III
Siempre buscamos ser amados,
cuando debiéramos amar simplemente. Nadie es digno de ser amado, todos somos
dignos de amar, de experimentar el amor en la acción y no en la reacción.
Desde
la ventanilla del autobús mientras observaba las calles pasar una tras otra,
Diana veía algunas casas tan sencillas que la invitaban a pensar en quién
viviría en ellas, personas como todas las otras, personas que amaban, que
odiaban, que se tenían que levantar cada mañana, ir a trabajar, volver por las
tardes y tratar de ser feliz cada día. Más adelante se observaba un parque. En
él los niños acompañados de sus madres o niñeras jugaban como si no existiera
nada más en el mundo, por una esquina uno se caía dibujando en el rostro de la
muchacha una sonrisa tierna al ver como una joven mujer, seguramente su madre,
corría y lo levantaba en el aire mientras reía de buena gana al constatar que
sólo había sido un susto. Mientras observaba pequeños detalles cotidianos de
vidas ajenas que nunca formarían parte de la suya Diana se preguntaba por qué
siempre terminaba haciendo lo que Jordan quería. Por ningún motivo ella deseaba
aparecer por la casa de los Knight, pero de una u otra manera siempre terminaba
haciendo eso mismo, instalada en aquella sencilla y maravillosa sala esperando
a que Jordan llegara. Si tan sólo Kiara fuera más agradable. Aunque en realidad
últimamente no podía quejarse, la pequeña niña se había portado relativamente
bien. Pero eso no era lo que realmente le preocupaba. Lo que más la incomodaba
era Jonathan y sus ojos color de miel…
Siempre
estaba pensando en Jonathan y él era tan frío con ella. Se preguntaba si alguna
vez lograría conversar con él más de cinco minutos seguidos. Por qué siempre le
costaba tanto que la quisieran… Aunque, si lo pensaba con atención no le había
ido tan mal en las últimas semanas cuando el año casi llegaba a su fin, había
encontrado un mejor amigo y por primera vez en su vida se había sentido parte
importante en la vida de alguien, en la vida de su amigo Jordan al que amaba
como si fuera un verdadero hermano.
Algo
mágico había ocurrido en aquel primer encuentro, momento en el que supo que
todo en su vida cambiaría. Y claro que había cambiado, al fin se estaba
sintiendo querida por ella misma… Tenía un amigo, un verdadero amigo, el hijo
de una madre tan cariñosa que la hacía añorar las caricias de la madre que
nunca tuvo, de la madre que imaginó, anheló y que no logró conquistar… ¿Algún
día se atrevería a confesar su secreto? Tarde o temprano lo tendría que hacer,
aunque por supuesto aquello implicaba un riesgo que, sin la menor duda, debía
correr, pero que todavía no se atrevía a enfrentar. Por otro lado estaba Jonathan,
como no amarlo si en sólo un instante se sintió tan pequeña y tan inmensa al
mismo tiempo, como si su existencia se completara frente a otra existencia. Con
un solo roce le había hecho descubrir a su piel una nueva calidez, un fuego que
había comenzado arder y que ya no se apagaría nunca…
Colgada
al hombro cargaba su guitarra y pasada una esquina se aprontó a bajar del
autobús. No le costó trabajo descender del vehículo, pero caminar sumida en sus
cavilaciones sí se le hizo un verdadero martirio. Cómo podría quererla Jonathan
si ella era apenas una niña. Estaba convencida de que él pensaba que ella era
una niñita que todavía jugaba con
muñecas, nada más alejado de su realidad. Además, seguramente un muchacho tan
mayor, como le parecía que era él, tendría más de algún romance y nunca se iba
a fijar en ella, tan pequeña, deslucida y transparente. Porque para ella, para
ser sincera consigo misma no tenía ningún atractivo físico. Era demasiado
delgada y no tenía ninguna forma de mujer, ni busto, ni caderas, ni siquiera la
prestancia de la elegancia que se suponía debía poseer. Siempre se sintió
identificada con Marianela, aquella triste protagonista de la novela de Benito
Pérez Galdós, pero para ella no había ningún ciego que amara su espíritu más
que a su cuerpo y por supuesto ya sabemos cómo termina la historia, aparece la
bella Florentina y el ciego que deja de ser ciego se enamora perdidamente de la
belleza virginal de la prima recién llegada, olvidando por completo el amor que
se suponía sentía por la nada agraciada Marianela, que muere de pena cuando confirma
la lástima que su triste imagen provoca a la vista del ex ciego.
Era
en soledad cuando todas estas meditaciones la asaltaban y le provocaban tanto
dolor que muchas veces terminaban en llanto y desconsuelo.
Por
fin luego de sólo tres cuadras, que le parecieron una vida entera, estaba en la
casa de su amigo. Cruzó el jardín observando las bellas flores que la señora
Albornoz cuidaba con tanto esmero y cariño. Se dispuso a golpear la puerta
esperando que Jordan se encontrara al otro lado tal como se lo había prometido,
pero no hubo aún tocado cuando la puerta se abrió encontrándose a boca de jarro
con Jonathan, la persona que al mismo tiempo más deseaba y temía ver.
- … Hola… ¿Jordan está?
Musitó apenas en un
hilillo de voz.
- Hola… No… Dijo que llegaría
como en media hora. Acaba de llamar. Pero pasa, por favor.
La invitó a entrar
mientras le sonreía tiernamente, algo parecía romperse por dentro de Diana,
como si el corazón le diera un vuelco.
- Pero dijo que estaría aquí, lo
prometió.
Dijo en voz alta con
una voz cada vez más quebrada, como hablando consigo misma.
- Lo sé, también me lo dijo. Se
suponía que me prestaría algo. Pero siéntate por favor.
- Gracias.
Se sentó mirando las
innumerables cajas que se encontraban sobre los sillones y se preguntó qué
significaría aquel desorden, nada habitual en aquella casa.
- Éste es mi hermanito.
Últimamente le ha dado por ordenar un montón de cosas, todavía no lo consigue
como es obvio. Ha estado bastante raro. Disculpa, pero ya me tengo que ir, Kiara
anda por ahí, ella te hará compañía.
Palabras ante las
cuales ella puso cara de circunstancia y casi suplicó sin habérselo propuesto,
mostrando por primera vez, no miedo a quedarse con Kiara, sino ansiando estar
con él y no dejarlo de ver.
- No, por favor, no me dejes
sola.
- Si no pasa nada, mi hermanita
ha madurado mucho en los últimos días.
Comentó Jonathan
mirando hacia la cocina tratando de que Diana se sintiera confiada en que había
cero riesgo para ella. En realidad ni él mismo se creía sus palabras preguntándose
si Diana realmente temía quedarse a solas con su hermanita.
- Sí, por supuesto, ha pasado de
las palabras bruscas a la total ignorancia. Es un gran progreso.
Jonathan rió.
- De acuerdo, de acuerdo, me
quedaré un rato y haré de buen anfitrión. ¿Es lo que corresponde, no?
- Me parece que así es.
Dijo ella mientras se
atrevía a sonreír con mayor confianza.
Jonathan
se sentó a su lado porque los sillones estaban todos muy ocupados. Por un
momento el roce fue tan incómodo para ella como para él, aunque él apenas
sospechaba que para ella era una incomodidad agradable.
El
silencio gobernó por unos momentos, que parecieron demasiado largos, hasta que él
inició el diálogo. Diálogo que ninguno de los dos recordaría más tarde. El
clima y su inestabilidad en los últimos días… Los últimos acontecimientos
internacionales… Entre broma y broma recordaron la golpiza que Diana le
propinara a la enorme Débora.
- Todavía me siento avergonzada.
Sonrosada inclinaba
la cabeza como queriendo ocultar su vergüenza por el penoso incidente.
- No deberías. Tal vez no fue la
mejor forma de solucionar un problema, pero eso sucedió. Le pegaste y fue todo.
- dijo Damián mientras le daba pequeños toques en la mano tratando de
levantarle el ánimo.
- Es que la violencia es
negativa, está mal…
De
pronto sin saber por qué Jonathan comenzó a mirarla y ella no podía dejar de
verlo. El tiempo se había detenido y ella comenzó a respirar con dificultad. Él
le había tomado la mano y la estrechaba suave y firmemente. ¿Qué había en Diana
que lo atraía con tanta fuerza? Tal vez la profundidad de esa mirada
melancólica. Tal vez la pureza de unos labios que sabía tan cándidos y que
presentía apasionados. No lo sabía exactamente y no podía dejar de acercársele.
Ella sentía que moriría con cada segundo que transcurría y que la única manera
de resucitar era con ese beso que anhelaba hacía tanto tiempo, que
desesperadamente necesitaba con mayor premura, con urgencia a cada segundo que
transcurría, sin siquiera conocer cómo podría ser, jamás había recibido un beso
y lo deseaba tanto. Él pensaba en Jordan, en su promesa y no podía fallar…
pero… la adoraba. Desde que la había visto por primera vez no podía dejar de
pensar en ella. ¿Por qué había hecho esa estúpida promesa? La respuesta venía
inmediatamente a su memoria, por su hermano, por el amor profundo que sentía
por su hermano. No podía… No podía evitar sentir lo que sentía. Ella era como
un sueño encarnado, un sueño que ni siquiera sabía que tenía. Un sueño de
armonía, plenitud y confianza. Tan pequeña, tan frágil y tan delicada. La veía
como una parte de su propia existencia, como un aire vital que hasta ese
momento no sabía que necesitaba tanto para vivir. Ahora deseaba un beso, suave,
tierno, cálido y sofocante…
Pero
unos gritos desesperados los hicieron ponerse de pie automáticamente y separar
sus manos. Kiara venía gritando para pedir ayuda. Lo único que alcanzaron a
comprender de todo aquello fue la palabra Pepito que la pequeña repetía una y
otra vez al borde del paroxismo.
La
siguieron de prisa hasta llegar a la cocina donde descubrieron a Pepito retorciéndose
en el suelo casi sin respiración. Con ambos cuartos delanteros intentaba
desesperadamente quitarse algo del hocico sin éxito, mientras que Kiara lloraba
sin poder hacer nada por su querida mascota. Diana sin dudar un solo instante
se inclinó sobre el animal para sostenerlo con fuerza y abrirle el hocico
metiendo sus dedos en él, logrando que el animal volviera a respirar
normalmente. Luego de soltarlo, una vez tranquilizado, se quiso limpiar las
manos y Jonathan aún sorprendido le extendió una toalla de papel. Kiara se
lanzó a los brazos de Diana y sólo le agradeció por salvar a su mascota. La
niña había intentado alimentar al perro mezclando el alimento con huesos de
pollo que habían quedado del almuerzo. En los últimos días el animal había
estado sin apetito y Kiara pensó que podría comer mejor si encontraba su comida
más sabrosa. Nunca imaginó que podría atragantarse con uno de estos huesos.
Recién en ese momento entendió que nada podía ser peor que darle huesos de
pollo a su mascota. Y también se sintió muy arrepentida por lo grosera que
había sido con Diana desde el primer día que la conoció.
- Algunas veces los perros pasan
periodos de inapetencia, igual que los seres humanos. Sólo hay que observarlos
por si dejan de comer o de beber agua. ¿Él dejó de comer?
Preguntó a Kiara
mientras buscaba detergente para lavarse las manos.
- No dejó de comer, sólo comía
menos.
Respondió la niña
mientras tomaba a Pepito entre sus brazos para abrazarlo.
- Entonces está perfectamente
saludable. Deberían llevarlo de todas maneras al veterinario para que le
revisen la garganta por si tiene algún pedazo incrustado o alguna herida.
Kiara miró a Jonathan
abriendo mucho los ojos.
- Yo me encargo. Tranquila
hermanita. Ahora lleva a Pepito al patio y ponle agua, pero no lo obligues a
beber.
Dijo mientras le
frotaba la cabeza a su pequeña hermana.
- No, ya entendí. Gracias Diana,
voy al patio.
- Dime Diana, ¿cómo supiste qué
hacer?
Preguntó Jonathan
mientras le extendía nuevamente la toalla de papel para que se secara las manos.
- Voy a ser veterinaria, siempre
estoy estudiando… en realidad leyendo libros de biología y revistas sobre el
cuidado de los animales, de los animales en general, amo a los animales.
- Ya veo. ¿También te gustan los
peces?
Quiso saber Jonathan
mientras se frotaba las manos.
- Claro que sí. Adoro el mar…
De pronto pareció
recordar algo muy placentero.
- Entonces te va a encantar esto.
La tomó de la mano y
la condujo por la casa hasta llegar a su habitación. Ella se dejó llevar sólo
disfrutando del contacto de la mano de Jonathan.
En
ese lugar estaba instalado, hacía no más de dos días, un acuario no muy grande.
Jonathan le explicó que él adoraba el mar y que su sueño frustrado era bucear.
Ella le confesó que era una experiencia inolvidable. A sus doce años ya había
buceado un par de veces, como un premio escolar al buen rendimiento académico.
Fue todo lo que le contó y él se fascinó con el relato de aquella experiencia.
Diana
no dejaba de observar un diminuto pez color violeta y Jonathan no dejaba de
observarla a ella que medianamente inclinada seguía al pececillo. Con su mano
derecha tomó la mejilla izquierda de ella acercándola hacia sí. Ningún
pensamiento atravesaba su mente. Ningún obstáculo se interponía entre ellos. En
medio de su habitación las barreras cayeron y los temores desaparecieron.
Naciendo la ternura de un suave beso, la caricia precisa en los cabellos de
ella, jamás acariciados, finalizando con un intenso abrazo, que brindaba a
Diana una sensación de sosiego, plenitud y seguridad. Para Jonathan la
sensación de perpetuidad en otro ser, de una perfecta comunión y de un
abandonarse a sí mismo para comenzar a vivir de ahora en adelante sólo para
ella.
* * *
Cuando
Norman regresó tiempo más tarde encontró a Diana, Kiara y Jonathan conversando
alegremente en la sala. Le sorprendió sobre todo el hecho de que su hermanita
estuviera tan contenta junto a su amiga. Hasta donde él sabía Kiara no
soportaba la presencia de Diana, la razón no era otra que los típicos celos
fraternales. A pesar de esto no hizo ningún comentario y se limitó a sentarse y
relatar la archiconocida excusa. Luego de lo cual sería la propia Kiara quien
le contaría detalladamente la razón de su actual comportamiento, provocándole
una gran alegría con la noticia.
Esa
tarde, Jordan sintió algo distinto en el ambiente y también se eximió de emitir
algún comentario. Pero había algo diferente que no se animaba a desentrañar
todavía. Entre tanto seguiría adelante con su plan. Como siempre Jonathan se
excusó para retirarse, pero Jordan no lo dejó y prácticamente lo obligó a
quedarse y demostrar uno de sus ocultos talentos: el canto.
- Cuando me pediste que trajera
la guitarra me imaginé que necesitabas preparar algo para la escuela.
Dijo Diana mientras
sacaba el instrumento delicadamente del bolso.
- También, pero antes de que nos
dediquemos quisiera que practicáramos un poco aquí en la sala.
Esto lo dijo mirando
alrededor y sintiéndose algo avergonzado por el excesivo desorden que había
mantenido durante los últimos días.
Tenía
la secreta intención de que Diana escuchara la bella voz de su hermano y por
supuesto de que Jonathan escuchara los perfectos acordes que ella lograba en la
guitarra. No se amilanó por el desorden y se propuso sacar algunas cajas para
sentarse un poco mejor, porque hasta ese momento se encontraba sentado en uno
de los brazos del sillón.
Diana
tocó los primeros acordes y Jordan se dispuso a cantar. Kiara que se encontraba
en silencio observando concienzudamente a su hermano recién llegado se adelantó
y dio inicio a una serie ininterrumpida de bellas canciones. Jordan cantaba
maravillosamente bien y Jonathan no se quedaba atrás, no por nada había estado
en el coro de la iglesia por tantos años cuando eran más pequeños y aún vivían
con su padre. Kiara por otro lado hubiese sido mejor que no cantara, a pesar de
lo cual todos se alegraron sinceramente de que se atreviera y se integrara a
aquella inusual actividad.
Las
horas pasaron rápidamente y llegó la hora de decir adiós. No se entendió cómo
fue que finalmente, después de insistencias y negativas, Jonathan casi se
ofreció para ir a dejar a Diana a su casa, quien se veía bastante compungida,
pero también feliz de tan conveniente obligación que el joven había adquirido.
Jordan entretanto se dio por satisfecho y se retiró a sus habitaciones sin
proferir alguna otra palabra aquella noche. Tenía sospechas de que lo que había
tramado tanto tiempo atrás, por fin hubiera resultado, pero ni ese día ni los
que vinieron diría nada, ni a su hermano, ni a Diana. Eso sí, estaría atento y
observante al menor indicio, los que por supuesto no tardaron en quedar en
evidencia. Jonathan siempre tenía cosas que hacer y se perdía tardes enteras. Jordan
sabía que su hermano era muy aplicado y se dedicaba con ahínco a los estudios,
pero nunca había dedicado tanto tiempo fuera de la casa. Además, estaba esa
expresión de simple felicidad que siempre habitaba en su rostro. Aquello le
alegraba profundamente y decidió esperar a que su hermano le contara por sí
mismo lo que le estaba sucediendo.
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