.
- Y, dime hermanita, ¿cómo es ella?
Dijo Norman mientras miraba de reojo a su hermano.
- ¡Ufff!, muy fea, horrible y muy pesada.
Ambos jóvenes se miraron y sonrieron al conocer las triquiñuelas de su adorable hermanita.
- Y, ¿dónde está?
Preguntó Norman con evidente interés.
- ¿Dónde va a estar? Afuera.
Respondió ella con la naturalidad de una bestia.
Sin esperar respuesta, Norman bajó las escaleras corriendo mientras Damián se dedicó a darle a su hermanita de diez años un sermón sobre los buenos modales. Norman, en tanto, se encontró rápidamente en el dintel de la puerta buscando a su nueva amiga. No la vio de inmediato hasta pasados algunos segundos, cuando ella sonriendo se le acercaba lentamente con Pepito, el perro de la casa, en los brazos.
Durante algunos minutos permanecieron en silencio sólo sonriendo. Comprendiéndose sin palabras, la alegría que cada uno provocaba en el otro no tenía explicación y se generaba con naturalidad, simplemente les bastaba mirarse para sonreír de inmediato.
Norman siempre fue un chico alegre. Eso a pesar de los problemas que su familia pasara tan dolorosamente. Él, a pesar de no involucrarse directamente en los conflictos, principalmente debido a su corta edad, se daba perfecta cuenta de todo, pero con esa especie de protección contra el dolor que naturalmente poseía, no se veía mayormente afectado.
- Es bueno verte otra vez.
Le dijo él, al tiempo que asentía con la cabeza.
- Disculpa por presentarme de esta manera, pero tengo algo que no me pertenece y creo que tú tienes algo mío.
Le dijo ella mientras sonreía tranquilamente.
- Es verdad, acabo de darme cuenta, ¿pero cómo llegaste hasta aquí?
Preguntó él aún sorprendido por su visita.
- Tu libro tenía la dirección. Sólo tomé el autobús. Pero dime algo, creí que te llamabas Norman y en el libro dice Damián.
El muchacho sonrió y se dispuso a responder pero Kiara apareció de pronto arrebatando de las manos de Diana a Pepito, sin que su hermano mayor alcanzara a reaccionar. Quiso seguirla, pero Diana lo sostuvo del brazo impidiéndole tal arrebato.
- Disculpa, es una niña muy impertinente.
Dijo él bastante consternado por el “numerito” de su hermana.
- Tranquilo, no hay problema, yo también me enojaría si algún desconocido tomara a mi perro sin mi permiso, eso si es que tuviera un perro.
Respondió ella logrando recuperar la extraviada sonrisa de Norman.
- De todos modos no tiene excusa, pero ven, quiero que conozcas a mi hermano, él se llama Damián, el libro es suyo y lo necesitaba urgentemente, créeme, es un milagro que hayas decidido venir.
Dijo sin dale tiempo de responder la tomó de la mano conduciéndola por la casa y las escaleras hasta llegar a su habitación.
Al entrar y sin dejar de sentirse como una intrusa Diana pudo observar al hermano de Norman, quien se encontraba inclinado sobre el escritorio, aparentemente muy concentrado. La luz que entraba por el tragaluz a su izquierda caía sobre el muchacho como varios rayos separados. Por un momento quedó enceguecida por la excesiva luminosidad, experimentando una extraña sensación, algo así como un dolor de estómago, y mientras él giraba hacia ellos dejó de verlo con la claridad inicial por efecto del rebote de los rayos solares. Damián se puso de pie casi de un salto y en menos de dos segundos se encontraba frente a ella.
- Damián, ella es Diana Elster. Por equivocación ella se llevó tu libro y yo me traje el de ella.
Al terminar de hablar Norman no pudo dejar de sentirse incómodo ante lo que observaba. Su hermano y la niña no dejaban de mirarse de una manera extraña. Damián y Diana parecían brillar frente a los ojos de Norman, el que estaba en medio sin saber qué hacer ni qué decir confundido por un presentimiento que en ese minuto lo abrumaba y que no olvidaría por el resto de sus días.
- Damián, Diana…
Musitó Norman con una voz apenas audible para presentar a su hermano y su nueva amiga.
- Es un gusto Diana… conocerte.
Dijo Damián mientras le tomaba la mano para saludarla mirándola detenida y fijamente, con ese don de sensualidad que Norman muy pocas veces le había visto, a pesar de lo cual disimuló perfectamente su incipiente irritación.
- Lo mismo digo… yo, traje algo que te pertenece.
Se volvió para extraer el libro del enredo del morral que cargaba cruzado en su débil torso.
- De verdad te lo agradezco, hace quince minutos atrás estaba muy enojado con mi hermano por haberlo prestado. Creo que por aquí tengo el tuyo… ya sé que fue una confusión, no te preocupes.
Se volvió hacia el escritorio para tomar el otro texto volviendo de inmediato junto a Diana.
- Perfecto, ya no hay ningún problema para ti hermano, has recuperado tu mentado libro y Diana el suyo.
Norman tomó los libros e hizo el intercambio impidiendo que ellos se tocaran.
- Claro, gracias Diana.
Damián habiendo notado la molestia de su hermano no se dio por aludido y brindando a Diana una de sus encantadoras sonrisas no dejó de mirarla.
- No es nada, también yo necesitaba mi libro, por eso me atreví a venir… ¡Uy!, acabo de recordar que tengo que estar de vuelta en la pensión en media hora. Es tiempo de irme. Norman, ¿me dejas en la parada de autobús?
Haciendo un esfuerzo por salir del estupor en que se encontraba, Diana dijo lo primero que se le ocurrió.
- De acuerdo.
- Pero tranquila, yo te llevo. De alguna manera tengo que agradecer tu gentileza.
Dijo Damián bajando el tono de su voz.
- Es verdad, podemos ir a dejarte. Damián conduce, no muy bien, hasta el momento no ha atropellado a nadie.
Norman haciéndose el gracioso trató de disimular la molestia que sentía contra su hermano.
- Oye, ¿qué te pasa? Ya quisieras tener licencia, pero a los niños no les dan.
Damián bromeando con su hermano, continuaba impertérrito frente al desasosiego de Norman.
- Pero no puedo aceptar, eso sería abusar de su buena voluntad…
Diana tratando de zafarse de la oferta y sin saber por qué empezó a retroceder.
- No hay problema, será un placer. Vamos.
Dijo Damián mostrando las llaves del vehículo sin aceptar ninguna de las excusas que Diana intentaba dar. Norman por su parte la detuvo tomándole el brazo y la condujo escaleras abajo.
Luego de avisar a su hermana del viaje se fueron. La niña se quedó con la señora que aseaba la casa una vez a la semana. Ellos prometieron volver pronto. Su madre estaba en el trabajo, nunca llegaba temprano, no podía por el trabajo que tenía. Era maestra de escuela y sus días los dedicaba a esa labor para poder sostener su hogar.
En el automóvil Diana fue obligada a sentarse adelante y Norman quedó en el asiento trasero, no sin inclinarse hasta el frente para conversar con su nueva amiga. En ese viaje Diana supo algo más acerca de los muchachos y ellos supieron más sobre ella. Norman tenía quince años, casi dieciséis. Damián había cumplido los dieciocho no hacía mucho y ella tenía catorce. Vivía en una pensión porque había ganado una beca para estudiar en la secundaria donde Norman también asistía, una de las mejores del país, y se había trasladado hacía como un mes. Por eso Norman nunca la había visto antes. También supieron que ella era huérfana y bastante independiente para su corta edad. Eso fue lo único que ella les comentó, pese a que ellos trataron de muchas maneras de sonsacarle alguna otra información. No dejó de parecerles, por cierto, extremadamente misteriosa y enigmática y hasta se atrevieron a bromear con el asunto y ella graciosamente se hizo la desentendida hasta que ellos finalmente desistieron del interrogatorio que febrilmente habían iniciado, principalmente porque el tiempo se agotó y llegaron rápidamente a la pensión donde ella vivía.
Luego de haberla dejado en la puerta de la enorme casona, los chicos volvieron a casa en un completo silencio. Sin embargo, al llegar, y sin descender del vehículo, los hermanos tuvieron una larga conversación, donde Norman le expresó su molestia por el incidente en la habitación cuando Damián coqueteó descaradamente con la joven.
- Escúchame, Damián, ella verdaderamente me interesa. Necesito y te exijo que no te acerques.
Norman habló con una seriedad que sorprendió mucho a Damián, sobre todo por el tono y aparente madurez de su hermanito.
- Pero si ya te dije que no, es sólo una niña.
Dijo aquello sin mucho convencimiento.
- Niña… ¿Cuándo te ha importado eso? ¿Recuerdas a Verónica… y a Gisella?
Norman lo miraba directo a los ojos.
- Sí recuerdo. Era más chico, me creía galán. Ya me disculpé por eso más de una vez.
Dijo algo fastidiado por aquello que ya creía resuelto.
- Es cierto, pero no lo he olvidado. Ahora apenas conozco a otra chica y tú te pones inmediatamente en plan de conquista.
- Fue sin querer, no era mi intención. Pero escucha, juro que no me acerco.
Damián trataba de ser sincero.
- Creo que después de todo te pareces bastante a papá.
Aquella observación fue el dedo en la llaga. Nada pudo dolerle tanto a Damián como aquella comparación entre su inclinación hacia el sexo femenino, cosa muy natural a su edad, y la aventura descarada de su padre.
- No me digas eso. Nunca me compares con él.
Luego de un silencio y de un suspiro prolongado, Damián dijo.
- Escucha. Te juro por lo más sagrado que esta vez no te fallaré. Sé que con aquellas chicas no te hice ningún mal. Tampoco te gustaban tanto, pero esta vez me queda bien claro tu interés en esta niña, así es que no me acercaré de ningún modo a ella. Lo juro.
- Lo juras. ¿Lo juras? ¿Sabes lo que significa jurar?
- Por supuesto que lo sé. Fui al catecismo sabes y aprendí bien mis lecciones. LO JURO, por Dios.
Dijo aquello mirando hacia el cielo.
- De acuerdo, te creo hermano.
Norman extendió la mano, firmando el compromiso, para luego abrazar a su querido Damián.
Y era cierto. En verdad Damián pretendía cumplir con su palabra. Necesitaba cumplir con lo jurado. No era cuestión de un romance más o un romance menos. Sino la autoafirmación como líder y protector de sus hermanos. Se trataba de ser el soporte que mantuviera la integridad de su desmembrada familia. Pensaba que era él quien debía guiar a sus hermanos menores en el camino a convertirse en buenas personas. Pero había algo… algo en los ojos de esa niña, algo que sin siquiera conocerla lo confundía y que a esas alturas lo hacía dudar de su propósito. Algo dentro de él había cambiado en un solo instante, en el roce de una delicada mano que con su sólo recuerdo lo conmovía. Algo en esos ojos pardos que lo iluminaba para luego hacerlo descender en un precipicio de ahogo… Pero no podía fallar. Su hermano no se lo merecía, su hermano confiaba en él, su hermano lo necesitaba y su lealtad estaba, primero que todo, con su querido hermanito.

Monday, November 15, 2010



Y pensar que sólo quería conversar, deseaba verte, anhelaba mirarte, contemplarme en tus ojos, quizá tomarte la mano, osadamente, robarte un beso...

Cómo creer que siempre me miraste, que no querías conversar nada, que deseabas algo más que verme, que anhelabas mis suspiros bajo tu fuerza y tu poder, contemplarme a la luz de la noche húmeda, tomarme bajo tu control de fuego, osadamente con propuestas indecentes, robarme algo más que un beso...

Finalmente, mi dignidad pudo más, mi amor propio fue superior al amor que por ti profesaba y te dejé ir por el mundo a tus anchas, a tu aire, disfrutando de tu lujuria sin sentido ni destino ni significado real.

Te amé lo juro, te desee por completo, te soñé casi a diario, te olvidé en un segundo gracias a tu rudeza burda.

Monday, November 08, 2010

Necesito un corazón de madera

Cómo seguir adelante cuando todo se ha derrumbado. Cuando los sentimientos que vivimos no tienen razón de ser. Cómo se puede continuar adelante con la vida cuando lo esencial para vivir la desaparece. Qué hacer cuando ya no se tiene ganas de vivir. Cuando se siente que no hay nada por qué vivir. Algo que te impulse a levantarte por las mañanas y acudir al trabajo. Qué hago si carezco de razones para sonreír. Fingiré por la vida que estoy contenta? Iré a la casa de mis padres a mostrar la máscara de la alegría? Diré a todo el mundo que estoy bien, cuando en realidad me estoy muriendo a pausa cada día y a cada hora?

No sé cómo arrancarlo de mí sin que salga junto con él mi corazón de ternura inmaculada. Dónde encontraré un corazón de madera que reemplace al que tengo y que tanto me duele. Porque este corazoncito que poseo se empequeñece a cada minuto. Se hace chiquito. Creo que desaparecerá y ya no podré querer nunca otra vez.

Wednesday, November 03, 2010

Luz de felicidad ante mí

Estoy tratando de ser feliz. No sé cómo conseguirlo. No sé dónde encontrar aquello que llaman felicidad. Lo que sí sé es que parte del ser feliz consiste en vivir. Vivir intensamente cada momento. Si voy a reír, hacerlo a carcajadas, y si voy a llorar, desgarrarme el alma en un solloso.

Una luz de felicidad aparece ante mí. Creo que siempre ha estado ahí. Ese algo no es él, el hombre que llevo amando, imaginariamente, por más de 10 años. Creo que ninguna mujer ha sido tan fiel a su hombre como lo he sido yo con este sujeto. Sin embargo, pienso que él no es esa luz de felicidad. Claro que no, pienso que esa luz es mi poder de decisión. La determinación de hacer lo que tengo que hacer para estar con él, aunque sea sólo en cuerpo. Vivir, vivir intensamente. Si he de morir de amor, moriré junto a él, abrazada a él, pero porque yo quise hacerlo así.