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Saturday, June 30, 2012

NEW KIDS ON THE BLOCK Y SU PERFECTA HUMANIDAD. CAPÍTULO 6


VI
La amistad es un lazo difícil de romper puesto que no existe en él apropiamiento alguno por lo que no hay dolor en la separación.

            Luego de salir del departamento de su ex novia Darling, Jonathan vagó mucho por la ciudad, entre miles de personas que vivían cada uno en su propio mundo, vino a dar finalmente, sin saber cómo, en el departamento de su hermano menor, Jordan, quien al igual que él se había transformado en miembro de una de las bandas musicales más conocidas y populares, no sólo a nivel nacional sino también internacional, cosechando éxito tras éxito, junto a otros tres compañeros, los New Kids On The Block.
La historia de cómo se había reunido era archiconocida por todos los y las fans del grupo. Tras un casting masivo al cual postularon más de quinientos jóvenes el único seleccionado fue Donald Wahlberg, considerado el primer integrante del grupo. Inmediatamente se dio a la tarea de buscar los demás integrantes. Los productores siempre tuvieron en mente que se tratara de cinco integrantes, por lo cual el sueño de Donnie se encontraba bastante lejos aún de ser cumplido. El primer reclutado fue su hermano menor Marck, quien a su vez llevó a su amigo Danny Wood. Donnie no pudo dejar de pensar en sus compañeros de la escuela, los hermanos Knight, Jonathan y Jordan. El grupo ya tomaba forma. Pasado algún tiempo Marck se desilusionó por el estilo y dirección del grupo y lo abandonó. Frente a esta baja llamaron a otro amigo de Donnie, Jamie Kelley, pero su falta de compromiso y responsabilidad lo dejaron fuera tras el primer disco por decisión del productor. Un nuevo integrante llegaba por decisión de los directores y los chicos lo rechazaron porque estaba reemplazando a su amigo Jamie. Su nombre era Joey McIntyre y era un poco menor que los otros integrantes. El primer disco no tuvo el éxito esperado, pero el productor confiaba en el talento de sus protegidos y convenció a la compañía disquera que les permitieran grabar un nuevo disco. Además, el nombre original del grupo, Nynuk, fue cambiado al que finalmente sería tomado de una canción compuesta por el propio Donnie Wahlberg. Joey con su cara de ángel, su encanto y carisma dio al grupo un nuevo aire y el segundo disco logró situarse en los primeros lugares de los rankings nacionales e internaciones, para sorpresa y felicidad tanto del grupo como de su productor y la compañía disquera.
Luego de esto los cinco muchachos lograron limar sus diferencias iniciales y se hicieron no sólo compañeros sino grandes amigos. Donald, más conocido como Donnie, o simplemente Don, era el chico rudo cuyo estilo era más cercano al rap. Era una de las tres voces principales y líder indiscutido del quinteto. Jordan era el jovial y carismático galán, con un encanto y atractivo que resaltaba en su mirada alegre y sonrisa seductora, era otra de las voces principales. Daniel Wood, llamado Danny era el atlético y fornido. Fanático de los deportes trabajaba su cuerpo sin llegar al exceso del físico-culturismo. Jonathan era el más tímido y serio del grupo. De carácter más reservado siempre se mantenía bajo perfil. Los sucesos que tan traumáticamente viviera habían dejado atrás al seductor y confiado Jonathan. Ahora se mostraba más bien solitario y taciturno. Finalmente estaba el último integrante de la banda, Joseph McIntyre, el pequeño Joey o simplemente Joe, un talentoso muchacho tres años menor que el menor que los otros integrantes. Parecía que todo su cuerpo emanaba la palabra artista, era la tercera voz principal y tal vez el más talentoso de todos. Desde pequeño supo que su camino no sería otro que el del canto y la música.
            Sin saber cómo Jonathan había terminado su largo recorrido frente a la puerta de su hermano, uno de sus principales apoyos. Al abrir Jordan supo inmediatamente que nada bueno había sucedido. El rostro de su hermano que con los años se había vuelto sereno, parecía aquella noche más abatido que nunca, Jordan leía hoy en su semblante una mayor tristeza que en los pasados tiempos, luego de la separación de Diana.
- Jonathan, hermano, pasa. Te ves terrible.
Jordan lo hizo pasar y le sirvió un trago bastante fuerte para lo que Jonathan estaba acostumbrado, así es que al paladearlo no pudo evitar la mueca de dolor característica del que bebe sin costumbre ni placer.
- ¿Qué sucede hermano?
Interrogó después de un largo rato de silencio que hicieron que Jordan se sintiera sumamente incómodo. Ya nunca podía estar tranquilo al pensar en su hermano. Contrariamente a lo que ocurriera en su infancia, Jonathan ya no era su protector sino al contrario, ahora era Jordan el protector de su hermano mayor.
- Tengo algunas cosas que contarte, pero no sé por donde empezar.
Se bebió un segundo vaso de whisky sin siquiera respirar, dando a su hermanito una mirada que lo pusieron en verdadera alerta.
- Tengo todo el tiempo del mundo. Tenía una cita pero me cancelaron, así es que te escucho hermano.
Trató de bromear pero su gracia no hizo el efecto esperado, de hecho no hizo ningún efecto y se reclinó en el sillón desplazando ambos brazos a lo largo del respaldo, tratando de parecer despreocupado para bajar el nivel de tensión que Jonathan acusaba.
- ¿Susan?
Preguntó Jonathan haciendo tiempo para tomar valor e iniciar su relato.
- Bárbara.
Corrigió Jordan, sonriendo fruitivamente.
-Ya sabes, trabajo.
Aclaró, pero Jonathan no tenía la menor idea de lo que su hermano hablaba, hacía algún tiempo que había perdido el hilo de las incontables parejas que su hermano solía frecuentar, de todos modos asintió.
- Terminé con Darling.
Profirió luego de un rato sin querer parecer apesadumbrado, a pesar de lo cual su tono era evidentemente triste.
            Jordan no podía creer lo que su hermano le contaba. Terminar con Darling era un completo error. Luego de tanto tiempo por fin Jonathan había encontrado una chica que, aparte de hermosa, había nuevamente despertado su interés. Ciertamente había tenido otras parejas, pero ninguna duraba más de un par de salidas pues ninguna generaba en él más que un interés efímero y superficial.
- Fíjate que estoy bien contento. Ya no la soportaba. No sé en qué minuto me fui a meter con ella, es una niña caprichosa y nunca la pude, ni la podré entender. Pero eso no es lo más importante que quería conversar contigo.
Su hermano puso cara de incredulidad y extrañeza. Cómo podía su hermano decir algo semejante de alguien. Nunca lo había escuchado decir nada parecido de ninguna persona y menos de una mujer. Siempre había sido un perfecto caballero.
- Dime hermano. ¿Qué ocurre? Te ves muy preocupado.
Dijo Jordan mientras miraba a Jonathan y lo veía cada vez más consternado. Por un momento pensó que su cara de abatimiento era por el rompimiento con la bella Darling, pero tras aquellas palabras era claro que ésa no era la razón de tanta aflicción.
- Encontré a Diana.
Estas palabras repiquetearon en los oídos de Jordan como fuertes campanadas y todo sonido que pudiera articular casi se quedó en sus labios. Sólo se atrevió a musitar una débil interrogante.
- ¿Qué?
¿Cómo era posible que Diana hubiera aparecido después de tanto tiempo? Escuchó atentamente todo lo que Jonathan le contaba sobre el encuentro que había tenido la tarde anterior. Sin dejar de estar sorprendido trató de levantar a su hermano del dolor que lo tenía dominado.
- Pero ella no sabe lo que sucedió. Cuando sepa lo va a entender. Créeme.
Estaba tan seguro de lo que sostenía que no tardó mucho tiempo en convencer a su hermano. Finalmente el cansancio y el alcohol hicieron mella en Jonathan y comenzó a quedarse dormido, aunque continuaba lamentándose. Normalmente y en tiempos pasados Jonathan podía considerarse un tipo optimista, pero en todo lo que se refería a Diana, sus esperanzas estaban casi anuladas desde hacía muchos años.
            Jordan buscó una frazada para cubrir a su hermano, luego de arroparlo y acomodarlo se dirigió a su habitación para consultar con su almohada la mejor solución a tan descabellada sorpresa del destino. Le costó mucho conciliar el sueño puesto que innumerables pensamientos se arremolinaban en su mente y no pudo descansar hasta que sus ideas fueron claras. Tenía un plan y como era su costumbre no se daría por vencido tan fácilmente.
* * *
            Sentados en el interior del automóvil los hermanos Knight observaban la Clínica Veterinaria Francesco Bernardote ubicada en una esquina de una de las avenidas más transitadas de la ciudad.
- No puedo creer que a unos metros se encuentre nuestra querida Diana.
Dijo Jordan mientras observaba los ojos visiblemente tristes de su hermano y le tocó el hombro tratando de infundirle algo de su tranquilidad. Estaba seguro de que su plan daría resultado. Se acercó más a la ventanilla del automóvil, pues en ese momento la vio salir, ataviada con un delantal blanco, típico de una doctora y con un enorme ramo de rosas en las manos que depositaba en un basurero justo afuera del recinto. Le sorprendió verla tan cambiada, no sólo en su aspecto físico sino también en su aparente desprecio por aquel inofensivo ramo de rosas rojas. Recordaba cuanto adoraba las flores, a pesar de lo cual prefirió pensar en que aquella actitud era producto del momento que vivía. También le llamó la atención lo elegante que se veía en sus modos y maneras tan refinadas. Aunque si recordaba con atención, en realidad Diana siempre había sido de cuidados modales ya fuera para caminar, moverse, comer y una serie de detalles que nunca comprendió hasta ahora que la veía como una mujer hecha y derecha.
- Lo ves, no fue buena idea lo de las flores. No quiere saber nada de mí.
Jonathan se hundía en el respaldo del asiento y Jordan no dejaba de encontrarle razón. Sin embargo, no se daría por vencido con tan poco. Estaba seguro de que si hablaba con ella y le contaba toda la verdad, ella comprendería. No podía creer que Diana hubiera olvidado a su hermano. Todavía recordaba aquella primera mirada que ambos, amiga y hermano, se habían brindado y si Jonathan continuaba teniendo a Diana en lo profundo de su corazón, a pesar de los años, la ausencia y tanto dolor, no podía ser que ella lo hubiera desterrado tan fácilmente de su corazón. Estaba seguro de que estaban destinados el uno para el otro y que nada en la tierra podría cambiar aquello. Siempre tuvo esperanzas de que ella aparecería algún día y, a la vista de los acontecimientos sus certezas no estaban equivocadas.
- Okey, mala idea. Y sabes algo, no la culpo. Ella no sabe lo que pasó. Es normal que actúe de esta manera.
Jordan reflexionaba casi para sí mismo mientras se aprontaba a descender del vehículo.
- Y ahora me lo dices. A mí no quiere escucharme. ¿Te escuchará a ti? Ha cambiado mucho. La acabas de ver, ya no es nuestra pequeña Diana.
Interrogó, Jonathan, lleno de dudas. Se sentía superado por las circunstancias. Ansiaba desesperadamente que Jordan tuviera razón, pero el recuerdo de la gélida mirada de Diana lo desalentaban a cada momento intensificando ese sentimiento su propia y todavía no superada depresión que tantas secuelas le había traído a su vida.
- No creo que haya cambiado tanto. Ten fe. Todo tiene solución y no me digas que no. Déjame a mí, yo lo resolveré. Ahora vete a reunir con los muchachos. Diles que tengo un asunto importante que atender y que tardaré un poco en llegar al ensayo, pero que voy a llegar igual.
Prácticamente le ordenó aquello mientras se bajaba del vehículo y se ponía unos lentes oscuros y un gorro de camuflaje militar como para no ser reconocido por nadie. Lentamente se puso en marcha hacia la clínica con las manos en los bolsillos, ocultas y empuñadas y a medida que se acercaba apresuraba más el paso con largas zancadas. Jonathan lo observó desde la distancia ingresar a la clínica, tras lo cual se marchó a encontrarse con el resto de los integrantes del grupo para el ensayo que tenían para ese día. Pero antes de llegar allá se desvió en el camino dirigiéndose al departamento de Darling y finalizar su relación de una manera más sensata. La joven, orgullosa como era, se mostró distante aceptando las disculpas que él le ofrecía y lo dejó ir comprendiendo que nunca podrían entenderse realmente. Jonathan fue muy inteligente al ocultarle los verdaderos motivos de su rompimiento porque sabía que eso podría generar un conflicto que era fácilmente evitable. Y ella no quiso preguntar si la doctora, cuyo nombre no recordaba, tenía algo que ver con aquello porque sabía que la respuesta sería afirmativa. No le interesaba pelear por ningún hombre cuando sabía que podría tener a cualquiera, los pretendientes no le faltaban y ya tenía alguno en vista que le cumpliría todos sus caprichos. Nunca volvieron a verse en persona aunque siempre se recordaron con cierto afecto, especialmente ella, quien no volvió a conocer a un hombre tan afectuoso, simple y humano.

NEW KIDS ON THE BLOCK Y SU PERFECTA HUMANIDAD. CAPÍTULO 5



V
Cuando el tiempo transcurre es imposible volver atrás. Lo que ha sucedido no se puede borrar. Algunos sueños se cumplen y otros inevitablemente se pierden sin poder jamás ser recuperados.

11 años más tarde…

            La ciudad se observaba serena y silenciosa a través de los grandes cristales del ventanal. El tono gris de aquel día de invierno invadía el espíritu del joven hombre de una cierta nostalgia, algo de pesadumbre y un suspiro de honda soledad se escapaba de los labios del buen Jonathan, quien parado junto a los grandes miradores del departamento de su novia observaba a la distancia cómo la ciudad continuaba con su habitual ritmo sin detenerse ni de noche ni de día. Cuántos estarían tan abatidos como él, quien a pesar de todos los años transcurridos y de todos los eventos que lo habían llevado al aparente éxito, se sentirían fracasados y vacíos, al igual que él, cada día con mayor certeza y resignación. Cuántos habrá que, teniendo muy poco, son felices en una vida sencilla y reconfortante.
            Entre la penumbra de tan sombríos pensamientos creyó escuchar un molesto e irritante sonido, unas risas como cascabeles que rápidamente devolvieron a Jonathan hacia el presente y lentamente giró la cabeza para mirar de reojo a su bellísima novia Darling, un sueño para cualquier hombre. Ella conversaba con sus amistades, un grupo de muchachos de ambos sexos, tan bien vestidos, elegantes y delicados como ella. En una lacónica sonrisa Jonathan pensó en cómo fue que pudo conquistar tan bella criatura, en lo entusiasmado que estaba en un comienzo con aquella relación y en como pasado algún tiempo todo había parecido perder su brillo. Pero no podía perderla, después de todo, gracias a ella había vuelto a sentirse vivo otra vez. Y, sin embargo, había tantas cosas en aquella criatura que no le agradaban, su extrema cursilería era una de ellas y lo poco que podían conversar de cosas importantes era lo que más le preocupaba. ¿Podría en algún momento acercarse realmente a Darling? No lo sabía, pero lo intentaba, seguiría tratando de llegar al corazón de la joven a como diera lugar y no importaba cuanto tiempo le tomara porque sabía que a la larga no podría vivir de otro modo, se aferraba a esa pequeña luz de vida que aquella hermosa joven le había otorgado y en una de ésas lograba, también, amarla. A veces él proponía temas pero ella se declaraba no interesada y ahí concluía el intento de Jonathan para continuar luego hablando de diseñadores de ropa, de joyas, de zapatos y de tantas otras cosas que poco le importaban a él, quien sin olvidar su acostumbrada buena educación, cortesía y consideración, finalmente aceptaba sin objeción, pensando en que algún día ella maduraría lo suficiente como para poder hablar de otras cosas, después de todo ella sólo tenía veinte años y a esa edad las muchachas como Darling estaban interesadas en ese tipo de cuestiones. Sin embargo, y a pesar de toda su buena voluntad y esperanzas, en este momento estaba sintiendo que cada día la soportaba menos, y cada día se tornaba en algo así como una tortura frente a la cual parecía estar a punto de sucumbir.
            En sus faldas Darling cargaba un fino gato persa de color blanco como la leche, cuya melena perfectamente bien cuidada estaba, además, empingorotada con alguno que otro detalle de elegancia, una joya al cuello y una cinta en la cola. De pronto y sin que nadie lo hubiera previsto el felino comenzó a gruñir peligrosamente.
- ¡Jonathan! Ayúdame por favor, ¿qué le pasa a Phiphi?
Él, cual héroe medieval, se acercó con decisión a grandes zancadas tomando a la criatura en un dos por tres alejándola de la muchacha para colocarla en el suelo de la sala, donde el animal siguió, ininterrumpidamente, emitiendo una serie de extraños ruidos, que se intensificaban cada vez que alguien se acercaba. Lo más sensato salió de una de las bocas de las amistades de Darling.
- Yo creo que debes llevarlo al veterinario, linda.
- Pero el doctor Gómez se encuentra de vacaciones. Creo que anda en El Cairo. No aceptaría venir, aunque si lo intento tal vez acceda.
Dijo Darling mientras pensaba en voz alta.
- Olvídalo, querida. Una vez lo intenté y, créeme por nada ni nadie abandonaría sus vacaciones, tiene un extraño sentido… “familiar”, dice que primero que todo “su” familia.
Ante este comentario de una de las jóvenes todos rieron considerando la actitud del doctor una tontería.
- Pero sabes, hay una nueva clínica veterinaria. En el último tiempo se le considera lo más “chic” que hay clínicas veterinarias. Ha derrotado a las más prestigiosas en sólo unos meses.
Comentó, un andrógino muchacho, claramente anoréxico.
- Es verdad, yo he llevado a mi perro Alfred a la peluquería, porque tiene de todo lo que necesites, y quedó divino.
Comentó otro joven, en un tono delicadamente femenino.
- Ahí tienes tu solución, querida, hay que llevarlo.
Decidió, Jonathan, escuetamente.
* * *
            Por la tarde, cuando ya oscurecía concurrieron a ese lugar, el último grito de la moda para los amantes de los animales. Descendieron del vehículo. El día continuaba gris y cada vez más opaco. Jonathan bajó primero cubierto por un largo impermeable, un sombrero de ala ancha y unos oscuros anteojos. No quería ser reconocido por nadie. Todavía no se acostumbraba al asedio de las fans que en cualquier lugar lo interrumpían para pedirle algún autógrafo o sacarse fotos con él. Ciertamente, aquello no le desagradaba en lo absoluto y muchas veces lo divertía a radiar, pero en otras oportunidades prefería pasar totalmente desapercibido. Darling tomó la mano de su novio para bajar del lujoso automóvil para luego tomarse del brazo de él. Ella iba vestida de blanco absoluto, desde los guantes hasta las botas terminadas en punta y el abrigo de piel. A ella nada le importaban las campañas en defensa de los animales y contra el uso de estas prendas. Ella las usaba y punto. Además, llevaba sobre sí costosas  joyas y el hecho de sentir a Jon tan cerca suyo le daba una sensación de seguridad inusual en su agitada vida. Mas no temía ser asaltada, después de todo ser una top model le proporcionaba una que otra protección, dos enormes hombres se encontraban a corta distancia para prevenir cualquier situación de peligro. Estos personajes incomodaban mucho a Jonathan, pero lo aceptaba sin emitir comentario alguno. Uno de ellos fue el encargado de cargar la jaula donde iba el minino agazapado.
            Ingresaron a la clínica y se acercaron al mesón principal. Explicaron al dependiente lo que ocurría. El joven les entregó unos formularios para ser llenados por ellos e inmediatamente los condujo a una pequeña sala de estar en el centro del recibidor donde tomaron asiento en unos confortables sillones.
- Mira, he venido porque mi médico particular está fuera de la ciudad y me recomendaron mucho esta clínica. Aquí tienes todos los documentos de mi bebé.
Informó Darling, arrugando la nariz despectivamente.
- Entiendo.
Respondió el joven, quien luego de leerlos detenidamente se volvió para decir casi gritando, una vez que regresaba junto al recibidor.
- ¡Doctora Franzani! Tiene un nuevo paciente.
Desde el interior de la clínica salió una joven mujer quien cargaba un chimpancé cachorro abrazado a su regazo y una mamadera en las manos.
- Inmediatamente, Jorge. Bien Harold, ya estás alimentado y ahora debes volver a tu cubículo.
Dijo mientras se acercaba a unas jaulas ubicadas en un extremo de la dependencia, un lugar muy aseado y bien organizado.
            Jonathan, con una sensación gélida que recorría todo su cuerpo, observó a la doctora hacer todo aquel recorrido y sin saber cómo se acercó a ella mientras Darling lo observaba desde la distancia muy extrañada, pero simulando no prestar mayor atención mientras terminaba de llenar las formas sentada en la sala de recepción donde momentos antes Jonathan estuviera sentado a su lado.
- Diana. Mi amor. Soy Jonathan.
Aquellas palabras salieron de su boca sin saber cómo. Era prácticamente incapaz de mover un solo músculo y quiso tocar a la mujer, pero retrocedió en su intento para sacarse los anteojos, sonriendo en una extraña mueca que más parecía un llanto. Al sorprendidísimo Jonathan le pareció por breves momentos estar frente a una estatua de mármol que luego adoptó una actitud tan glacial que lo hizo congelarse en el acto.
- Lo siento, señor Knight. Sé quien es usted, pero ésta es una clínica seria. Será mejor que se cubra, no queremos incidentes con admiradoras causando algún desastre.
Se dio una media vuelta y se acercó al mesón donde Jorge permanecía con el gato dentro de la jaula.
            La doctora extrajo al delicado felino de la jaula para examinarlo con extremo cuidado. Jonathan no podía creer lo que sus ojos veían. Diana, su Diana estaba ahí, frente a él y lo había tratado como a un completo desconocido. A pesar de su desconcierto no dejó de apreciar que como él imaginara hacía muchos años, ella se había transformado en toda una mujer. Bella, segura y con un carisma impresionante. No dejaba de observarla sin poder emitir palabra. Darling se había acercado y se había tomado de su brazo cariñosamente, sin dejar de notar lo consternado y pálido que se veía su novio mientras miraba a la doctora. Pero la doctora estaba demasiado ocupada para notar las miradas de Jonathan. La suspicacia brillaba en los ojos de Darling quien comenzó una charla con Diana explicándole los síntomas de su mascota. Cuando estaba a punto de terminar de examinar al gato, éste se encogió para luego atacar el desnudo brazo de la joven, brotando de inmediato la sangre que sin ser demasiada de ninguna manera era poca.
- ¡Diana!
Gimió Jonathan y Darling abrió tanto los ojos, revelando ira e incredulidad, pero se abstuvo de emitir comentario alguno, aunque apretó tanto el brazo de su pareja que éste no pudo dejar de notarlo, para luego tratar de mantener la compostura y regresar a su rígida posición junto a su novia. Bajó la cabeza y luego volvió a mirarla con una mezcla de asombro, tristeza y odio por el pequeño felino.
            Jonathan nuevamente se sorprendió de la frialdad de Diana, quien pese a estar herida tomó al gato introduciéndolo nuevamente en la jaula. Su asistente sin alterarse mayormente sólo trajo unos apósitos para que la doctora detuviera el sangrado. Mientras se envolvía el brazo la facultativa dijo:
- Los gatos son criaturas impredecibles. Nunca se sabe cómo van a reaccionar. Hay que estar preparados para todo.
Era la segunda mirada que le daba a Jonathan, pero el joven sólo pudo leer indiferencia.
- Pero Diana…
Darling le dio a Jonathan otro fuerte tirón del brazo, sin que éste alcanzara a descontrolarse.
- Su “mascota” no tiene nada grave señorita. Ha entrado en periodo de celo. Le aconsejo el apareamiento lo antes posible.
El tono de Diana de pronto cambió y adquirió rasgos de una mal disimulada ironía dándole al petrificado hombre una última mirada para luego despedirse amablemente y retirarse por uno de los pasillos desapareciendo de la vista de todos los presentes.
            Jonathan hubiera querido correr tras ella, pero sabía que nada lograría. Le había quedado muy claro que por ahora nada podía hacer. Por otro lado Darling lo sostenía con tal fuerza del brazo, tal vez presintiendo las intenciones de su prometido, que a Jonathan no le quedó más remedio que retirarse en un absoluto silencio, el que duraría por varias horas más. Prudentemente, Darling, no lo incomodó con ninguna pregunta. Y así continuó él, sin hacer nada, incapaz de toda reacción y sin saber qué hacer.
            De vuelta en la casa ya por la noche, Darling recibió nuevas visitas y comenzó a contarles el suceso que le había acontecido en la clínica veterinaria con su querida mascota Phiphi.
- ¿Se imaginan? Ahí estaba ella, tan ordinaria, con la sangre corriéndole por el brazo y su cara impertérrita. ¡Horroroso!, qué quieren que les diga. Ha sido lo más espantoso que jamás me haya sucedido.
Todos sus amigos ponían cara de asco, horror y repulsión, entretanto Jonathan no soportó más tiempo las impertinencias de su novia.
- Basta Darling. ¿Puedes por un momento dejar de hablar mal de personas que ni siquiera conoces?
- Cariño, no he dicho ninguna mentira. La “doctora” fue muy ordinaria. Ninguna delicadeza, ninguna feminidad…
Jonathan no la dejó terminar.
- ¿Sabes, querida Darling? Ella es mucho mejor que tú y tus estupideces.
Todos los presentes miraban espantados a Jonathan. Darling enceguecida por la furia continuó atacando a Diana con el único fin de molestar al enojado hombre. Ya tenía claro que él la conocía de algún lugar, pero su orgullo no le permitía averiguar y menos mostrarse comprensiva, porque más que traicionada, se sentía ofendida. En ese momento Darling había tenido la certeza de que su novio algo importante sentía por aquella mujer y le desagradaba profundamente no dominar la situación y dejar de ser el centro de atención en la vida de su novio, el que consideraba de su exclusiva propiedad.
- Pero cariño, tienes que reconocer que esa doctora es de lo más ordinaria que se puede imaginar, además es tan fría, yo dudaría incluso de su condición de mujer, no tiene nada de delicadeza ni de...
- ¡Basta! Ya no te soporto. No sé en qué minuto vine a dar contigo. Ya no quiero nada de ti, puedes quedarte con tu feo y repugnante gato.
Tomó su chaqueta y salió de departamento sin rumbo fijo dejando a todos los presentes mirándose unos a otros, totalmente mudos e inmóviles.
            Una vez en la calle subió a su automóvil y condujo por la ciudad durante varias horas. Tenía tanto en que pensar... Por fin después de tantos años había encontrado a su amada Diana, por fin, cuando prácticamente había abandonado toda esperanza de hacerlo. En su mente se desdibujaba la imagen de la Diana que él recordaba, pequeña,  una niña. Una niñita llena de inocencia y esperanza. Una Diana sensible, dulce y soñadora. Una muchacha que llevaba dolores en su alma que él sólo alcanzaba a presentir, a percibir en cada abrazo, en cada beso que compartieron durante aquellas largas tardes de primavera... Ahora, era la doctora Diana... Se detuvo en seco. Era la doctora Franzani. Unos bocinazos lo hicieron despabilarse y continuar la marcha. ¿Acaso se había casado? Un dolor subió y bajó en su pecho. Ya no era su Diana, era de otro. El dolor aumentaba en su interior. Pero si recordaba sus manos no había argolla alguna, ni siquiera la marca de alguna. Además, ahora la había visto tan fría, escurridiza, inaccesible. Y que bella era ahora, una mujer hermosa, sensual, aunque de una frialdad abrumante. Sin embargo, viendo nuevamente las imágenes en su mente, tenía la certeza de que esa frialdad sólo la había visto aparecer cuando lo miró a los ojos, porque antes de eso la había visto tan afectuosa con aquel chimpancé. Con una bestia había sido más cariñosa que con él. Fue en el momento de verlo que despertó en ella toda esa dureza. Estaba herida, dolida. Entonces... ella también había sufrido con la separación. Sólo eso lo explicaba y él necesitaba desesperadamente entender qué había ocurrido con su querida niña.
            La tierra se la había tragado y por más que ellos la buscaron no la encontraron. Entonces, ¿también ella fue una víctima del destino y la casualidad? Pero, ¿cómo podría explicarle todo si ella no lo quería ni ver? ¿Cómo podría llegar a ella si había visto en Diana tanta indiferencia? Por último, si hubiera leído odio, o algún otro sentimiento. Sólo había visto indiferencia y eso era lo que más le dolía en lo profundo de su corazón.

Thursday, June 28, 2012

NEW KIDS ON THE BLOCK Y SU PERFECTA HUMANIDAD. CAPÍTULO 4


IV
Cada día de nuestras vidas es una oportunidad de comenzar de nuevo y reparar todo el mal que hemos hecho, de corregir todos los errores que hemos cometido o de afrontar la realidad mirándola de frente.

            Desde aquel inolvidable día todo comenzó a cambiar para Diana, cambios que, sin embargo, se suscitaron tan lenta y apaciblemente, que dieron a todos una natural sensación de fluidez. El tiempo transcurrió sin contratiempos de ninguna especie avanzando inexorablemente hacia un desenlace que nadie pudo prever. Claramente para Diana ya nada volvería a ser como antes, lo sabía con certeza y se entregaba enceguecida a disfrutar de cada día tan plenamente como su edad y experiencia le permitían. Ya no pasaba tanto tiempo con Jordan, su querido amigo. Ahora dedicaba sus tardes a Jonathan. Solían salir a caminar por la ciudad tomados de la mano conversando alegremente sobre todo lo que viniera a sus mentes. Ambos experimentaban una felicidad inimaginada hasta entonces. Sus paseos podían durar horas, a veces sin palabras y otras con exceso de ellas, tal como aquella tarde cuando la niña Diana estuvo a punto de hablar y no fue capaz. ¿Cómo podría hacerlo ahora? La incertidumbre era demasiado grande. Tenía miedo, mucho miedo. Y como siempre calló…
            Mientras sonreía, Jonathan relataba una anécdota que había vivido en su instituto, no hacía mucho tiempo, al inicio de aquel mismo año. Diana reía sin poder contenerse en tanto que él trataba de lograr algo de seriedad por parte de ella cuando le estaba contando aquello que tanto lo abochornaba y, aunque aquellas cristalinas risas no lo molestaban, sino que se maravillaba en su dulce musicalidad, se fingía irritado para lograr algún efecto de seriedad sin lograrlo en lo absoluto para, finalmente, contagiado de la comicidad del relato, reír de buena gana junto a ella, no obstante, en su fuero interno hubiera preferido que Diana no riera tanto cuando él trataba de ponerse serio. Normalmente ella también le contaba lo que le ocurría en el colegio, pero Jonathan trataba de no reír cuando algo le parecía gracioso, al menos no reír desenfrenadamente como le sucedía a ella. Aquella tarde, de pronto la risa cesó cuando sintió algo muy extraño, como si de pronto fuera a suceder algo extraordinario y Diana por fin le diría aquello que creía leer en sus ojos cuando ella se quedaba mirándolo por largo rato, tanto que, a veces fácil, él hubiera pensado que eran horas.
- Estoy hablando en serio. No te rías tanto.
Le dijo él conteniendo la risa en su garganta.
- Lo siento, no es lo que dices, es el cómo lo dices.
Encontrándole toda la razón él la abrazó para reír junto con ella.
- Yo también tengo algo que contarte…
Ella se detuvo y puso una cara muy seria de pronto, abriendo mucho los ojos, tanto que Jonathan se preocupó situándose al frente y comenzó a mirarla detenidamente hasta que pasados algunos segundos ella dijo:
- Hoy por la mañana llegué atrasada por primera vez y fue todo un acontecimiento. El profesor no me hubiera dicho nada, pero los compañeros protestaron. Que la injusticia y no sé qué más, así es que tuve que reportarme en la dirección.
Jonathan sonrió aliviado, pensando que no debía especular tantas cosas sobre su querida Diana, sin sospechar que ella moría por no atreverse a decir lo que en verdad quería decir, lo que realmente tenía que decir.
            Definitivamente ella sentía que era necesario sincerarse, pero el miedo se había transformado en terror y ese terror se tradujo en dos lágrimas deslizándose por sus mejillas que de pronto estuvieron tan pálidas como el mármol. Jonathan enternecido creyó ciegamente que la razón de tal estado era aquella pueril excusa. Lejos estaba de sospechar que, aunque verdadera, a Diana no le importaba en lo más mínimo.
- Tranquila, no es tan grave.
La abrazó tiernamente y secándole las lágrimas con sus dedos, la besó reconfortándola verdaderamente, pero no por la razón que él creía.
            Ella se sintió tan querida que no dejaba de preguntarse si Jonathan permanecería en su vida o se alejaría con el tiempo y la edad. Después de todo era su primer amor y sabía que los primeros amores no perduraban. Aquella posibilidad le provocaba una gran amargura. Estaba segura de que nunca sería capaz de querer a nadie como estaba queriendo a ese maravilloso joven. Tras algunas semanas de noviazgo a escondidas, estaba segura de que lo amaba y aunque todavía no había despertado en ella el deseo, sabía que él sería el padre de sus hijos, el compañero que ni siquiera se había atrevido a imaginar ni a soñar. Cómo podía sentirse tan completa al lado de alguien, era algo que no lograba entender. Tampoco lograba comprender cómo alguien como Jonathan, tan sereno, responsable y maduro pudiera haberse fijado en una niña. Porque ella era una niña de doce años y con el cuerpo de una niña de diez. No lo entendía, pero estaba feliz y agradecida de que así fuera.
* * *
            Algunas semanas más tarde luego de este episodio, Jonathan invitó a Diana a tomar helado a una conocida fuente de soda donde solía ir con sus compañeros de instituto. El lugar era amplio, luminoso y muy fresco. Las mesas redondas de cristal sintético parecían hechas de hielo. Diana, siendo una niña más bien frugal, pidió una pequeña copa de piña, su sabor favorito y Jonathan un gigantesco helado triple, cubierto de chocolate granizado.
            Cuando estaban en la mitad de sus helados un par de muchachas se les acercaron. Eran Tatiana y Melanie, compañeras de Jonathan en sus clases.
- Jonathan, ¿cómo estás?
Él se puso de pie para saludarlas amablemente. Diana observaba sin dejar de saborear su helado.
- ¿Cómo están?
Les dio un beso y un abrazo a cada una. Ellas miraron a Diana y sonrieron para luego comentar.
- Eres tan lindo Jonathan. Trajiste a tu hermana chica. ¡Hola!
Se le acercaron y la saludaron cariñosamente.
            Diana bajó la cabeza y esperó en silencio a que Jonathan se cohibiera ante aquel comentario. Después de todo era tan pequeña para él. Para su sorpresa él se molestó sin evidenciarlo más que en una expresión de seriedad.
- Diana es mi novia.
Las jóvenes se miraron una a la otra y luego a Diana quien les dirigió una mirada de orgullo.
- ¡Ah!, ¡qué bien! Bueno, nosotras nos tenemos que ir. Un placer conocerte…, Diana.
Rápidamente desaparecieron tal como habían llegado.
            Jonathan tomó asiento nuevamente y esta vez tomó la mano de Diana acariciándola con dulzura. Y sonriendo continuaron conversando como si nada. Pasados algunos minutos nuevamente alguien se acercó. Un muchacho rubio de rostro muy alegre quien saludó a Jonathan con un fuerte apretón de manos, un abrazo y luego desinhibidamente se acercó a Diana para saludarla con un beso en la mejilla. Jonathan lo invitó a sentarse. Su nombre era Donald Wahlberg y a diferencia de las jóvenes anteriores no hizo ningún comentario desagradable sino todo lo contrario, encontró a Diana muy bonita y comentó que Jonathan era un tipo afortunado. Normalmente hombres y mujeres diferían en su apreciación sobre Diana. A ellos les agradaba y no les parecía tan niña como a ellas. Sin duda ella tenía algo muy atractivo para el sexo opuesto. Jonathan lo sabía y no dejaba de preguntarse qué sucedería cuando ella creciera y se convirtiera en mujer. Pero en realidad no se preocupaba mayormente de eso. Lo que sí le preocupaba era la edad. La diferencia de edad que entre ellos existía. Tal vez tres años no es mucho tiempo, pero en este momento se notaba y para él era importante. Aquello lo hacía contenerse en todo aspecto. Nunca se propasaba en nada y estaba decidido a ser tan delicado con ella como sus fuerzas se lo permitieran. Para lograrlo jamás iba a lugares solitarios y evitaba acercársele demasiado, sin dejar de ser cariñoso, siempre la estaba cuidando, aunque dentro de sí moría con cada beso y cada abrazo que ella le brindaba.
- ¿Qué haces en la ciudad?
Preguntó Jonathan a Donnie mientras se acomodaba nuevamente en su asiento.
- Lo de siempre, visitando a la familia.
Respondió mientras miraba a Diana con una gran sonrisa.
- Y dime, ¿cómo has estado?
- Bien. Aprendiendo como loco.
Jonathan miró a Diana para comentarle:
- Va a ser cantante. Estudia música, baile…
Le dijo mientras sonreía casi divertido de la ocurrencia de su amigo Donnie, sin siquiera sospechar que sería aquel amigo artista quien en el futuro cambiaría su propia vida.
- ¿De verdad?
Preguntó Diana con una gran sonrisa.
- Bueno, si pienso hacer algo, tengo que hacerlo bien.
Dijo sonriendo con picardía.
- El espectáculo es un mundo muy exigente. Hay que ser muy trabajador y no dejarse abatir por las dificultades que pueden aparecer en el camino. No sólo está el tema de la competencia con otros que hacen lo mismo, está también el ojo del que trabaja el producto artístico desde la hegemonía del poder comercial, si algo no les parece productivo o muy prometedor no se interesan y ahí mueren muchos sueños. Si logras ser reconocido por ellos, luego tienes que seguir trabajando para mantenerte.
Dijo ella entre una y otra cucharada de helado y algún comentario de Donnie que Jonathan no escuchó ni tuvo consciencia.
Ante estos comentarios de Diana, él siempre se sentía sorprendido y perplejo, no sólo parecía saber tantas cosas, sino la forma de expresarse correspondía a una persona mayor. Donnie lo miró con la misma expresión, pero Jonathan no percibió la mirada de su amigo, mientras Diana no se daba por aludida entretenida como estaba con su helado.
- Es verdad, por ahora sólo estoy estudiando canto, piano y baile.
Dijo finalmente Donnie y con su alegre sonrisa continuó conversando con Jonathan y Diana largo rato, hasta que se retiró prometiendo a su “brother” una llamada telefónica.
            Se despidió cariñosamente de Diana y luego se alejó llevándose la enorme caja de helados que había venido a comprar y que ya estaba lista.
* * *
            El tiempo del colegio llegaba a su fin y el último día de clases se dejó caer abruptamente. Aquella mañana Jordan le pidió a Jonathan que lo llevara al colegio porque tenía que hacer algo muy importante y necesitaba de su ayuda. Al llegar, Jordan se acercó a Diana quien se encontraba en uno de los jardines frente al edificio principal. Jonathan se había quedado apoyado en el auto esperando pacientemente a que Norman lo llamara. Hasta la fecha nada le había dicho de su noviazgo con Diana. Lo mantenía en secreto para su familia. Ciertamente lo había conversado con ella insistiendo en que Jordan se molestaría cuando se enterara. Ella le decía que no, que Jordan estaría muy contento. Pero Diana nada sabía de la promesa que Jonathan le había hecho a su hermano y ella tampoco le había mencionado que Jordan sabía que ella lo quería, incluso desde antes de que ellos iniciaran su relación.
- ¡Jonathan, ven!
Llamó Jordan desde el jardín. Jonathan se acercó lentamente con las manos en los bolsillos.
- ¿No vas a saludar a Diana?
Dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
- Claro, por supuesto.
Respondió Jonathan sonriendo y sin saber cómo saludarla se acercó lentamente a Diana abrazándola de manera muy delicada.
- Vamos, déjate de niñerías, hermanito.
Le espetó dándole un empujón.
- Lo sé todo. Te he visto montones de veces con Diana. Sé que han estado saliendo desde hace como dos meses.
Jonathan puso cara de espanto y Jordan rió alegremente.
            En ese momento se acercó a ellos Perla quien venía sonriendo y acercándose a Jordan se apresuró para saltar a sus brazos y darle un acalorado beso en los labios. Jonathan no salía de su asombro y miraba a Diana quien sonreía sin proferir palabra mostrando su total sorpresa levantando los hombros y moviendo la cabeza de lado a lado.
- No eres el único que tiene sus secretos, hermanito.
Dijo Jordan balanceando el cuerpo de un lado a otro con Perla abrazada para reír de buena gana.
- Pero…
- Pero nada, Jon, puedes estar tranquilo. Yo estoy muy contento con mi bella princesa.
Le dijo sin aclarar el contenido de aquellas palabras, pero Jonathan captó el mensaje y pudo respirar aliviado.
- Diana, el director te espera en su oficina, parece que tiene noticias importantes.
Informó Perla y Diana cerró sus ojos para hacer una pequeña oración y luego alejarse del grupo sin explicar nada más.
            Luego de largos minutos de espera Diana volvió muy seria. Venía con las manos apretadas y caminando con cierta dificultad. Al llegar les contó que se había ganado una beca para ir a estudiar un curso de verano en una de las universidades más prestigiosas del país. Todos se alegraron mucho y la felicitaron por tan importante logro. Jonathan, por primera vez pudo mostrar delante de su hermano sus verdaderos sentimientos y el tipo de relación que sostenía con Diana. Jordan, quien continuaba abrazado de Perla, sintió una inmensa emoción de ver a su amiga junto a su hermano y se propuso hacer todo lo necesario para que aquello no terminara nunca.
* * *
            Pero el año había terminado y Diana haría un viaje a su ciudad de origen. El día de la despedida luego de un almuerzo en casa de la familia Knight, Jonathan fue al terminal de buses a dejar a su pequeña novia. Mientras esperaban la salida del bus comenzó la despedida que de pronto adquirió un tono triste y de gran pesadumbre.
            Jonathan y Diana permanecían abrazados sin querer soltarse, se acariciaban tiernamente y ella apoyaba su cabeza en el pecho de él.
- ¿Por qué te tienes que ir?
- Tengo algo muy importante que hacer, pero volveré pronto, lo prometo.
- Pero, ¿cuándo?
- No lo sé exactamente, pero trataré de que sea lo antes posible.
- Te quiero.
Le decía y la besaba. ¿Por qué tenía que ser siempre tan evasiva en sus respuestas?
            Él nunca la importunaba con preguntas, porque rápidamente había notado lo molesta y nerviosa que se ponía cuando se sentía interrogada. ¿Era tan mala su vida que siempre evitaba recordarla de cualquier manera? Estas interrogantes siempre angustiaban al buen Jonathan, pero nunca quiso causarle más dolor al hacerla recordar cosas que presentía que ella no quería recordar para nada.
            Por los parlantes se escuchó el último llamado para abordar el bus. Jonathan la abrazó con más fuerza queriendo nunca separarse de ella. Diana se aferró a su cuerpo para sentir todo su calor y su fuerza, fuerza que ahora necesitaba desesperadamente. Se aprontaba a iniciar un viaje decisivo para el resto de su vida y necesitaba toda su fuerza para culminar con éxito aquello que se había propuesto desde hacía tanto tiempo. Dónde encontraría esa fuerza, no lo sabía, pero sí sabía que ahora estaba recibiendo gran cantidad de su amado Jonathan. De ese abrazo surgió un beso suave, profundo, ardiente... Por primera vez Jonathan recorría el cuerpo de su Diana de una manera sensual, posesiva, acercándola hacia sí con deseo. Ella se dejó llevar por la fuerza de la pasión de hombre joven contenida tanto tiempo por Jonathan y a su vez sintió algo que nunca había experimentado, un deseo de fusión, algo egoísta porque nada en el mundo le importaba tanto como ser parte de la existencia de Jonathan, aquello le causó dolor y angustia, casi como si se sintiera más sola que nunca. El amor no podía provocarle aquel desconsuelo. Cayó en la cuenta, cuando ya se estaba instalada en su asiento, de que su miedo a perder a Jonathan era mayor del que previamente había experimentado cuando le escribió la carta confesándole toda la verdad. ¿Podría él entenderla? Anhelaba que así fuera, al mirarlo ahí abajo, tanto o más triste que ella entendió que sí, que él comprendería todo y lo aceptaría. Abrió la ventanilla y cuando el bus iniciaba su recorrido le dijo que en la guantera le había dejado una carta con un número telefónico para que la llamara, mientras él le gritaba que la amaba y que llamaría lo antes posible.
            Ninguno de los dos sospechaba todo lo que iba a ocurrir. Que aquélla sería una despedida definitiva porque nadie puede controlar los eventos que ocurren sin previo aviso y que separan a las personas de cruentas maneras. 

Monday, June 25, 2012

NEW KIDS ON THE BLOCK Y SU PERFECTA HUMANIDAD. CAPÍTULO 3


III
Siempre buscamos ser amados, cuando debiéramos amar simplemente. Nadie es digno de ser amado, todos somos dignos de amar, de experimentar el amor en la acción y no en la reacción.

            Desde la ventanilla del autobús mientras observaba las calles pasar una tras otra, Diana veía algunas casas tan sencillas que la invitaban a pensar en quién viviría en ellas, personas como todas las otras, personas que amaban, que odiaban, que se tenían que levantar cada mañana, ir a trabajar, volver por las tardes y tratar de ser feliz cada día. Más adelante se observaba un parque. En él los niños acompañados de sus madres o niñeras jugaban como si no existiera nada más en el mundo, por una esquina uno se caía dibujando en el rostro de la muchacha una sonrisa tierna al ver como una joven mujer, seguramente su madre, corría y lo levantaba en el aire mientras reía de buena gana al constatar que sólo había sido un susto. Mientras observaba pequeños detalles cotidianos de vidas ajenas que nunca formarían parte de la suya Diana se preguntaba por qué siempre terminaba haciendo lo que Jordan quería. Por ningún motivo ella deseaba aparecer por la casa de los Knight, pero de una u otra manera siempre terminaba haciendo eso mismo, instalada en aquella sencilla y maravillosa sala esperando a que Jordan llegara. Si tan sólo Kiara fuera más agradable. Aunque en realidad últimamente no podía quejarse, la pequeña niña se había portado relativamente bien. Pero eso no era lo que realmente le preocupaba. Lo que más la incomodaba era Jonathan y sus ojos color de miel…
            Siempre estaba pensando en Jonathan y él era tan frío con ella. Se preguntaba si alguna vez lograría conversar con él más de cinco minutos seguidos. Por qué siempre le costaba tanto que la quisieran… Aunque, si lo pensaba con atención no le había ido tan mal en las últimas semanas cuando el año casi llegaba a su fin, había encontrado un mejor amigo y por primera vez en su vida se había sentido parte importante en la vida de alguien, en la vida de su amigo Jordan al que amaba como si fuera un verdadero hermano.
            Algo mágico había ocurrido en aquel primer encuentro, momento en el que supo que todo en su vida cambiaría. Y claro que había cambiado, al fin se estaba sintiendo querida por ella misma… Tenía un amigo, un verdadero amigo, el hijo de una madre tan cariñosa que la hacía añorar las caricias de la madre que nunca tuvo, de la madre que imaginó, anheló y que no logró conquistar… ¿Algún día se atrevería a confesar su secreto? Tarde o temprano lo tendría que hacer, aunque por supuesto aquello implicaba un riesgo que, sin la menor duda, debía correr, pero que todavía no se atrevía a enfrentar. Por otro lado estaba Jonathan, como no amarlo si en sólo un instante se sintió tan pequeña y tan inmensa al mismo tiempo, como si su existencia se completara frente a otra existencia. Con un solo roce le había hecho descubrir a su piel una nueva calidez, un fuego que había comenzado arder y que ya no se apagaría nunca…
            Colgada al hombro cargaba su guitarra y pasada una esquina se aprontó a bajar del autobús. No le costó trabajo descender del vehículo, pero caminar sumida en sus cavilaciones sí se le hizo un verdadero martirio. Cómo podría quererla Jonathan si ella era apenas una niña. Estaba convencida de que él pensaba que ella era una niñita que  todavía jugaba con muñecas, nada más alejado de su realidad. Además, seguramente un muchacho tan mayor, como le parecía que era él, tendría más de algún romance y nunca se iba a fijar en ella, tan pequeña, deslucida y transparente. Porque para ella, para ser sincera consigo misma no tenía ningún atractivo físico. Era demasiado delgada y no tenía ninguna forma de mujer, ni busto, ni caderas, ni siquiera la prestancia de la elegancia que se suponía debía poseer. Siempre se sintió identificada con Marianela, aquella triste protagonista de la novela de Benito Pérez Galdós, pero para ella no había ningún ciego que amara su espíritu más que a su cuerpo y por supuesto ya sabemos cómo termina la historia, aparece la bella Florentina y el ciego que deja de ser ciego se enamora perdidamente de la belleza virginal de la prima recién llegada, olvidando por completo el amor que se suponía sentía por la nada agraciada Marianela, que muere de pena cuando confirma la lástima que su triste imagen provoca a la vista del ex ciego.
            Era en soledad cuando todas estas meditaciones la asaltaban y le provocaban tanto dolor que muchas veces terminaban en llanto y desconsuelo.
            Por fin luego de sólo tres cuadras, que le parecieron una vida entera, estaba en la casa de su amigo. Cruzó el jardín observando las bellas flores que la señora Albornoz cuidaba con tanto esmero y cariño. Se dispuso a golpear la puerta esperando que Jordan se encontrara al otro lado tal como se lo había prometido, pero no hubo aún tocado cuando la puerta se abrió encontrándose a boca de jarro con Jonathan, la persona que al mismo tiempo más deseaba y temía ver.
- … Hola… ¿Jordan está?
Musitó apenas en un hilillo de voz.
- Hola… No… Dijo que llegaría como en media hora. Acaba de llamar. Pero pasa, por favor.
La invitó a entrar mientras le sonreía tiernamente, algo parecía romperse por dentro de Diana, como si el corazón le diera un vuelco.
- Pero dijo que estaría aquí, lo prometió.
Dijo en voz alta con una voz cada vez más quebrada, como hablando consigo misma.
- Lo sé, también me lo dijo. Se suponía que me prestaría algo. Pero siéntate por favor.
- Gracias.
Se sentó mirando las innumerables cajas que se encontraban sobre los sillones y se preguntó qué significaría aquel desorden, nada habitual en aquella casa.
- Éste es mi hermanito. Últimamente le ha dado por ordenar un montón de cosas, todavía no lo consigue como es obvio. Ha estado bastante raro. Disculpa, pero ya me tengo que ir, Kiara anda por ahí, ella te hará compañía.
Palabras ante las cuales ella puso cara de circunstancia y casi suplicó sin habérselo propuesto, mostrando por primera vez, no miedo a quedarse con Kiara, sino ansiando estar con él y no dejarlo de ver.
- No, por favor, no me dejes sola.
- Si no pasa nada, mi hermanita ha madurado mucho en los últimos días.
Comentó Jonathan mirando hacia la cocina tratando de que Diana se sintiera confiada en que había cero riesgo para ella. En realidad ni él mismo se creía sus palabras preguntándose si Diana realmente temía quedarse a solas con su hermanita.
- Sí, por supuesto, ha pasado de las palabras bruscas a la total ignorancia. Es un gran progreso.
Jonathan rió.
- De acuerdo, de acuerdo, me quedaré un rato y haré de buen anfitrión. ¿Es lo que corresponde, no?
- Me parece que así es.
Dijo ella mientras se atrevía a sonreír con mayor confianza.
            Jonathan se sentó a su lado porque los sillones estaban todos muy ocupados. Por un momento el roce fue tan incómodo para ella como para él, aunque él apenas sospechaba que para ella era una incomodidad agradable.
            El silencio gobernó por unos momentos, que parecieron demasiado largos, hasta que él inició el diálogo. Diálogo que ninguno de los dos recordaría más tarde. El clima y su inestabilidad en los últimos días… Los últimos acontecimientos internacionales… Entre broma y broma recordaron la golpiza que Diana le propinara a la enorme Débora.
- Todavía me siento avergonzada.
Sonrosada inclinaba la cabeza como queriendo ocultar su vergüenza por el penoso incidente.
- No deberías. Tal vez no fue la mejor forma de solucionar un problema, pero eso sucedió. Le pegaste y fue todo. - dijo Damián mientras le daba pequeños toques en la mano tratando de levantarle el ánimo.
- Es que la violencia es negativa, está mal…
            De pronto sin saber por qué Jonathan comenzó a mirarla y ella no podía dejar de verlo. El tiempo se había detenido y ella comenzó a respirar con dificultad. Él le había tomado la mano y la estrechaba suave y firmemente. ¿Qué había en Diana que lo atraía con tanta fuerza? Tal vez la profundidad de esa mirada melancólica. Tal vez la pureza de unos labios que sabía tan cándidos y que presentía apasionados. No lo sabía exactamente y no podía dejar de acercársele. Ella sentía que moriría con cada segundo que transcurría y que la única manera de resucitar era con ese beso que anhelaba hacía tanto tiempo, que desesperadamente necesitaba con mayor premura, con urgencia a cada segundo que transcurría, sin siquiera conocer cómo podría ser, jamás había recibido un beso y lo deseaba tanto. Él pensaba en Jordan, en su promesa y no podía fallar… pero… la adoraba. Desde que la había visto por primera vez no podía dejar de pensar en ella. ¿Por qué había hecho esa estúpida promesa? La respuesta venía inmediatamente a su memoria, por su hermano, por el amor profundo que sentía por su hermano. No podía… No podía evitar sentir lo que sentía. Ella era como un sueño encarnado, un sueño que ni siquiera sabía que tenía. Un sueño de armonía, plenitud y confianza. Tan pequeña, tan frágil y tan delicada. La veía como una parte de su propia existencia, como un aire vital que hasta ese momento no sabía que necesitaba tanto para vivir. Ahora deseaba un beso, suave, tierno, cálido y sofocante…
            Pero unos gritos desesperados los hicieron ponerse de pie automáticamente y separar sus manos. Kiara venía gritando para pedir ayuda. Lo único que alcanzaron a comprender de todo aquello fue la palabra Pepito que la pequeña repetía una y otra vez al borde del paroxismo.
            La siguieron de prisa hasta llegar a la cocina donde descubrieron a Pepito retorciéndose en el suelo casi sin respiración. Con ambos cuartos delanteros intentaba desesperadamente quitarse algo del hocico sin éxito, mientras que Kiara lloraba sin poder hacer nada por su querida mascota. Diana sin dudar un solo instante se inclinó sobre el animal para sostenerlo con fuerza y abrirle el hocico metiendo sus dedos en él, logrando que el animal volviera a respirar normalmente. Luego de soltarlo, una vez tranquilizado, se quiso limpiar las manos y Jonathan aún sorprendido le extendió una toalla de papel. Kiara se lanzó a los brazos de Diana y sólo le agradeció por salvar a su mascota. La niña había intentado alimentar al perro mezclando el alimento con huesos de pollo que habían quedado del almuerzo. En los últimos días el animal había estado sin apetito y Kiara pensó que podría comer mejor si encontraba su comida más sabrosa. Nunca imaginó que podría atragantarse con uno de estos huesos. Recién en ese momento entendió que nada podía ser peor que darle huesos de pollo a su mascota. Y también se sintió muy arrepentida por lo grosera que había sido con Diana desde el primer día que la conoció.
- Algunas veces los perros pasan periodos de inapetencia, igual que los seres humanos. Sólo hay que observarlos por si dejan de comer o de beber agua. ¿Él dejó de comer?
Preguntó a Kiara mientras buscaba detergente para lavarse las manos.
- No dejó de comer, sólo comía menos.
Respondió la niña mientras tomaba a Pepito entre sus brazos para abrazarlo.
- Entonces está perfectamente saludable. Deberían llevarlo de todas maneras al veterinario para que le revisen la garganta por si tiene algún pedazo incrustado o alguna herida.
Kiara miró a Jonathan abriendo mucho los ojos.
- Yo me encargo. Tranquila hermanita. Ahora lleva a Pepito al patio y ponle agua, pero no lo obligues a beber.
Dijo mientras le frotaba la cabeza a su pequeña hermana.
- No, ya entendí. Gracias Diana, voy al patio.
- Dime Diana, ¿cómo supiste qué hacer?
Preguntó Jonathan mientras le extendía nuevamente la toalla de papel para que se secara las manos.
- Voy a ser veterinaria, siempre estoy estudiando… en realidad leyendo libros de biología y revistas sobre el cuidado de los animales, de los animales en general, amo a los animales.
- Ya veo. ¿También te gustan los peces?
Quiso saber Jonathan mientras se frotaba las manos.
- Claro que sí. Adoro el mar…
De pronto pareció recordar algo muy placentero.
- Entonces te va a encantar esto.
La tomó de la mano y la condujo por la casa hasta llegar a su habitación. Ella se dejó llevar sólo disfrutando del contacto de la mano de Jonathan.
            En ese lugar estaba instalado, hacía no más de dos días, un acuario no muy grande. Jonathan le explicó que él adoraba el mar y que su sueño frustrado era bucear. Ella le confesó que era una experiencia inolvidable. A sus doce años ya había buceado un par de veces, como un premio escolar al buen rendimiento académico. Fue todo lo que le contó y él se fascinó con el relato de aquella experiencia.
            Diana no dejaba de observar un diminuto pez color violeta y Jonathan no dejaba de observarla a ella que medianamente inclinada seguía al pececillo. Con su mano derecha tomó la mejilla izquierda de ella acercándola hacia sí. Ningún pensamiento atravesaba su mente. Ningún obstáculo se interponía entre ellos. En medio de su habitación las barreras cayeron y los temores desaparecieron. Naciendo la ternura de un suave beso, la caricia precisa en los cabellos de ella, jamás acariciados, finalizando con un intenso abrazo, que brindaba a Diana una sensación de sosiego, plenitud y seguridad. Para Jonathan la sensación de perpetuidad en otro ser, de una perfecta comunión y de un abandonarse a sí mismo para comenzar a vivir de ahora en adelante sólo para ella.
* * *
            Cuando Norman regresó tiempo más tarde encontró a Diana, Kiara y Jonathan conversando alegremente en la sala. Le sorprendió sobre todo el hecho de que su hermanita estuviera tan contenta junto a su amiga. Hasta donde él sabía Kiara no soportaba la presencia de Diana, la razón no era otra que los típicos celos fraternales. A pesar de esto no hizo ningún comentario y se limitó a sentarse y relatar la archiconocida excusa. Luego de lo cual sería la propia Kiara quien le contaría detalladamente la razón de su actual comportamiento, provocándole una gran alegría con la noticia.
            Esa tarde, Jordan sintió algo distinto en el ambiente y también se eximió de emitir algún comentario. Pero había algo diferente que no se animaba a desentrañar todavía. Entre tanto seguiría adelante con su plan. Como siempre Jonathan se excusó para retirarse, pero Jordan no lo dejó y prácticamente lo obligó a quedarse y demostrar uno de sus ocultos talentos: el canto.
- Cuando me pediste que trajera la guitarra me imaginé que necesitabas preparar algo para la escuela.
Dijo Diana mientras sacaba el instrumento delicadamente del bolso.
- También, pero antes de que nos dediquemos quisiera que practicáramos un poco aquí en la sala.
Esto lo dijo mirando alrededor y sintiéndose algo avergonzado por el excesivo desorden que había mantenido durante los últimos días.
            Tenía la secreta intención de que Diana escuchara la bella voz de su hermano y por supuesto de que Jonathan escuchara los perfectos acordes que ella lograba en la guitarra. No se amilanó por el desorden y se propuso sacar algunas cajas para sentarse un poco mejor, porque hasta ese momento se encontraba sentado en uno de los brazos del sillón.
            Diana tocó los primeros acordes y Jordan se dispuso a cantar. Kiara que se encontraba en silencio observando concienzudamente a su hermano recién llegado se adelantó y dio inicio a una serie ininterrumpida de bellas canciones. Jordan cantaba maravillosamente bien y Jonathan no se quedaba atrás, no por nada había estado en el coro de la iglesia por tantos años cuando eran más pequeños y aún vivían con su padre. Kiara por otro lado hubiese sido mejor que no cantara, a pesar de lo cual todos se alegraron sinceramente de que se atreviera y se integrara a aquella inusual actividad.
            Las horas pasaron rápidamente y llegó la hora de decir adiós. No se entendió cómo fue que finalmente, después de insistencias y negativas, Jonathan casi se ofreció para ir a dejar a Diana a su casa, quien se veía bastante compungida, pero también feliz de tan conveniente obligación que el joven había adquirido. Jordan entretanto se dio por satisfecho y se retiró a sus habitaciones sin proferir alguna otra palabra aquella noche. Tenía sospechas de que lo que había tramado tanto tiempo atrás, por fin hubiera resultado, pero ni ese día ni los que vinieron diría nada, ni a su hermano, ni a Diana. Eso sí, estaría atento y observante al menor indicio, los que por supuesto no tardaron en quedar en evidencia. Jonathan siempre tenía cosas que hacer y se perdía tardes enteras. Jordan sabía que su hermano era muy aplicado y se dedicaba con ahínco a los estudios, pero nunca había dedicado tanto tiempo fuera de la casa. Además, estaba esa expresión de simple felicidad que siempre habitaba en su rostro. Aquello le alegraba profundamente y decidió esperar a que su hermano le contara por sí mismo lo que le estaba sucediendo.