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Monday, June 25, 2012

NEW KIDS ON THE BLOCK Y SU PERFECTA HUMANIDAD. CAPÍTULO 2


II
Cuántas veces nos engañamos viendo lo que queremos ver. Tal vez algo más de tiempo y observación servirían para comprender mejor nuestros sentimientos.

            A partir de los días siguientes, Jordan y Diana se hicieron prácticamente inseparables. Donde quiera que fuera uno, pronto el otro aparecía.
La primera vez que se encontraron sin siquiera haberlo planeado fue en una heladería cercana al colegio que no era nada frecuentada por el resto de los estudiantes, no porque sus helados fueran malos o el sitio no fuera agradable, sino porque era un poco caro para los estudiantes del sector y principalmente porque el lugar era frecuentado por sus padres. A pesar de esto allí estaban Diana y tras ella, sin percatarse de su presencia, estaba Jordan pidiendo el helado favorito que su madre le había encargado llevara a casa al regresar de la escuela. Diana pedía un sencillo barquillo y al darse vuelta tuvo la mala suerte de embadurnarlo por completo en la camiseta de Jordan quien se encontraba demasiado cerca suyo para prever tal accidente que casi arruina por completo aquella camiseta que tanto le gustaba. Ninguno de los dos tuvo consciencia de la presencia del otro hasta el momento del “ataque del helado asesino” como recordarían por mucho tiempo después, viniéndoles en cada oportunidad un ataque de risa incontenible que los demás no entendían ni entenderían nunca.
- ¡Ay! Lo siento mucho… ¡Jordan!
- Yo también lo siento, ¿qué haces aquí? No respondas, es obvio.
- Pero mira como te dejé…
- Tranquila, no importa, pero tu helado se arruinó, te compro otro.
- No es necesario, daño por daño.
            Finalmente el caballeroso Jordan logró reponer el helado de su amiga y se dio la oportunidad de conversar con ella un rato mientras tenían su orden lista.
            Fue a partir de este incidente que comenzaron a verse con una frecuencia inusitada y a conocerse mucho mejor en conversaciones que fácilmente duraban horas. Curiosamente para Jordan, que nunca había sido un gran conversador, siempre era él quien hablaba más y revelaba más. Diana, normalmente se mostraba abierta, sincera pero cuando se trataba de datos concretos, en realidad mucho no aportaba para el intrigado Jordan, a quien en realidad esto no le molestaba en lo más mínimo, hasta le parecía que era parte del encanto de su nueva amiga y pronto se acostumbró a esta reserva, una extrema prudencia sobre su vida íntima que daba a Diana un cierto toque de misterio que lo mantenía cada día más expectante a cada pequeña nueva información que se escapaba, a veces por casualidad, de los labios de su ya querida Diana.
            Ella pudo, en cambio, conocer mucho más de la historia de Jordan y su familia. Habiendo sido una familia muy adinerada, luego de la separación la madre no aceptó ni un centavo del dinero de su esposo. En un arranque de orgullo incorruptible ella decidió trabajar y mantener a sus hijos Jonathan, Jordan y Kiara. Como maestra no ganaba mucho y trabajaba demasiado y, sin embargo, nada les faltaba para vivir con cierta tranquilidad. Se habían mudado a la ciudad donde actualmente residían para reiniciar todo en sus vidas. Luego de aquel funesto desenlace marital ella, la madre, la señora Matilde Albornoz necesitaba cambiar completamente de aire en su vida, reiniciar en un lugar donde nadie la conociera, no por lo que pudieran decir de ella, pues eso no le interesaba en lo absoluto, sino por la cantidad de recuerdos que tenía de su época de casada, pues los recuerdos, incluso los recuerdos alegres, la remitían a los tristes y ella odiaba la tristeza. Lo que intentó hacer fue simplemente comenzar todo de nuevo y sus hijos la apoyaron, al menos los tres que con ella se quedaron. El divorcio no fue tan traumático pues todo se arregló de común acuerdo y sin mayores sobresaltos.
            Luego de estas largas charlas Jordan y Diana se hicieron grandes amigos y pasado algún tiempo sin saber concretamente cómo ni por qué, él comenzó a notar algo que en un comienzo lo tuvo por lo demás bastante perplejo. Descubrió que lo que sentía por su amiga no era de índole romántico, es más, llegó a la certeza de que su cariño era total y puramente fraternal. La veía como a una verdadera hermana. Si la observaba con detención, le parecía bonita y bastante exótica. Pero cada vez que de alguna manera le insinuaba algo de estas ideas acerca de lo bonita que Diana le parecía, lo que fuera, ella más que sentirse halagada, se irritaba. Esto lo dejaba más que turbado pues ya reconocía en Diana una persona bastante segura de sí misma y nada temerosa del qué dirán. Jordan concluyó finalmente, sumando sus propias reacciones y las de la propia Diana que atraído sensualmente por ella no se sentía, ni que ella albergaba por él ningún sentimiento romántico, lo que lo llevó a anidar en su mente otra idea que con el paso de los días se fue haciendo más y más persistente y también más clara. Había cometido un error. Esta idea se reforzaba cada vez que observaba algún encuentro entre Diana y su hermano Jonathan.
            No podía quejarse pues Jon había cumplido fielmente con su palabra, pero de una manera muy curiosa. Era cortés, atento, amable pero frío y distante. Estas dos últimas características no se correspondían con el Jon que él conocía. Su hermano no era frío en lo absoluto, era cálido y afectuoso, una persona de piel a quien se le facilitaba el contacto físico, un joven sin temor a tocar, abrazar, besar y acariciar. Tampoco podía decirse que fuera distante, todo lo contrario, se conectaba muy fácilmente con las personas con quienes trataba, era empático, comprensivo y se relacionaba muy bien con todos. Entonces, su conducta le parecía algo más que extraña cada vez que éste se encontraba con Diana. Jonathan siempre se excusaba y desaparecía rápidamente.
            Todas estas imágenes se repetían en la mente de Jordan una y otra vez, lo que inevitablemente lo llevó a pensar que su hermano sentía algo por su amiga Diana. Cuando recordaba el primer encuentro de los dos, hermano y amiga, lo que más nítido veía era ese brillo en los ojos de su hermano. Un brillo que en ese minuto le disgustó sobremanera y que ahora, luego de aclarados sus propios sentimientos, interpretaba de otra forma. Sumando una y otra cosa había concluido finalmente que Jon se sentía muy atraído por Diana, casi se atrevería a pensar en la palabra enamoramiento. Esto último lo hacía sentirse culpable, porque de una u otra manera acariciaba la idea de que su amiga formara verdaderamente parte de su familia. Se preguntaba si habría cometido un gran error al pedirle a Jon que no se acercara a la joven, quién sabe si él mismo había arruinado la única posibilidad de que ella formara parte real de la familia Knight.
            Por otra parte también observaba cosas en ella que le parecían curiosas. Lo primero era el recuerdo, persistente en su cabeza, de aquel brillo que también pudo ver en los ojos de ella cuando vio a su hermano Jonathan por primera vez. También prestaba atención a que ella estaba cada vez más reacia a ir a su casa excusándose del mal carácter de Kiara. Jordan ya había descubierto en Diana a una persona valiente, osada y nada temerosa de los enfrentamientos verbales de ningún tipo, entonces la excusa por lo demás le parecía una pobre falacia, no era justificación valedera para Jordan, haciéndole sospechar que la verdadera razón iba por otro lado, por el lado del complicado encuentro que con Jon siempre se daba. Un breve saludo, miradas evadidas tanto del uno como del otro y un rápido y cortante “hasta luego”.  Incluso había algo más, cada vez que él le comentaba algo acerca de su hermano, creía ver en la mirada de su amiga cierta languidez que más bien parecía tristeza, la que desaparecía tras repetidas pestañadas que Diana ejecutaba casi mecánicamente. A partir de todo esto quiso convencerse de que ella también sentía algo importante por su hermano, a pesar de las pocas oportunidades que habían tenido para compartir.
            Pero cómo averiguar si sus impresiones tenían un real asidero se transformó para Jordan en un verdadero dilema. Cómo preguntarle a Jonathan algo al respecto si él mismo le había hecho jurar que nada sucedería entre él y ella. Cómo interrogarla a ella cuando corría el riesgo de que se molestara en exceso o reaccionara de alguna manera inimaginable, ya sabía que su carácter era difícil y a veces inaccesible. No podía pues hacer nada por el momento. Pacientemente dejó que los días pasaran y de pronto pensó en algo tan simple y a la vez bastante incierto. Si ellos sentían algo el uno por el otro y si esto era realmente fuerte lo más natural era que en uno u otro momento se acercaran y se unieran. Entonces lo más sensato que podía hacer era juntarlos y procurar que lo natural entre dos personas que se aman sucediera tarde o temprano. Se regocijó en la simpleza de este pensamiento y puso manos a la obra. Constantemente le pedía a ella que fuera a su casa y procuraba que Jonathan también estuviera allí y por supuesto se demoraba y se excusaba con algún tonto pretexto. Pero sus artimañas fueron acabándose y podía ver que nada de lo que él deseaba que ocurriera sucedía. Sin embargo, era joven y soñador y no se daría por vencido tan fácilmente. Constantemente inventaba nuevas estratagemas para conseguir sus fines.
            Cierto día en que Diana estaba sentada tranquilamente en una de las bancas del colegio, leyendo un texto de poemas de Coleridge, una joven se le acercó con la nariz respingada y mirándola de reojo. Como Diana estaba tan concentrada en su lectura no se percató de la presencia de la muchacha hasta que ésta se hizo notar cerrándole bruscamente el libro en la cara.
- Perdón.
Le dijo Diana de una manera tan suave y tan firme al mismo tiempo que la joven de alguna manera disminuyó el tono al articular sus palabras.
- Disculpa. Hace días que quiero hablar contigo y no he tenido oportunidad.
- Dime. ¿Qué necesitas? ¿En qué puedo serte útil?
Preguntó Diana con real interés pero alerta a la posible agresión que veía venir.
- …Tú eres Diana, la novia de Jordan. ¿Verdad?
Preguntó la muchacha con la voz algo temblorosa.
- Sí y no, Perla.
La joven se sorprendió de que la niña supiera quién era ella. Pues ignoraba que Diana tenía una memoria privilegiada para recordar nombres y fechas.
- No entiendo.
- Mi nombre es Diana Elster. Mucho gusto, no tenía el placer de conocerte.
Le dijo mientras le tomaba la mano. Ante este contacto la adolescente se sintió casi desarmada.
- Igualmente.
Aceptando la invitación de Diana a sentarse miró instintivamente en derredor.
- Pero no soy novia de Jordan Knight. Él no tiene novia.
Ante esta información la joven sonrió de buena gana y luego trató de disimular su sonrisa aunque los ojos se le agradaron de emoción.
- Ah, ¿no?
- No. Él es mi mejor amigo y no me ha contado nada acerca de ninguna novia. Aunque por supuesto no tiene por qué contarme nada si él no quiere y menos cuando se trata de su vida amorosa.
Ante esta nueva información Perla se sintió realmente confundida, aunque sí muy alegre. Tan alegre que le costaba trabajo esconder su, cada vez, más pronunciada sonrisa.
            Diana, como era bastante perceptiva se dio cuenta rápidamente del tenor de aquella interrupción y como que no quiere la cosa llevó a Perla a confesarle todo lo que sentía por Jordan. En ese momento Diana supo que Jordan, a pesar de ser un chico encantador y muy dulce, era también todo un galán. Las chicas lo perseguían como abejas a la miel y él poco se daba por aludido. No porque no se diera cuenta, porque cuenta se daba de lo que provocaba en el sexo femenino cada vez de manera más evidente, sino que porque lo que buscaba era más bien cariño que sensaciones pasajeras, cosa bastante extraña en los muchachos de su edad, pero tan cierta en Jordan que parecía el héroe romántico de la más triste historia que Goethe hubiera podido concebir. Siendo como era, un joven con un rostro armónico y muy atractivo, era considerado lindo por toda la “barra” femenina. Además estaba muy alto a pesar de ser muy niño aún y se acercaba rápidamente al metro setenta, nada alejado del metro ochenta y tres que en su vida adulta alcanzaría. Su tez canela, ojos marrón intenso y el cabello negro, levemente rizado, le daban un aspecto alegre y jovial que ciertamente no lo dejaban pasar desapercibido en ninguna parte. Una de sus indiscutidas admiradoras era Perla, la joven que asaltara a Diana tan sorpresivamente. Jordan no ignorante de lo que provocaba en la joven no se interesaba en ella no porque no fuera bonita, era muy bonita, sino porque a él le atraía, como a la mayoría de los hombres la delicada tarea de conquistar más que de ser conquistado. Muy difícilmente se involucraría con alguien que fuera demasiado evidente. Sólo necesitaba una señal para dar inicio a la conquista amorosa. Esa era la táctica para conquistar a Jordan, demostrar interés, pero no la fácil seguridad de que todo está concertado desde siempre.
            Muy rápidamente Diana y Perla simpatizaron, tan sinceramente que ya conversaban como si fueran amigas desde la más prístina infancia. De alguna manera Diana sabía juzgar muy bien a las personas, se equivocaba muy raramente y ésta no sería la ocasión para hacerlo. Perla era una muchacha buena, aunque frecuentemente tomaba decisiones equivocadas. Una de estas malas decisiones se acercaba rápidamente por una de las esquinas del patio. Era Débora, una chica ruda y vulgar que tenía más de un problema conductual con el resto de los estudiantes que asistían a aquella secundaria. Una de estas relaciones conflictivas era Perla, quien nunca imaginó el alcance de su anterior disputa con Débora.
- Así es que ahora jugamos a la hipocresía. - dijo a Perla. - Cuídate, niña, de ésta… Quiere quitarte a tu novio y no duda en hacerse pasar por una mosca muerta. - dirigiéndose a Diana. - Así que esta niña es la nueva amiguita de Jordan. Yo no sé que le ve, obviamente no mucho…
Le dijo a Perla mirando a Diana de pies a cabeza de una manera tan grosera, no sólo en el tono sino que también en los gestos, tanto que el espíritu suave de Diana se sintió hondamente dolorido, pudiendo solamente cerrar los ojos, respirar profundamente, para buscar en su interior la mejor respuesta.
- Déjala tranquila, ella no tiene nada que ver con nuestros problemas.
Le dijo Perla encarándola con firmeza y decisión.
- Nuestros problemas, nuestros problemas. El problema lo tienes tú. Te dije bien claro que no te metieras en mis terrenos, estúpida.
Le dijo mientras la interpelaba clavándole un dedo en el pecho haciéndola retroceder.
            El altercado fue captado rápidamente por el resto de los muchachos y comenzó a formarse un gran círculo alrededor.
            Pero Diana no iba a dejar que su nueva amiga fuera golpeada por aquella “simulacro” de matona. Claro que no. Se puso rápidamente de pie y ordenando todos sus libros en su morral lo dejó sobre la banca y rápidamente se interpuso entre Débora y Perla. La escena fue más que graciosa para la bullente concurrencia. Diana era una niña más bien bajita con un modesto metro cuarenta y cinco y las otras dos chicas cai alcanzaban el metro sesenta. Débora se sintió por un momento tentada a reír pero algo en los ojos de Diana la hizo guardar silencio. Por otro lado Perla, mostró temor porque este delicado espíritu que acababa de descubrir saliera dañado en aquella segura pelea.
- Sal de aquí Diana, por favor.
Su tono suplicante denotaba el enorme cariño que en pocos minutos había ganado Diana a su favor.
            Pero Diana se volvió hacia ella y sosteniéndola de los brazos la alejó hasta el borde del círculo diciéndole que no se preocupara por ella, porque sabía lo que hacía. Perla sin saber por qué la obedeció.
            Algunas palabras fueron cruzadas entre estas particulares contrincantes y la furia se encendió en los ojos de Débora quien se abalanzó en contra de la aparentemente frágil Diana. El combate dio inicio y se sostuvo mucho más tiempo del que la muchedumbre esperaba.
            Jordan apareció justo en ese momento y tomando el morral que Diana había dejado sobre la banca supo que se encontraba en medio de la multitud. Lo que nunca imaginó fue que Diana fuera el centro del espectáculo. Tomó el bolso y se acercó para ver qué ocurría y por supuesto para encontrar a su amiga. Llegó justo en el momento más impactante para todos. Quiso sacar a Diana de aquel lío pero Perla lo detuvo sosteniéndolo de un brazo mientras le decía que no interfiriera pues Diana sabía lo que hacía. En un dos por tres con unos extraños movimientos Diana puso fuera de combate a la enorme Débora dejándola tendida en el piso y con la sangre escurriéndole por una de las comisuras de la boca. Ambas jóvenes completamente empolvadas fueron llevadas por el inspector a la oficina del director. Débora condicional por mala conducta y Diana libre de toda pena fue la gran triunfadora. ¿Qué profesor podría imaginar que esta débil criatura fuera capaz de iniciar una trifulca como aquella y menos creer que hubiera golpeado a tremenda bestia? Secretamente algunos docentes bien convencidos ante las pruebas irrefutables se alegraron de que alguien pusiera en su lugar a aquella chica problema. Pero claro, nunca lo confesarían públicamente.
            Por la tarde cuando Diana accedió a cenar en la casa de Jordan, ninguno de los miembros de la familia Knight, exceptuando a Kiara que no estaba presente, podía creer en las acaloradas palabras de Jordan. La señora Matilde estaba, más que sorprendida, preocupada por el bienestar de Diana, temiendo nuevas represalias por parte de su “archirrival”.
- Débora no se atreverá a hacer nada, mamá. Cualquier cosa y la expulsarán sin ningún miramiento. Además, ahora está aterrorizada de “karate girl”.
Jordan muerto de risa, miraba a Diana y la cara atribulada de ésta lo divertía más todavía, haciéndole casi imposible dejar de burlarse, y en el fondo se sentía orgulloso de su amiga.
            Diana le dio un codazo para que dejara de molestarla. Jonathan, que no dejaba de sonreír sin proferir palabra, la observaba con detenimiento más tiempo del que lo había hecho en los últimos diez encuentros juntos.
- ¿Y cómo aprendiste a defenderte Diana?
Preguntó Jonathan, por fin, luego de mucho demorar la pregunta, mucho más tiempo de lo que el resto de los comensales imaginara.
- Un maestro chino me enseñó en mi pueblo. Dijo que me parecía a su nieta que estaba en su país. Por eso lo hizo y dijo que yo tenía cierta predisposición natural para las artes marciales. Eso hace como cinco años.
Respondió ella con una naturalidad que no admitió más interrogantes, sólo sorpresa.
            Mientras hablaba miraba fijamente a los ojos de Jonathan, mientras los suyos adquirían la apariencia melancólica del sueño. Jordan, que la observaba, pudo notar la incomodidad repentina que se apoderó de su hermano y de la joven luego de mirarse sin siquiera pestañear bajando los ojos y clavándolos en sus respectivos platos. Sus dudas estaban aclaradas, pues según su parecer, el rubor y la turbación de la atracción eran inconfundibles.
Como para salvarla del bochorno preguntó algo que causó todavía más confusión en la ya turbada Diana.
- ¿Pero qué le dijiste a Débora para alterarla de esa manera y que se abalanzara sobre ti de ese modo?
- Eh…, bueno…, yo…, no quiero recordarlo.
- Ya déjala tranquila, ha tenido suficientes emociones por hoy.
            Le dijo Jonathan apareciendo en el rostro de Diana nuevamente el rubor, el que sólo fue percibido por el propio Jonathan quien no pudo dejar de sonreír de esa manera que causaba en Diana una conmoción interna tan fuerte que le costaba cada vez más disimular, y luego por Jordan quien sonrió para sí mismo sin articular otra palabra sobre el tema para cambiar rápidamente de conversación logrando relajar a su amiga.
            Cuando Diana se fue aquella tarde, ya en la parada de bus la pregunta se escapó de los labios de Jordan sin poder contenerla ya, más bien para confirmar todas sus impresiones.
- Diana… Te gusta mi hermano, ¿verdad?
Ella viéndose descubierta, aunque tímida, no evadió la pregunta.
- Fui muy obvia. Lo sabía. Disculpa. Por favor no vuelvas a traerme a tu casa. Te lo ruego.
Le dijo casi suplicando con un arrebatado infantilismo que a Jordan pareció, por lo demás, inconcebible en su amiga a quien, hasta ese momento, había visto madura y siempre compuesta. Entonces sonrió casi pletórico de una alegría que era un presentimiento esperanzador.
            A Diana le constó mucho convencer a Jordan de guardar aquel secreto. Él prometió el silencio absoluto, aunque se abstuvo de comentarle nada acerca de sus otras acciones, las que de ahora en adelante seguiría ejecutando con mayor ánimo y esperanza. Tenía la mitad del camino recorrido. Ahora tenía la confirmación verbal de los sentimientos de su amiga. Lo que sí le afectaba era que ella se veía tan desanimada, pues estaba segura de que Jonathan no estaba para nada interesado en ella, es más estaba casi segura de que la detestaba. Pensaba esto por las actitudes que siempre tenía con ella, apenas la saluda y desaparecía para no regresar a su presencia.
            Norman pensó que todas estas inseguridades, desde su perspectiva, eran totalmente injustificadas, sin saber que éstas provenían del hecho de que Diana era huérfana, no sólo del hecho, sino de las causas de ella, causas que Jordan ignoraba por completo, tal vez algún día ella se atrevería a confesarlo. Aquello provocaba en Diana una tristeza tan honda que constantemente Jordan la observaba en los ojos pardos de su amiga sin saber de dónde provenía realmente. Eso después de haberla analizado durante mucho tiempo, porque a simple vista se veía una niña alegre, serena y bastante segura de sí misma. Era cierto que Diana no era la chica más bella que jamás él hubiera visto, pero había algo en ella que iba más allá de la mera armonía de las facciones o en la perfección de las líneas corporales. Era ese algo indescriptible que hace a esa persona única y tan atractiva que no se puede dejar de verla donde quiera que se encuentre, ese algo que no aparece en las revistas ni que el mejor cirujano plástico puede dar en un momento de máxima maestría con el mágico bisturí. Algo que viene desde el interior de una mujer. Diana a sus doce años podía ser mirada como una mujer aunque ella misma no tuviera consciencia de ello.

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