II
Cuántas veces nos engañamos
viendo lo que queremos ver. Tal vez algo más de tiempo y observación servirían
para comprender mejor nuestros sentimientos.
A
partir de los días siguientes, Jordan y Diana se hicieron prácticamente
inseparables. Donde quiera que fuera uno, pronto el otro aparecía.
La primera vez que se
encontraron sin siquiera haberlo planeado fue en una heladería cercana al
colegio que no era nada frecuentada por el resto de los estudiantes, no porque
sus helados fueran malos o el sitio no fuera agradable, sino porque era un poco
caro para los estudiantes del sector y principalmente porque el lugar era
frecuentado por sus padres. A pesar de esto allí estaban Diana y tras ella, sin
percatarse de su presencia, estaba Jordan pidiendo el helado favorito que su
madre le había encargado llevara a casa al regresar de la escuela. Diana pedía
un sencillo barquillo y al darse vuelta tuvo la mala suerte de embadurnarlo por
completo en la camiseta de Jordan quien se encontraba demasiado cerca suyo para
prever tal accidente que casi arruina por completo aquella camiseta que tanto
le gustaba. Ninguno de los dos tuvo consciencia de la presencia del otro hasta
el momento del “ataque del helado asesino” como recordarían por mucho tiempo después,
viniéndoles en cada oportunidad un ataque de risa incontenible que los demás no
entendían ni entenderían nunca.
- ¡Ay! Lo siento mucho… ¡Jordan!
- Yo también lo siento, ¿qué
haces aquí? No respondas, es obvio.
- Pero mira como te dejé…
- Tranquila, no importa, pero tu
helado se arruinó, te compro otro.
- No es necesario, daño por daño.
Finalmente
el caballeroso Jordan logró reponer el helado de su amiga y se dio la
oportunidad de conversar con ella un rato mientras tenían su orden lista.
Fue
a partir de este incidente que comenzaron a verse con una frecuencia inusitada
y a conocerse mucho mejor en conversaciones que fácilmente duraban horas.
Curiosamente para Jordan, que nunca había sido un gran conversador, siempre era
él quien hablaba más y revelaba más. Diana, normalmente se mostraba abierta,
sincera pero cuando se trataba de datos concretos, en realidad mucho no
aportaba para el intrigado Jordan, a quien en realidad esto no le molestaba en
lo más mínimo, hasta le parecía que era parte del encanto de su nueva amiga y
pronto se acostumbró a esta reserva, una extrema prudencia sobre su vida íntima
que daba a Diana un cierto toque de misterio que lo mantenía cada día más
expectante a cada pequeña nueva información que se escapaba, a veces por
casualidad, de los labios de su ya querida Diana.
Ella
pudo, en cambio, conocer mucho más de la historia de Jordan y su familia.
Habiendo sido una familia muy adinerada, luego de la separación la madre no
aceptó ni un centavo del dinero de su esposo. En un arranque de orgullo
incorruptible ella decidió trabajar y mantener a sus hijos Jonathan, Jordan y Kiara.
Como maestra no ganaba mucho y trabajaba demasiado y, sin embargo, nada les
faltaba para vivir con cierta tranquilidad. Se habían mudado a la ciudad donde actualmente
residían para reiniciar todo en sus vidas. Luego de aquel funesto desenlace
marital ella, la madre, la señora Matilde Albornoz necesitaba cambiar
completamente de aire en su vida, reiniciar en un lugar donde nadie la
conociera, no por lo que pudieran decir de ella, pues eso no le interesaba en
lo absoluto, sino por la cantidad de recuerdos que tenía de su época de casada,
pues los recuerdos, incluso los recuerdos alegres, la remitían a los tristes y
ella odiaba la tristeza. Lo que intentó hacer fue simplemente comenzar todo de
nuevo y sus hijos la apoyaron, al menos los tres que con ella se quedaron. El
divorcio no fue tan traumático pues todo se arregló de común acuerdo y sin
mayores sobresaltos.
Luego
de estas largas charlas Jordan y Diana se hicieron grandes amigos y pasado
algún tiempo sin saber concretamente cómo ni por qué, él comenzó a notar algo
que en un comienzo lo tuvo por lo demás bastante perplejo. Descubrió que lo que
sentía por su amiga no era de índole romántico, es más, llegó a la certeza de
que su cariño era total y puramente fraternal. La veía como a una verdadera
hermana. Si la observaba con detención, le parecía bonita y bastante exótica.
Pero cada vez que de alguna manera le insinuaba algo de estas ideas acerca de
lo bonita que Diana le parecía, lo que fuera, ella más que sentirse halagada, se
irritaba. Esto lo dejaba más que turbado pues ya reconocía en Diana una persona
bastante segura de sí misma y nada temerosa del qué dirán. Jordan concluyó
finalmente, sumando sus propias reacciones y las de la propia Diana que atraído
sensualmente por ella no se sentía, ni que ella albergaba por él ningún
sentimiento romántico, lo que lo llevó a anidar en su mente otra idea que con
el paso de los días se fue haciendo más y más persistente y también más clara.
Había cometido un error. Esta idea se reforzaba cada vez que observaba algún
encuentro entre Diana y su hermano Jonathan.
No
podía quejarse pues Jon había cumplido fielmente con su palabra, pero de una
manera muy curiosa. Era cortés, atento, amable pero frío y distante. Estas dos
últimas características no se correspondían con el Jon que él conocía. Su
hermano no era frío en lo absoluto, era cálido y afectuoso, una persona de piel
a quien se le facilitaba el contacto físico, un joven sin temor a tocar,
abrazar, besar y acariciar. Tampoco podía decirse que fuera distante, todo lo
contrario, se conectaba muy fácilmente con las personas con quienes trataba,
era empático, comprensivo y se relacionaba muy bien con todos. Entonces, su
conducta le parecía algo más que extraña cada vez que éste se encontraba con
Diana. Jonathan siempre se excusaba y desaparecía rápidamente.
Todas
estas imágenes se repetían en la mente de Jordan una y otra vez, lo que
inevitablemente lo llevó a pensar que su hermano sentía algo por su amiga
Diana. Cuando recordaba el primer encuentro de los dos, hermano y amiga, lo que
más nítido veía era ese brillo en los ojos de su hermano. Un brillo que en ese
minuto le disgustó sobremanera y que ahora, luego de aclarados sus propios
sentimientos, interpretaba de otra forma. Sumando una y otra cosa había
concluido finalmente que Jon se sentía muy atraído por Diana, casi se atrevería
a pensar en la palabra enamoramiento. Esto último lo hacía sentirse culpable,
porque de una u otra manera acariciaba la idea de que su amiga formara
verdaderamente parte de su familia. Se preguntaba si habría cometido un gran
error al pedirle a Jon que no se acercara a la joven, quién sabe si él mismo
había arruinado la única posibilidad de que ella formara parte real de la
familia Knight.
Por
otra parte también observaba cosas en ella que le parecían curiosas. Lo primero
era el recuerdo, persistente en su cabeza, de aquel brillo que también pudo ver
en los ojos de ella cuando vio a su hermano Jonathan por primera vez. También
prestaba atención a que ella estaba cada vez más reacia a ir a su casa
excusándose del mal carácter de Kiara. Jordan ya había descubierto en Diana a
una persona valiente, osada y nada temerosa de los enfrentamientos verbales de
ningún tipo, entonces la excusa por lo demás le parecía una pobre falacia, no era
justificación valedera para Jordan, haciéndole sospechar que la verdadera razón
iba por otro lado, por el lado del complicado encuentro que con Jon siempre se
daba. Un breve saludo, miradas evadidas tanto del uno como del otro y un rápido
y cortante “hasta luego”. Incluso había
algo más, cada vez que él le comentaba algo acerca de su hermano, creía ver en
la mirada de su amiga cierta languidez que más bien parecía tristeza, la que
desaparecía tras repetidas pestañadas que Diana ejecutaba casi mecánicamente. A
partir de todo esto quiso convencerse de que ella también sentía algo
importante por su hermano, a pesar de las pocas oportunidades que habían tenido
para compartir.
Pero
cómo averiguar si sus impresiones tenían un real asidero se transformó para
Jordan en un verdadero dilema. Cómo preguntarle a Jonathan algo al respecto si
él mismo le había hecho jurar que nada sucedería entre él y ella. Cómo
interrogarla a ella cuando corría el riesgo de que se molestara en exceso o
reaccionara de alguna manera inimaginable, ya sabía que su carácter era difícil
y a veces inaccesible. No podía pues hacer nada por el momento. Pacientemente
dejó que los días pasaran y de pronto pensó en algo tan simple y a la vez
bastante incierto. Si ellos sentían algo el uno por el otro y si esto era
realmente fuerte lo más natural era que en uno u otro momento se acercaran y se
unieran. Entonces lo más sensato que podía hacer era juntarlos y procurar que
lo natural entre dos personas que se aman sucediera tarde o temprano. Se
regocijó en la simpleza de este pensamiento y puso manos a la obra.
Constantemente le pedía a ella que fuera a su casa y procuraba que Jonathan
también estuviera allí y por supuesto se demoraba y se excusaba con algún tonto
pretexto. Pero sus artimañas fueron acabándose y podía ver que nada de lo que
él deseaba que ocurriera sucedía. Sin embargo, era joven y soñador y no se daría
por vencido tan fácilmente. Constantemente inventaba nuevas estratagemas para
conseguir sus fines.
Cierto
día en que Diana estaba sentada tranquilamente en una de las bancas del
colegio, leyendo un texto de poemas de Coleridge, una joven se le acercó con la
nariz respingada y mirándola de reojo. Como Diana estaba tan concentrada en su
lectura no se percató de la presencia de la muchacha hasta que ésta se hizo
notar cerrándole bruscamente el libro en la cara.
- Perdón.
Le dijo Diana de una
manera tan suave y tan firme al mismo tiempo que la joven de alguna manera
disminuyó el tono al articular sus palabras.
- Disculpa. Hace días que quiero
hablar contigo y no he tenido oportunidad.
- Dime. ¿Qué necesitas? ¿En qué
puedo serte útil?
Preguntó Diana con real
interés pero alerta a la posible agresión que veía venir.
- …Tú eres Diana, la novia de
Jordan. ¿Verdad?
Preguntó la muchacha
con la voz algo temblorosa.
- Sí y no, Perla.
La joven se
sorprendió de que la niña supiera quién era ella. Pues ignoraba que Diana tenía
una memoria privilegiada para recordar nombres y fechas.
- No entiendo.
- Mi nombre es Diana Elster.
Mucho gusto, no tenía el placer de conocerte.
Le dijo mientras le
tomaba la mano. Ante este contacto la adolescente se sintió casi desarmada.
- Igualmente.
Aceptando la
invitación de Diana a sentarse miró instintivamente en derredor.
- Pero no soy novia de Jordan Knight.
Él no tiene novia.
Ante esta información
la joven sonrió de buena gana y luego trató de disimular su sonrisa aunque los
ojos se le agradaron de emoción.
- Ah, ¿no?
- No. Él es mi mejor amigo y no
me ha contado nada acerca de ninguna novia. Aunque por supuesto no tiene por
qué contarme nada si él no quiere y menos cuando se trata de su vida amorosa.
Ante esta nueva
información Perla se sintió realmente confundida, aunque sí muy alegre. Tan
alegre que le costaba trabajo esconder su, cada vez, más pronunciada sonrisa.
Diana,
como era bastante perceptiva se dio cuenta rápidamente del tenor de aquella
interrupción y como que no quiere la cosa llevó a Perla a confesarle todo lo
que sentía por Jordan. En ese momento Diana supo que Jordan, a pesar de ser un
chico encantador y muy dulce, era también todo un galán. Las chicas lo
perseguían como abejas a la miel y él poco se daba por aludido. No porque no se
diera cuenta, porque cuenta se daba de lo que provocaba en el sexo femenino
cada vez de manera más evidente, sino que porque lo que buscaba era más bien
cariño que sensaciones pasajeras, cosa bastante extraña en los muchachos de su
edad, pero tan cierta en Jordan que parecía el héroe romántico de la más triste
historia que Goethe hubiera podido concebir. Siendo como era, un joven con un
rostro armónico y muy atractivo, era considerado lindo por toda la “barra”
femenina. Además estaba muy alto a pesar de ser muy niño aún y se acercaba
rápidamente al metro setenta, nada alejado del metro ochenta y tres que en su
vida adulta alcanzaría. Su tez canela, ojos marrón intenso y el cabello negro,
levemente rizado, le daban un aspecto alegre y jovial que ciertamente no lo
dejaban pasar desapercibido en ninguna parte. Una de sus indiscutidas
admiradoras era Perla, la joven que asaltara a Diana tan sorpresivamente. Jordan
no ignorante de lo que provocaba en la joven no se interesaba en ella no porque
no fuera bonita, era muy bonita, sino porque a él le atraía, como a la mayoría
de los hombres la delicada tarea de conquistar más que de ser conquistado. Muy
difícilmente se involucraría con alguien que fuera demasiado evidente. Sólo
necesitaba una señal para dar inicio a la conquista amorosa. Esa era la táctica
para conquistar a Jordan, demostrar interés, pero no la fácil seguridad de que
todo está concertado desde siempre.
Muy
rápidamente Diana y Perla simpatizaron, tan sinceramente que ya conversaban
como si fueran amigas desde la más prístina infancia. De alguna manera Diana
sabía juzgar muy bien a las personas, se equivocaba muy raramente y ésta no
sería la ocasión para hacerlo. Perla era una muchacha buena, aunque
frecuentemente tomaba decisiones equivocadas. Una de estas malas decisiones se
acercaba rápidamente por una de las esquinas del patio. Era Débora, una chica
ruda y vulgar que tenía más de un problema conductual con el resto de los
estudiantes que asistían a aquella secundaria. Una de estas relaciones
conflictivas era Perla, quien nunca imaginó el alcance de su anterior disputa
con Débora.
- Así es que ahora jugamos a la
hipocresía. - dijo a Perla. - Cuídate, niña, de ésta… Quiere quitarte a tu
novio y no duda en hacerse pasar por una mosca muerta. - dirigiéndose a Diana.
- Así que esta niña es la nueva amiguita de Jordan. Yo no sé que le ve,
obviamente no mucho…
Le dijo a Perla
mirando a Diana de pies a cabeza de una manera tan grosera, no sólo en el tono
sino que también en los gestos, tanto que el espíritu suave de Diana se sintió
hondamente dolorido, pudiendo solamente cerrar los ojos, respirar profundamente,
para buscar en su interior la mejor respuesta.
- Déjala tranquila, ella no tiene
nada que ver con nuestros problemas.
Le dijo Perla encarándola
con firmeza y decisión.
- Nuestros problemas, nuestros
problemas. El problema lo tienes tú. Te dije bien claro que no te metieras en
mis terrenos, estúpida.
Le dijo mientras la
interpelaba clavándole un dedo en el pecho haciéndola retroceder.
El
altercado fue captado rápidamente por el resto de los muchachos y comenzó a
formarse un gran círculo alrededor.
Pero
Diana no iba a dejar que su nueva amiga fuera golpeada por aquella “simulacro”
de matona. Claro que no. Se puso rápidamente de pie y ordenando todos sus
libros en su morral lo dejó sobre la banca y rápidamente se interpuso entre
Débora y Perla. La escena fue más que graciosa para la bullente concurrencia.
Diana era una niña más bien bajita con un modesto metro cuarenta y cinco y las
otras dos chicas cai alcanzaban el metro sesenta. Débora se sintió por un
momento tentada a reír pero algo en los ojos de Diana la hizo guardar silencio.
Por otro lado Perla, mostró temor porque este delicado espíritu que acababa de
descubrir saliera dañado en aquella segura pelea.
- Sal de aquí Diana, por favor.
Su tono suplicante
denotaba el enorme cariño que en pocos minutos había ganado Diana a su favor.
Pero
Diana se volvió hacia ella y sosteniéndola de los brazos la alejó hasta el
borde del círculo diciéndole que no se preocupara por ella, porque sabía lo que
hacía. Perla sin saber por qué la obedeció.
Algunas
palabras fueron cruzadas entre estas particulares contrincantes y la furia se
encendió en los ojos de Débora quien se abalanzó en contra de la aparentemente
frágil Diana. El combate dio inicio y se sostuvo mucho más tiempo del que la
muchedumbre esperaba.
Jordan
apareció justo en ese momento y tomando el morral que Diana había dejado sobre
la banca supo que se encontraba en medio de la multitud. Lo que nunca imaginó
fue que Diana fuera el centro del espectáculo. Tomó el bolso y se acercó para
ver qué ocurría y por supuesto para encontrar a su amiga. Llegó justo en el
momento más impactante para todos. Quiso sacar a Diana de aquel lío pero Perla
lo detuvo sosteniéndolo de un brazo mientras le decía que no interfiriera pues
Diana sabía lo que hacía. En un dos por tres con unos extraños movimientos
Diana puso fuera de combate a la enorme Débora dejándola tendida en el piso y
con la sangre escurriéndole por una de las comisuras de la boca. Ambas jóvenes
completamente empolvadas fueron llevadas por el inspector a la oficina del
director. Débora condicional por mala conducta y Diana libre de toda pena fue
la gran triunfadora. ¿Qué profesor podría imaginar que esta débil criatura
fuera capaz de iniciar una trifulca como aquella y menos creer que hubiera
golpeado a tremenda bestia? Secretamente algunos docentes bien convencidos ante
las pruebas irrefutables se alegraron de que alguien pusiera en su lugar a
aquella chica problema. Pero claro, nunca lo confesarían públicamente.
Por
la tarde cuando Diana accedió a cenar en la casa de Jordan, ninguno de los
miembros de la familia Knight, exceptuando a Kiara que no estaba presente,
podía creer en las acaloradas palabras de Jordan. La señora Matilde estaba, más
que sorprendida, preocupada por el bienestar de Diana, temiendo nuevas
represalias por parte de su “archirrival”.
- Débora no se atreverá a hacer
nada, mamá. Cualquier cosa y la expulsarán sin ningún miramiento. Además, ahora
está aterrorizada de “karate girl”.
Jordan muerto de risa,
miraba a Diana y la cara atribulada de ésta lo divertía más todavía, haciéndole
casi imposible dejar de burlarse, y en el fondo se sentía orgulloso de su amiga.
Diana
le dio un codazo para que dejara de molestarla. Jonathan, que no dejaba de
sonreír sin proferir palabra, la observaba con detenimiento más tiempo del que
lo había hecho en los últimos diez encuentros juntos.
- ¿Y cómo aprendiste a defenderte
Diana?
Preguntó Jonathan, por
fin, luego de mucho demorar la pregunta, mucho más tiempo de lo que el resto de
los comensales imaginara.
- Un maestro chino me enseñó en
mi pueblo. Dijo que me parecía a su nieta que estaba en su país. Por eso lo
hizo y dijo que yo tenía cierta predisposición natural para las artes
marciales. Eso hace como cinco años.
Respondió ella con
una naturalidad que no admitió más interrogantes, sólo sorpresa.
Mientras
hablaba miraba fijamente a los ojos de Jonathan, mientras los suyos adquirían
la apariencia melancólica del sueño. Jordan, que la observaba, pudo notar la
incomodidad repentina que se apoderó de su hermano y de la joven luego de
mirarse sin siquiera pestañear bajando los ojos y clavándolos en sus
respectivos platos. Sus dudas estaban aclaradas, pues según su parecer, el
rubor y la turbación de la atracción eran inconfundibles.
Como para salvarla
del bochorno preguntó algo que causó todavía más confusión en la ya turbada
Diana.
- ¿Pero qué le dijiste a Débora
para alterarla de esa manera y que se abalanzara sobre ti de ese modo?
- Eh…, bueno…, yo…, no quiero
recordarlo.
- Ya déjala tranquila, ha tenido
suficientes emociones por hoy.
Le
dijo Jonathan apareciendo en el rostro de Diana nuevamente el rubor, el que
sólo fue percibido por el propio Jonathan quien no pudo dejar de sonreír de esa
manera que causaba en Diana una conmoción interna tan fuerte que le costaba
cada vez más disimular, y luego por Jordan quien sonrió para sí mismo sin
articular otra palabra sobre el tema para cambiar rápidamente de conversación
logrando relajar a su amiga.
Cuando
Diana se fue aquella tarde, ya en la parada de bus la pregunta se escapó de los
labios de Jordan sin poder contenerla ya, más bien para confirmar todas sus
impresiones.
- Diana… Te gusta mi hermano,
¿verdad?
Ella viéndose
descubierta, aunque tímida, no evadió la pregunta.
- Fui muy obvia. Lo sabía.
Disculpa. Por favor no vuelvas a traerme a tu casa. Te lo ruego.
Le dijo casi
suplicando con un arrebatado infantilismo que a Jordan pareció, por lo demás,
inconcebible en su amiga a quien, hasta ese momento, había visto madura y
siempre compuesta. Entonces sonrió casi pletórico de una alegría que era un
presentimiento esperanzador.
A
Diana le constó mucho convencer a Jordan de guardar aquel secreto. Él prometió
el silencio absoluto, aunque se abstuvo de comentarle nada acerca de sus otras
acciones, las que de ahora en adelante seguiría ejecutando con mayor ánimo y
esperanza. Tenía la mitad del camino recorrido. Ahora tenía la confirmación
verbal de los sentimientos de su amiga. Lo que sí le afectaba era que ella se
veía tan desanimada, pues estaba segura de que Jonathan no estaba para nada
interesado en ella, es más estaba casi segura de que la detestaba. Pensaba esto
por las actitudes que siempre tenía con ella, apenas la saluda y desaparecía
para no regresar a su presencia.
Norman pensó que todas estas
inseguridades, desde su perspectiva, eran totalmente injustificadas, sin saber
que éstas provenían del hecho de que Diana era huérfana, no sólo del hecho,
sino de las causas de ella, causas que Jordan ignoraba por completo, tal vez
algún día ella se atrevería a confesarlo. Aquello provocaba en Diana una
tristeza tan honda que constantemente Jordan la observaba en los ojos pardos de
su amiga sin saber de dónde provenía realmente. Eso después de haberla
analizado durante mucho tiempo, porque a simple vista se veía una niña alegre,
serena y bastante segura de sí misma. Era cierto que Diana no era la chica más
bella que jamás él hubiera visto, pero había algo en ella que iba más allá de
la mera armonía de las facciones o en la perfección de las líneas corporales.
Era ese algo indescriptible que hace a esa persona única y tan atractiva que no
se puede dejar de verla donde quiera que se encuentre, ese algo que no aparece
en las revistas ni que el mejor cirujano plástico puede dar en un momento de
máxima maestría con el mágico bisturí. Algo que viene desde el interior de una
mujer. Diana a sus doce años podía ser mirada como una mujer aunque ella misma
no tuviera consciencia de ello.
No comments:
Post a Comment