IV
Cada día de nuestras vidas es una
oportunidad de comenzar de nuevo y reparar todo el mal que hemos hecho, de
corregir todos los errores que hemos cometido o de afrontar la realidad
mirándola de frente.
Desde
aquel inolvidable día todo comenzó a cambiar para Diana, cambios que, sin
embargo, se suscitaron tan lenta y apaciblemente, que dieron a todos una
natural sensación de fluidez. El tiempo transcurrió sin contratiempos de
ninguna especie avanzando inexorablemente hacia un desenlace que nadie pudo prever.
Claramente para Diana ya nada volvería a ser como antes, lo sabía con certeza y
se entregaba enceguecida a disfrutar de cada día tan plenamente como su edad y
experiencia le permitían. Ya no pasaba tanto tiempo con Jordan, su querido
amigo. Ahora dedicaba sus tardes a Jonathan. Solían salir a caminar por la
ciudad tomados de la mano conversando alegremente sobre todo lo que viniera a
sus mentes. Ambos experimentaban una felicidad inimaginada hasta entonces. Sus
paseos podían durar horas, a veces sin palabras y otras con exceso de ellas, tal
como aquella tarde cuando la niña Diana estuvo a punto de hablar y no fue
capaz. ¿Cómo podría hacerlo ahora? La incertidumbre era demasiado grande. Tenía
miedo, mucho miedo. Y como siempre calló…
Mientras
sonreía, Jonathan relataba una anécdota que había vivido en su instituto, no
hacía mucho tiempo, al inicio de aquel mismo año. Diana reía sin poder
contenerse en tanto que él trataba de lograr algo de seriedad por parte de ella
cuando le estaba contando aquello que tanto lo abochornaba y, aunque aquellas
cristalinas risas no lo molestaban, sino que se maravillaba en su dulce
musicalidad, se fingía irritado para lograr algún efecto de seriedad sin
lograrlo en lo absoluto para, finalmente, contagiado de la comicidad del
relato, reír de buena gana junto a ella, no obstante, en su fuero interno hubiera
preferido que Diana no riera tanto cuando él trataba de ponerse serio.
Normalmente ella también le contaba lo que le ocurría en el colegio, pero Jonathan
trataba de no reír cuando algo le parecía gracioso, al menos no reír
desenfrenadamente como le sucedía a ella. Aquella tarde, de pronto la risa cesó
cuando sintió algo muy extraño, como si de pronto fuera a suceder algo
extraordinario y Diana por fin le diría aquello que creía leer en sus ojos
cuando ella se quedaba mirándolo por largo rato, tanto que, a veces fácil, él
hubiera pensado que eran horas.
- Estoy hablando en serio. No te
rías tanto.
Le dijo él
conteniendo la risa en su garganta.
- Lo siento, no es lo que dices,
es el cómo lo dices.
Encontrándole toda la
razón él la abrazó para reír junto con ella.
- Yo también tengo algo que
contarte…
Ella se detuvo y puso
una cara muy seria de pronto, abriendo mucho los ojos, tanto que Jonathan se
preocupó situándose al frente y comenzó a mirarla detenidamente hasta que pasados
algunos segundos ella dijo:
- Hoy por la mañana llegué
atrasada por primera vez y fue todo un acontecimiento. El profesor no me
hubiera dicho nada, pero los compañeros protestaron. Que la injusticia y no sé
qué más, así es que tuve que reportarme en la dirección.
Jonathan sonrió
aliviado, pensando que no debía especular tantas cosas sobre su querida Diana,
sin sospechar que ella moría por no atreverse a decir lo que en verdad quería
decir, lo que realmente tenía que decir.
Definitivamente
ella sentía que era necesario sincerarse, pero el miedo se había transformado
en terror y ese terror se tradujo en dos lágrimas deslizándose por sus mejillas
que de pronto estuvieron tan pálidas como el mármol. Jonathan enternecido creyó
ciegamente que la razón de tal estado era aquella pueril excusa. Lejos estaba
de sospechar que, aunque verdadera, a Diana no le importaba en lo más mínimo.
- Tranquila, no es tan grave.
La abrazó tiernamente
y secándole las lágrimas con sus dedos, la besó reconfortándola verdaderamente,
pero no por la razón que él creía.
Ella
se sintió tan querida que no dejaba de preguntarse si Jonathan permanecería en
su vida o se alejaría con el tiempo y la edad. Después de todo era su primer
amor y sabía que los primeros amores no perduraban. Aquella posibilidad le
provocaba una gran amargura. Estaba segura de que nunca sería capaz de querer a
nadie como estaba queriendo a ese maravilloso joven. Tras algunas semanas de
noviazgo a escondidas, estaba segura de que lo amaba y aunque todavía no había
despertado en ella el deseo, sabía que él sería el padre de sus hijos, el
compañero que ni siquiera se había atrevido a imaginar ni a soñar. Cómo podía
sentirse tan completa al lado de alguien, era algo que no lograba entender.
Tampoco lograba comprender cómo alguien como Jonathan, tan sereno, responsable
y maduro pudiera haberse fijado en una niña. Porque ella era una niña de doce
años y con el cuerpo de una niña de diez. No lo entendía, pero estaba feliz y agradecida
de que así fuera.
* * *
Algunas
semanas más tarde luego de este episodio, Jonathan invitó a Diana a tomar
helado a una conocida fuente de soda donde solía ir con sus compañeros de
instituto. El lugar era amplio, luminoso y muy fresco. Las mesas redondas de
cristal sintético parecían hechas de hielo. Diana, siendo una niña más bien
frugal, pidió una pequeña copa de piña, su sabor favorito y Jonathan un
gigantesco helado triple, cubierto de chocolate granizado.
Cuando
estaban en la mitad de sus helados un par de muchachas se les acercaron. Eran
Tatiana y Melanie, compañeras de Jonathan en sus clases.
- Jonathan, ¿cómo estás?
Él se puso de pie
para saludarlas amablemente. Diana observaba sin dejar de saborear su helado.
- ¿Cómo están?
Les dio un beso y un
abrazo a cada una. Ellas miraron a Diana y sonrieron para luego comentar.
- Eres tan lindo Jonathan.
Trajiste a tu hermana chica. ¡Hola!
Se le acercaron y la
saludaron cariñosamente.
Diana
bajó la cabeza y esperó en silencio a que Jonathan se cohibiera ante aquel
comentario. Después de todo era tan pequeña para él. Para su sorpresa él se
molestó sin evidenciarlo más que en una expresión de seriedad.
- Diana es mi novia.
Las jóvenes se
miraron una a la otra y luego a Diana quien les dirigió una mirada de orgullo.
- ¡Ah!, ¡qué bien! Bueno,
nosotras nos tenemos que ir. Un placer conocerte…, Diana.
Rápidamente desaparecieron
tal como habían llegado.
Jonathan
tomó asiento nuevamente y esta vez tomó la mano de Diana acariciándola con
dulzura. Y sonriendo continuaron conversando como si nada. Pasados algunos
minutos nuevamente alguien se acercó. Un muchacho rubio de rostro muy alegre
quien saludó a Jonathan con un fuerte apretón de manos, un abrazo y luego
desinhibidamente se acercó a Diana para saludarla con un beso en la mejilla. Jonathan
lo invitó a sentarse. Su nombre era Donald Wahlberg y a diferencia de las
jóvenes anteriores no hizo ningún comentario desagradable sino todo lo
contrario, encontró a Diana muy bonita y comentó que Jonathan era un tipo afortunado.
Normalmente hombres y mujeres diferían en su apreciación sobre Diana. A ellos
les agradaba y no les parecía tan niña como a ellas. Sin duda ella tenía algo
muy atractivo para el sexo opuesto. Jonathan lo sabía y no dejaba de
preguntarse qué sucedería cuando ella creciera y se convirtiera en mujer. Pero
en realidad no se preocupaba mayormente de eso. Lo que sí le preocupaba era la
edad. La diferencia de edad que entre ellos existía. Tal vez tres años no es
mucho tiempo, pero en este momento se notaba y para él era importante. Aquello
lo hacía contenerse en todo aspecto. Nunca se propasaba en nada y estaba
decidido a ser tan delicado con ella como sus fuerzas se lo permitieran. Para
lograrlo jamás iba a lugares solitarios y evitaba acercársele demasiado, sin
dejar de ser cariñoso, siempre la estaba cuidando, aunque dentro de sí moría
con cada beso y cada abrazo que ella le brindaba.
- ¿Qué haces en la ciudad?
Preguntó Jonathan a Donnie
mientras se acomodaba nuevamente en su asiento.
- Lo de siempre, visitando a la
familia.
Respondió mientras
miraba a Diana con una gran sonrisa.
- Y dime, ¿cómo has estado?
- Bien. Aprendiendo como loco.
Jonathan miró a Diana
para comentarle:
- Va a ser cantante. Estudia
música, baile…
Le dijo mientras
sonreía casi divertido de la ocurrencia de su amigo Donnie, sin siquiera
sospechar que sería aquel amigo artista quien en el futuro cambiaría su propia
vida.
- ¿De verdad?
Preguntó Diana con
una gran sonrisa.
- Bueno, si pienso hacer algo,
tengo que hacerlo bien.
Dijo sonriendo con
picardía.
- El espectáculo es un mundo muy
exigente. Hay que ser muy trabajador y no dejarse abatir por las dificultades
que pueden aparecer en el camino. No sólo está el tema de la competencia con
otros que hacen lo mismo, está también el ojo del que trabaja el producto
artístico desde la hegemonía del poder comercial, si algo no les parece
productivo o muy prometedor no se interesan y ahí mueren muchos sueños. Si
logras ser reconocido por ellos, luego tienes que seguir trabajando para
mantenerte.
Dijo ella entre una y
otra cucharada de helado y algún comentario de Donnie que Jonathan no escuchó
ni tuvo consciencia.
Ante estos
comentarios de Diana, él siempre se sentía sorprendido y perplejo, no sólo parecía
saber tantas cosas, sino la forma de expresarse correspondía a una persona
mayor. Donnie lo miró con la misma expresión, pero Jonathan no percibió la
mirada de su amigo, mientras Diana no se daba por aludida entretenida como
estaba con su helado.
- Es verdad, por ahora sólo estoy
estudiando canto, piano y baile.
Dijo finalmente
Donnie y con su alegre sonrisa continuó conversando con Jonathan y Diana largo
rato, hasta que se retiró prometiendo a su “brother” una llamada telefónica.
Se
despidió cariñosamente de Diana y luego se alejó llevándose la enorme caja de
helados que había venido a comprar y que ya estaba lista.
* * *
El
tiempo del colegio llegaba a su fin y el último día de clases se dejó caer
abruptamente. Aquella mañana Jordan le pidió a Jonathan que lo llevara al
colegio porque tenía que hacer algo muy importante y necesitaba de su ayuda. Al
llegar, Jordan se acercó a Diana quien se encontraba en uno de los jardines
frente al edificio principal. Jonathan se había quedado apoyado en el auto
esperando pacientemente a que Norman lo llamara. Hasta la fecha nada le había
dicho de su noviazgo con Diana. Lo mantenía en secreto para su familia.
Ciertamente lo había conversado con ella insistiendo en que Jordan se
molestaría cuando se enterara. Ella le decía que no, que Jordan estaría muy
contento. Pero Diana nada sabía de la promesa que Jonathan le había hecho a su
hermano y ella tampoco le había mencionado que Jordan sabía que ella lo quería,
incluso desde antes de que ellos iniciaran su relación.
- ¡Jonathan, ven!
Llamó Jordan desde el
jardín. Jonathan se acercó lentamente con las manos en los bolsillos.
- ¿No vas a saludar a Diana?
Dijo con una sonrisa
de oreja a oreja.
- Claro, por supuesto.
Respondió Jonathan
sonriendo y sin saber cómo saludarla se acercó lentamente a Diana abrazándola
de manera muy delicada.
- Vamos, déjate de niñerías,
hermanito.
Le espetó dándole un
empujón.
- Lo sé todo. Te he visto
montones de veces con Diana. Sé que han estado saliendo desde hace como dos
meses.
Jonathan puso cara de
espanto y Jordan rió alegremente.
En
ese momento se acercó a ellos Perla quien venía sonriendo y acercándose a Jordan
se apresuró para saltar a sus brazos y darle un acalorado beso en los labios.
Jonathan no salía de su asombro y miraba a Diana quien sonreía sin proferir
palabra mostrando su total sorpresa levantando los hombros y moviendo la cabeza
de lado a lado.
- No eres el único que tiene sus
secretos, hermanito.
Dijo Jordan balanceando
el cuerpo de un lado a otro con Perla abrazada para reír de buena gana.
- Pero…
- Pero nada, Jon, puedes estar
tranquilo. Yo estoy muy contento con mi bella princesa.
Le dijo sin aclarar
el contenido de aquellas palabras, pero Jonathan captó el mensaje y pudo
respirar aliviado.
- Diana, el director te espera en
su oficina, parece que tiene noticias importantes.
Informó Perla y Diana
cerró sus ojos para hacer una pequeña oración y luego alejarse del grupo sin
explicar nada más.
Luego
de largos minutos de espera Diana volvió muy seria. Venía con las manos
apretadas y caminando con cierta dificultad. Al llegar les contó que se había
ganado una beca para ir a estudiar un curso de verano en una de las
universidades más prestigiosas del país. Todos se alegraron mucho y la
felicitaron por tan importante logro. Jonathan, por primera vez pudo mostrar
delante de su hermano sus verdaderos sentimientos y el tipo de relación que
sostenía con Diana. Jordan, quien continuaba abrazado de Perla, sintió una
inmensa emoción de ver a su amiga junto a su hermano y se propuso hacer todo lo
necesario para que aquello no terminara nunca.
* * *
Pero
el año había terminado y Diana haría un viaje a su ciudad de origen. El día de
la despedida luego de un almuerzo en casa de la familia Knight, Jonathan fue al
terminal de buses a dejar a su pequeña novia. Mientras esperaban la salida del
bus comenzó la despedida que de pronto adquirió un tono triste y de gran
pesadumbre.
Jonathan
y Diana permanecían abrazados sin querer soltarse, se acariciaban tiernamente y
ella apoyaba su cabeza en el pecho de él.
- ¿Por qué te tienes que ir?
- Tengo algo muy importante que
hacer, pero volveré pronto, lo prometo.
- Pero, ¿cuándo?
- No lo sé exactamente, pero
trataré de que sea lo antes posible.
- Te quiero.
Le decía y la besaba.
¿Por qué tenía que ser siempre tan evasiva en sus respuestas?
Él
nunca la importunaba con preguntas, porque rápidamente había notado lo molesta
y nerviosa que se ponía cuando se sentía interrogada. ¿Era tan mala su vida que
siempre evitaba recordarla de cualquier manera? Estas interrogantes siempre
angustiaban al buen Jonathan, pero nunca quiso causarle más dolor al hacerla
recordar cosas que presentía que ella no quería recordar para nada.
Por
los parlantes se escuchó el último llamado para abordar el bus. Jonathan la
abrazó con más fuerza queriendo nunca separarse de ella. Diana se aferró a su
cuerpo para sentir todo su calor y su fuerza, fuerza que ahora necesitaba
desesperadamente. Se aprontaba a iniciar un viaje decisivo para el resto de su
vida y necesitaba toda su fuerza para culminar con éxito aquello que se había
propuesto desde hacía tanto tiempo. Dónde encontraría esa fuerza, no lo sabía,
pero sí sabía que ahora estaba recibiendo gran cantidad de su amado Jonathan.
De ese abrazo surgió un beso suave, profundo, ardiente... Por primera vez Jonathan
recorría el cuerpo de su Diana de una manera sensual, posesiva, acercándola
hacia sí con deseo. Ella se dejó llevar por la fuerza de la pasión de hombre
joven contenida tanto tiempo por Jonathan y a su vez sintió algo que nunca
había experimentado, un deseo de fusión, algo egoísta porque nada en el mundo
le importaba tanto como ser parte de la existencia de Jonathan, aquello le
causó dolor y angustia, casi como si se sintiera más sola que nunca. El amor no
podía provocarle aquel desconsuelo. Cayó en la cuenta, cuando ya se estaba
instalada en su asiento, de que su miedo a perder a Jonathan era mayor del que
previamente había experimentado cuando le escribió la carta confesándole toda
la verdad. ¿Podría él entenderla? Anhelaba que así fuera, al mirarlo ahí abajo,
tanto o más triste que ella entendió que sí, que él comprendería todo y lo
aceptaría. Abrió la ventanilla y cuando el bus iniciaba su recorrido le dijo
que en la guantera le había dejado una carta con un número telefónico para que
la llamara, mientras él le gritaba que la amaba y que llamaría lo antes
posible.
Ninguno
de los dos sospechaba todo lo que iba a ocurrir. Que aquélla sería una
despedida definitiva porque nadie puede controlar los eventos que ocurren sin
previo aviso y que separan a las personas de cruentas maneras.
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