En un solo instante todo puede
cambiar en nuestras vidas. En un solo segundo el destino puede tornarse de
cierto a incierto...
Jordan
caminaba deprisa por uno de los pasillos del colegio. Iba atrasado, cosa que no
era normal en él y por lo mismo estaba más preocupado a cada instante y cada
paso que daba apresuraba más al siguiente. De pronto, sin saber cómo ni por qué
todo a su alrededor pareció girar. Sorprendido sintió algo así como un mar de
libros que cayeron a su alrededor en medio de un alboroto de hojas, un agudo
grito que no supo de donde venía y pequeños dolores que no comprendió hasta que
todo hubo terminado. Fue en ese momento, y sentado sobre el piso, que pudo ver
junto a él a una niña tendida, igual como él lo estaba, a escasos centímetros con
una graciosa expresión enmarcada en un semblante luminoso. Ambos se miraron en
silencio hasta que unas estruendosas carcajadas rompieron el congelamiento que
ambos padecían, según su percepción, por demasiado tiempo. Tuvo que hacer
acopio de todas sus fuerzas para hablar.
- Lo siento, no te vi. Tenía
prisa…
Dijo él a modo de
disculpa, al tiempo que se ponía de pie y la ayudaba a levantarse y a recoger
todo aquel desastre esparcido a su alrededor.
- No te preocupes, yo tampoco te
vi y también tenía algo de prisa.
Respondió ella
mientras recogía los textos diseminados a su alrededor, evidentemente
confundida, pero más que todo dolorida por aquí y por allá aunque nada de
gravedad que hiciera que ni ella ni él se preocuparan de lo maltrechos que se
sentían.
- ¿Por qué tantos libros?
Preguntó él sin
contener su clásica curiosidad mientras recogía los libros y ayudaba a
ordenarlos.
- Soy la “Monitora de biblioteca”…
Dijo ella de una forma
monótona y suave, acompañando la frase con una expresión facial acongojada,
bastante divertida para el sorprendido Jordan.
Aquella
era suficiente explicación y no quiso parecer inoportuno haciendo más preguntas
de las evidentes, y que pudieran revelarlo demasiado impertinente. Sin embargo,
y a pesar de su esfuerzo y prudencia, no pudo contener una de las múltiples
interrogantes que se arremolinaban en su mente escapándosele casi en forma automática.
- ¿Cómo te llamas?
La miraba perplejo y
mostraba su clásica sonrisa, amplia y franca.
- Diana Elster, y tú. ¿Me dijiste
cuál que era tu nombre?
- Jordan Knight.
Dijo él mientras le
estiraba la mano y sin dejar de observarla la saludó cordialmente,
evidentemente impresionado por algo que no comprendía. Ella sonreía con
simpleza.
- Bien, Jordan Knight, ha sido un
placer conocerte y también toda una sorpresa, gracias por ayudarme.
Dijo Diana mientras
respondía el apretón de manos para luego alejarse de allí sin decir alguna otra
cosa por uno de los pasillos, cargando los libros que ya habían sido ordenados
y apilados sobre sus aparentemente frágiles brazos. Norman se quedó parado
observándola alejarse con una enorme sonrisa que parecía dibujada en su rostro,
una sonrisa que duraría mucho más tiempo del necesario, a pesar de la
reprimenda de su maestra por el atraso de aquella mañana.
* * *
Por
la tarde cuando volvió a casa, Jordan aún dibujaba aquella linda sonrisa que le
quedara casi perpetuamente en la cara luego del gracioso incidente que tuviera
aquella mañana con la muchacha. Cruzó el jardín, abrió la blanca puerta de su
casa y subió en tres trancadas las escaleras hasta llegar a la habitación donde
encontró a su hermano, con quien la compartía, trabajando en el escritorio.
Apenas lo saludó para tenderse de un salto sobre la cama cruzando los brazos detrás
de la cabeza. Luego de varios minutos en esa cómoda posición y tras un aparente
y apacible silencio Jordan, con una sonrisa incontenible emitió algunas
palabras que no fueron entendidas por su hermano, el que se encontraba absorto
en sus deberes, sólo la percepción de un rumor distante hizo volverse a Jonathan
y preguntar qué le había dicho el sonriente Jordan.
- Digo que hoy es un gran día.
Repitió Jordan tan
feliz que parecía no querer nunca dejar de sonreír.
- Y eso, ¿es una nueva moda? ¿De
cuándo acá tan contento?
Preguntó el hermano
mayor del muchacho, a quien le pareció graciosa, hasta ridícula la expresión de
Jordan.
- Nada, es sólo que pienso que
hoy es un gran día.
Repitió Jordan
fruitivamente, casi regocijándose en sus palabras.
- Okey, y yo tengo que creerte…
bueno, oye hermano, y ¿me trajiste el libro?
Preguntó Jonathan
recordando, de pronto, cuanto necesitaba aquel libro que su hermano había
prestado sin su autorización.
- Obvio, ahí está en el bolso.
Respondió Jordan sin
darle mayor importancia a la pregunta.
Jonathan,
se puso de pie y sin molestia, casi con ansiedad se inclinó sobre el destartalado
bolso de su hermanito para extraer el libro que necesitaba, un texto con
cubierta negra, bastante raída por el uso y antigüedad del volumen y lo observó
algunos segundos acusando una expresión desconfiada y nada amigable.
- ¡Oye, éste no es mi libro!
¿Dónde está el mío?
Reclamó mientras
examinaba con más cuidado el interior del bolso.
- ¿Cómo que no es? Ése es.
Insistió Jordan.
- Te digo que no, este libro es
de biología y el mío es de física.
Lo miró algo enojado
al tiempo que le extendía el volumen para que su hermano lo viera. Pero Jordan
no estaba tan interesado en lo que Jonathan le decía, lo que produjo en el joven
una mayor molestia.
- ¡Te estoy hablando, hermano!,
este libro no es mío, es de una tal… Diana Elster, mira.
Sólo en ese momento
Jordan prestó real atención.
- ¿Qué? ¡Es suyo!
Dijo, mientras se
iluminaba su semblante de alegría, lo que hizo que su hermano se enojara
realmente.
- Eso dice. ¿Y ahora qué voy a
hacer? Te estaba esperando para poder terminar mi trabajo que es para mañana,
te lo recuerdo por si lo has olvidado, no tengo más tiempo. Aquí no hay ninguna
dirección, estoy perdido, no puedo inventar el trabajo.
Habló levantando el
tono de voz y dejándose caer pesadamente sobre la silla. Parecía derrotado y
apesadumbrado.
- Tranquilo hermanito, siempre
hay alguna solución.
- No, no siempre hay solución,
¡ahora no hay solución y te lo debo a ti! ¿Cómo pudiste prestar mi libro y más
encima a escondidas? Sabiendo que yo lo ocupo todo el tiempo.
Perdiendo su
compostura habitual, Jonathan levantó bruscamente la voz, sonando casi agresivo.
- Lo siento, no fue con mala
intención, yo nunca…
- Lo siento, lo siento... con
sentirlo nada cambiará, ya no hay nada que pueda hacer, la biblioteca pública
está cerrada por reparaciones, ya estuve ahí, y ésa era la única alternativa, pero
confié en ti, me juraste que lo traerías hoy. Ese libro es muy raro Jordan, creo
que es lo único bueno que papá me dio.
Dijo mientras
recordaba a su padre. Lo vio jugando por la casa a las escondidas.
Jonathan
sabía que sus palabras no eran justas para con su “progenitor”, prefería pensar
en él en estos términos, pero la rabia que aún llevaba en lo profundo de sí lo
enceguecían al gran amor que de todos modos sentía por él. Un divorcio nunca es
fácil de asimilar para ningún hijo y menos el engaño y la traición. Al menos eso
pensaba o más bien, creía Jonathan. Todavía, a pesar de que ya habían
transcurrido más de dos años, no lograba perdonar a su padre. Cómo pudo hacer
lo que hizo, ¿cómo?, si eran tan felices, hasta hermanos adoptivos tenía, cosa
nada común, pero que para la familia Knight había significado grandes
satisfacciones.
Su
familia parecía una familia tan especial, tan unida y tan solidaria. Los hijos
propios Helen, Anne, Jonathan, Jordan y Kiara tuvieron además tres hermanos
adoptivos, Susana, Alberto y José, quienes llegados desde otras regiones nunca
sintieron ninguna diferencia con sus hermanos, hijos naturales de la pareja Knight.
Una pareja que pese a sus grandes recursos económicos, poseía la sencilla
calidez del amor familiar. Sin embargo, todo eso cambió. Richard Knight se
enamoró de otra mujer y abandonó a su esposa legítima, no sin antes haber
pasado por una serie de grandes conflictos maritales de los cuales Jonathan y Anne
fueron los únicos testigos, por lo cual Jonathan no entendía ni perdonaba a
Anne quien decidió quedarse a vivir con el padre en la casa familiar. Jonathan
nunca entendió las razones de su hermana para “abanderarse” por el padre en
desmedro de “su” madre, quien aparecía ante los ojos del joven como la gran
víctima de todo aquel desastre, pues, no sólo perdió el marido, también perdió
la casa y a los hijos, Anne y los hijos adoptivos Susana, Alberto y José
quienes se quedaron con su padre. Helen por su parte estaba recién casada y no
tuvo que pasar por ningún conflicto de intereses familiares, permaneciendo
neutral a todo el problema y convirtiéndose en el único lazo que todavía unía a
esta desintegrada familia.
Pero
algo sacó a Jonathan bruscamente de estos pensamientos, fue Kiara, la menor de
los hermanos, una niña bastante más caprichosa que todos sus hermanos juntos,
con una sensibilidad poco entendida y un carácter bastante incomprensible.
- ¡Jordan, Jordan, te buscan!
Dijo mientras entraba
en la habitación de sus hermanos con una voz tan chillona que no dejaba
indiferente a nadie que alcanzara a oírla a unos dos kilómetros de distancia.
- ¿Quién es?
Preguntó Jordan
tratando de recuperarse del sobresalto.
- No sé, una… mujer, nunca la
había visto.
Dijo Kiara mientras
arrugaba la nariz.
- ¿Dijo su nombre?
Preguntó Jonathan
quien obtenía información de su hermanita con mayor facilidad que el resto de
la familia.
- Sí, Diana… y no recuerdo que
más.
Jordan casi saltó de
alegría mientras un aire de tranquilidad inundó a Jonathan.
- Y, dime hermanita, ¿cómo es
ella?
Dijo Jordan mientras
miraba de reojo a su hermano.
- ¡Ufff!, muy fea, horrible y muy
pesada.
Ambos jóvenes se
miraron y sonrieron al conocer las triquiñuelas de su adorable hermanita.
- Y, ¿dónde está?
Preguntó Jordan con
evidente interés.
- ¿Dónde va a estar? Afuera.
Respondió ella con la
naturalidad de una bestia.
Sin
esperar respuesta, Jordan bajó las escaleras corriendo mientras Jonathan se
dedicó a darle a su hermanita de ocho años un sermón sobre los buenos modales. Jordan,
en tanto, se encontró rápidamente en el dintel de la puerta buscando a su nueva
amiga. No la vio de inmediato hasta pasados algunos segundos, cuando ella
sonriendo se le acercaba lentamente con Pepito, el perro de la casa, en los
brazos.
Durante
algunos minutos permanecieron en silencio sólo sonriendo. Comprendiéndose sin
palabras, la alegría que cada uno provocaba en el otro no tenía explicación y
se generaba con naturalidad, simplemente les bastaba mirarse para sonreír de
inmediato.
Jordan
siempre fue un chico alegre. Eso a pesar de los problemas que su familia pasara
tan dolorosamente. Él, a pesar de no involucrarse directamente en los conflictos,
principalmente debido a su corta edad, se daba perfecta cuenta de todo, pero
con esa especie de protección contra el dolor que naturalmente poseía, no se
veía mayormente afectado.
- Es bueno verte otra vez.
Le dijo él, al tiempo
que asentía con la cabeza.
- Disculpa por presentarme de
esta manera, pero tengo algo que no me pertenece y creo que tú tienes algo mío.
Le dijo ella mientras
sonreía tranquilamente.
- Es verdad, acabo de darme
cuenta, ¿pero cómo llegaste hasta aquí?
Preguntó él aún
sorprendido por su visita.
- Tu libro tenía la dirección.
Sólo tomé el autobús. Pero dime algo, creí que te llamabas Jordan y en el libro
dice Jonathan.
El muchacho sonrió y
se dispuso a responder pero Kiara apareció de pronto arrebatando de las manos
de Diana a Pepito, sin que su hermano mayor alcanzara a reaccionar. Quiso
seguirla, pero Diana lo sostuvo del brazo impidiéndole tal arrebato.
- Disculpa, es una niña muy
impertinente.
Dijo él bastante
consternado por el “numerito” de su hermana.
- Tranquilo, no hay problema, yo
también me enojaría si algún desconocido tomara a mi perro sin mi permiso, eso
si es que tuviera un perro.
Respondió ella
logrando recuperar la extraviada sonrisa de Jordan.
- De todos modos no tiene excusa,
pero ven, quiero que conozcas a mi hermano, él se llama Jonathan, el libro es
suyo y lo necesitaba urgentemente, créeme, es un milagro que hayas decidido
venir.
Dijo sin dale tiempo
de responder la tomó de la mano conduciéndola por la casa y las escaleras hasta
llegar a su habitación.
Al
entrar y sin dejar de sentirse como una intrusa Diana pudo observar al hermano
de Jordan, quien se encontraba inclinado sobre el escritorio, aparentemente muy
concentrado. La luz que entraba por el tragaluz a su izquierda caía sobre el
muchacho como varios rayos separados. Por un momento quedó enceguecida por la
excesiva luminosidad, experimentando una extraña sensación, algo así como un
dolor de estómago, y mientras él giraba hacia ellos dejó de verlo con la
claridad inicial por efecto del rebote de los rayos solares. Jonathan se puso
de pie casi de un salto y en menos de dos segundos se encontraba frente a ella.
- Jonathan, ella es Diana Elster.
Por equivocación ella se llevó tu libro y yo me traje el de ella.
Al terminar de hablar
Jordan no pudo dejar de sentirse incómodo ante lo que observaba. Su hermano y
la niña no dejaban de mirarse de una manera extraña. Jonathan y Diana parecían
brillar frente a los ojos de Jordan, el que estaba en medio sin saber qué hacer
ni qué decir confundido por un presentimiento que en ese minuto lo abrumaba y
que no olvidaría por el resto de sus días.
- Jonathan, Diana…
Musitó Jordan con una
voz apenas audible para presentar a su hermano y su nueva amiga.
- Es un gusto, Diana… conocerte.
Dijo Jonathan
mientras le tomaba la mano para saludarla mirándola detenida y fijamente, con
ese don de sensualidad que Jordan muy pocas veces le había visto, a pesar de lo
cual disimuló perfectamente su incipiente irritación.
- Lo mismo digo… yo, traje algo
que te pertenece.
Se volvió para extraer
el libro de la confusión del morral que cargaba cruzado en su débil torso.
- De verdad te lo agradezco, hace
quince minutos atrás estaba muy enojado con mi hermano por haberlo prestado. Creo
que por aquí tengo el tuyo… ya sé que fue un equívoco, no te preocupes.
Se volvió hacia el
escritorio para tomar el otro texto volviendo de inmediato junto a Diana.
- Perfecto, ya no hay ningún
problema para ti hermano, has recuperado tu mentado libro y Diana el suyo.
Jordan tomó los
libros e hizo el intercambio impidiendo que ellos se tocaran.
- Claro, gracias Diana.
Jonathan habiendo
notado la molestia de su hermano no se dio por aludido y brindando a Diana una
de sus encantadoras sonrisas no dejó de mirarla.
- No es nada, también yo
necesitaba mi libro, por eso me atreví a venir… ¡Uy!, acabo de recordar que
tengo que estar de vuelta en la pensión en media hora. Es tiempo de irme. Jordan,
¿me dejas en la parada de autobús?
Haciendo un esfuerzo
por salir del estupor en que se encontraba, Diana dijo lo primero que se le
ocurrió.
- De acuerdo.
- Pero tranquila, yo te llevo. De
alguna manera tengo que agradecer tu gentileza.
Dijo Jonathan bajando
el tono de su voz.
- Es verdad, podemos ir a
dejarte. Jonathan conduce, no muy bien, hasta el momento no ha atropellado a
nadie.
Jordan haciéndose el
gracioso trató de disimular la molestia que sentía contra su hermano.
- Oye, ¿qué te pasa? Ya quisieras
tener licencia, pero a los niños pequeños no les dan.
Jonathan bromeando
con su hermano, continuaba impertérrito frente al desasosiego de Jordan.
- Sabes que la tuya es especial
por el problema de mamá, tampoco tienes edad.
- ¿Problema? - peguntó Diana.
- Mamá tiene dificultades motoras
para conducir, nada grave, por eso conduzco yo.
- Pero no puedo aceptar, eso
sería abusar de su buena voluntad…
Diana tratando de
zafarse de la oferta y sin saber por qué empezó a retroceder.
- No hay problema, será un
placer. Vamos.
Dijo Jonathan
mostrando las llaves del vehículo sin aceptar ninguna de las excusas que Diana
intentaba dar. Jordan por su parte la detuvo tomándole el brazo y la condujo
escaleras abajo.
Luego
de avisar a la señora que los cuidaba y a su hermana del viaje, se fueron. Ellos
prometieron volver pronto, pues Jonathan debía ir a buscar a su madre que aún estaba
en el trabajo. Ella nunca llegaba temprano, no podía por el trabajo que tenía.
Era maestra de escuela y sus días los dedicaba a esa labor para poder sostener
su hogar.
En
el automóvil Diana fue obligada a sentarse adelante y Jordan quedó en el
asiento trasero, no sin inclinarse hasta el frente para conversar con su nueva amiga.
En ese viaje Diana supo algo más acerca de los muchachos y ellos supieron más
sobre ella. Jordan tenía trece años, casi catorce. Jonathan había cumplido los quince
no hacía mucho y ella tenía doce años recién cumplidos. Vivía en una pensión
estudiantil porque había ganado una beca para estudiar en la secundaria donde Jordan
también asistía, una de las mejores del país, y se había trasladado hacía como
un mes. Por eso Norman nunca la había visto antes. También supieron que ella
era huérfana y bastante independiente para su corta edad. Eso fue lo único que
ella les comentó, pese a que ellos trataron de muchas maneras de sonsacarle alguna
otra información. No dejó de parecerles, por cierto, extremadamente misteriosa
y enigmática y hasta se atrevieron a bromear con el asunto y ella graciosamente
se hizo la desentendida hasta que ellos finalmente desistieron del
interrogatorio que febrilmente habían iniciado, principalmente porque el tiempo
se agotó y llegaron rápidamente a la pensión donde ella vivía, pues no estaba
tan lejana de su casa.
Luego
de haberla dejado en la puerta de la enorme casona, los chicos volvieron a casa
en un completo silencio. Fue entonces que al llegar, y sin descender del
vehículo, los hermanos tuvieron una larga conversación, donde Jordan le expresó
su molestia por el incidente en la habitación cuando Jonathan coqueteó
descaradamente con la joven.
- Escúchame, Jon, ella interesa.
Necesito y te exijo que no te acerques.
Jordan habló con una
seriedad que sorprendió mucho a Jonathan, sobre todo por el tono y aparente
madurez de su hermanito.
- Pero si ya te dije que no, es
sólo una niña.
Dijo aquello sin
mucho convencimiento.
- Niña… ¿Cuándo te ha importado
eso? ¿Recuerdas a Verónica… y a Gisella?
Jordan lo miraba
directo a los ojos.
- Sí, recuerdo. Era más chico, me
creía galán. Ya me disculpé por eso más de una vez.
Dijo algo fastidiado
por aquello que ya creía resuelto.
- ¡Ah! ¿Y ya no? - dijo en tono
irónico – Bueno, es cierto, lo hiciste, pero no lo he olvidado. Ahora apenas
conozco a otra chica y tú te pones inmediatamente en plan de conquista.
- Fue sin querer, no era mi
intención. Pero escucha, juro que no me acerco.
Jonathan trataba de
ser sincero.
- Creo que después de todo te
pareces bastante a papá.
Aquella observación
fue el dedo en la llaga. Nada pudo dolerle tanto a Jonathan como aquella
comparación entre su inclinación hacia el sexo femenino, cosa muy natural a su
edad, y la aventura descarada de su padre.
- No me digas eso. Nunca me
compares con él.
Luego de un silencio
y de un suspiro prolongado, Jonathan dijo.
- Escucha. Te juro por lo más
sagrado que esta vez no te fallaré. Sé que con aquellas chicas no te hice
ningún mal. Tampoco te gustaban tanto, pero esta vez me queda bien claro tu
interés en esta niña, así es que no me acercaré de ningún modo a ella. Lo juro.
- Lo juras. ¿Lo juras? ¿Sabes lo
que significa jurar?
- Por supuesto que lo sé. Fui al
catecismo sabes y aprendí bien mis lecciones. LO JURO, por Dios.
Dijo aquello mirando
hacia el cielo.
- De acuerdo, te creo hermano.
Jordan extendió la
mano, firmando el compromiso, para luego abrazar a su querido Jon.
Y
era cierto. En verdad Jonathan pretendía cumplir con su palabra. Necesitaba
cumplir con lo jurado. No era cuestión de un romance más o un romance menos.
Sino la autoafirmación como líder y protector de sus hermanos. Se trataba de
ser el soporte que mantuviera la integridad de su desmembrada familia. Pensaba
que era él quien debía guiar a sus hermanos menores en el camino a convertirse
en buenas personas. Pero había algo… algo en los ojos de esa niña, algo que sin
siquiera conocerla lo confundía y que a esas alturas lo hacía dudar de su
propósito. Algo dentro de él había cambiado en un solo instante, en el roce de
una delicada mano que con su solo recuerdo lo conmovía. Algo en esos ojos
pardos que lo iluminaba para luego hacerlo descender en un precipicio de ahogo…
Pero no podía fallar. Su hermano no se lo merecía, su hermano confiaba en él,
su hermano lo necesitaba y su lealtad estaba, primero que todo, con su querido
hermanito Jordan.
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