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Saturday, June 23, 2012

NEW KIDS ON THE BLOCK Y SU PERFECTA HUMANIDAD. CAPÍTULO 1


I
En un solo instante todo puede cambiar en nuestras vidas. En un solo segundo el destino puede tornarse de cierto a incierto...

            Jordan caminaba deprisa por uno de los pasillos del colegio. Iba atrasado, cosa que no era normal en él y por lo mismo estaba más preocupado a cada instante y cada paso que daba apresuraba más al siguiente. De pronto, sin saber cómo ni por qué todo a su alrededor pareció girar. Sorprendido sintió algo así como un mar de libros que cayeron a su alrededor en medio de un alboroto de hojas, un agudo grito que no supo de donde venía y pequeños dolores que no comprendió hasta que todo hubo terminado. Fue en ese momento, y sentado sobre el piso, que pudo ver junto a él a una niña tendida, igual como él lo estaba, a escasos centímetros con una graciosa expresión enmarcada en un semblante luminoso. Ambos se miraron en silencio hasta que unas estruendosas carcajadas rompieron el congelamiento que ambos padecían, según su percepción, por demasiado tiempo. Tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para hablar.
- Lo siento, no te vi. Tenía prisa…
Dijo él a modo de disculpa, al tiempo que se ponía de pie y la ayudaba a levantarse y a recoger todo aquel desastre esparcido a su alrededor.
- No te preocupes, yo tampoco te vi y también tenía algo de prisa.
Respondió ella mientras recogía los textos diseminados a su alrededor, evidentemente confundida, pero más que todo dolorida por aquí y por allá aunque nada de gravedad que hiciera que ni ella ni él se preocuparan de lo maltrechos que se sentían.
- ¿Por qué tantos libros?
Preguntó él sin contener su clásica curiosidad mientras recogía los libros y ayudaba a ordenarlos.
- Soy la “Monitora de biblioteca”…
Dijo ella de una forma monótona y suave, acompañando la frase con una expresión facial acongojada, bastante divertida para el sorprendido Jordan.
            Aquella era suficiente explicación y no quiso parecer inoportuno haciendo más preguntas de las evidentes, y que pudieran revelarlo demasiado impertinente. Sin embargo, y a pesar de su esfuerzo y prudencia, no pudo contener una de las múltiples interrogantes que se arremolinaban en su mente escapándosele casi en forma automática.
- ¿Cómo te llamas?
La miraba perplejo y mostraba su clásica sonrisa, amplia y franca.
- Diana Elster, y tú. ¿Me dijiste cuál que era tu nombre?
- Jordan Knight.
Dijo él mientras le estiraba la mano y sin dejar de observarla la saludó cordialmente, evidentemente impresionado por algo que no comprendía. Ella sonreía con simpleza.
- Bien, Jordan Knight, ha sido un placer conocerte y también toda una sorpresa, gracias por ayudarme.
Dijo Diana mientras respondía el apretón de manos para luego alejarse de allí sin decir alguna otra cosa por uno de los pasillos, cargando los libros que ya habían sido ordenados y apilados sobre sus aparentemente frágiles brazos. Norman se quedó parado observándola alejarse con una enorme sonrisa que parecía dibujada en su rostro, una sonrisa que duraría mucho más tiempo del necesario, a pesar de la reprimenda de su maestra por el atraso de aquella mañana.
* * *
            Por la tarde cuando volvió a casa, Jordan aún dibujaba aquella linda sonrisa que le quedara casi perpetuamente en la cara luego del gracioso incidente que tuviera aquella mañana con la muchacha. Cruzó el jardín, abrió la blanca puerta de su casa y subió en tres trancadas las escaleras hasta llegar a la habitación donde encontró a su hermano, con quien la compartía, trabajando en el escritorio. Apenas lo saludó para tenderse de un salto sobre la cama cruzando los brazos detrás de la cabeza. Luego de varios minutos en esa cómoda posición y tras un aparente y apacible silencio Jordan, con una sonrisa incontenible emitió algunas palabras que no fueron entendidas por su hermano, el que se encontraba absorto en sus deberes, sólo la percepción de un rumor distante hizo volverse a Jonathan y preguntar qué le había dicho el sonriente Jordan.
- Digo que hoy es un gran día.
Repitió Jordan tan feliz que parecía no querer nunca dejar de sonreír.
- Y eso, ¿es una nueva moda? ¿De cuándo acá tan contento?
Preguntó el hermano mayor del muchacho, a quien le pareció graciosa, hasta ridícula la expresión de Jordan.
- Nada, es sólo que pienso que hoy es un gran día.
Repitió Jordan fruitivamente, casi regocijándose en sus palabras.
- Okey, y yo tengo que creerte… bueno, oye hermano, y ¿me trajiste el libro?
Preguntó Jonathan recordando, de pronto, cuanto necesitaba aquel libro que su hermano había prestado sin su autorización.
- Obvio, ahí está en el bolso.
Respondió Jordan sin darle mayor importancia a la pregunta.
            Jonathan, se puso de pie y sin molestia, casi con ansiedad se inclinó sobre el destartalado bolso de su hermanito para extraer el libro que necesitaba, un texto con cubierta negra, bastante raída por el uso y antigüedad del volumen y lo observó algunos segundos acusando una expresión desconfiada y nada amigable.
- ¡Oye, éste no es mi libro! ¿Dónde está el mío?
Reclamó mientras examinaba con más cuidado el interior del bolso.
- ¿Cómo que no es? Ése es.
Insistió Jordan.
- Te digo que no, este libro es de biología y el mío es de física.
Lo miró algo enojado al tiempo que le extendía el volumen para que su hermano lo viera. Pero Jordan no estaba tan interesado en lo que Jonathan le decía, lo que produjo en el joven una mayor molestia.
- ¡Te estoy hablando, hermano!, este libro no es mío, es de una tal… Diana Elster, mira.
Sólo en ese momento Jordan prestó real atención.
- ¿Qué? ¡Es suyo!
Dijo, mientras se iluminaba su semblante de alegría, lo que hizo que su hermano se enojara realmente.
- Eso dice. ¿Y ahora qué voy a hacer? Te estaba esperando para poder terminar mi trabajo que es para mañana, te lo recuerdo por si lo has olvidado, no tengo más tiempo. Aquí no hay ninguna dirección, estoy perdido, no puedo inventar el trabajo.
Habló levantando el tono de voz y dejándose caer pesadamente sobre la silla. Parecía derrotado y apesadumbrado.
- Tranquilo hermanito, siempre hay alguna solución.
- No, no siempre hay solución, ¡ahora no hay solución y te lo debo a ti! ¿Cómo pudiste prestar mi libro y más encima a escondidas? Sabiendo que yo lo ocupo todo el tiempo.
Perdiendo su compostura habitual, Jonathan levantó bruscamente la voz, sonando casi agresivo.
- Lo siento, no fue con mala intención, yo nunca…
- Lo siento, lo siento... con sentirlo nada cambiará, ya no hay nada que pueda hacer, la biblioteca pública está cerrada por reparaciones, ya estuve ahí, y ésa era la única alternativa, pero confié en ti, me juraste que lo traerías hoy. Ese libro es muy raro Jordan, creo que es lo único bueno que papá me dio.
Dijo mientras recordaba a su padre. Lo vio jugando por la casa a las escondidas.
            Jonathan sabía que sus palabras no eran justas para con su “progenitor”, prefería pensar en él en estos términos, pero la rabia que aún llevaba en lo profundo de sí lo enceguecían al gran amor que de todos modos sentía por él. Un divorcio nunca es fácil de asimilar para ningún hijo y menos el engaño y la traición. Al menos eso pensaba o más bien, creía Jonathan. Todavía, a pesar de que ya habían transcurrido más de dos años, no lograba perdonar a su padre. Cómo pudo hacer lo que hizo, ¿cómo?, si eran tan felices, hasta hermanos adoptivos tenía, cosa nada común, pero que para la familia Knight había significado grandes satisfacciones. 
            Su familia parecía una familia tan especial, tan unida y tan solidaria. Los hijos propios Helen, Anne, Jonathan, Jordan y Kiara tuvieron además tres hermanos adoptivos, Susana, Alberto y José, quienes llegados desde otras regiones nunca sintieron ninguna diferencia con sus hermanos, hijos naturales de la pareja Knight. Una pareja que pese a sus grandes recursos económicos, poseía la sencilla calidez del amor familiar. Sin embargo, todo eso cambió. Richard Knight se enamoró de otra mujer y abandonó a su esposa legítima, no sin antes haber pasado por una serie de grandes conflictos maritales de los cuales Jonathan y Anne fueron los únicos testigos, por lo cual Jonathan no entendía ni perdonaba a Anne quien decidió quedarse a vivir con el padre en la casa familiar. Jonathan nunca entendió las razones de su hermana para “abanderarse” por el padre en desmedro de “su” madre, quien aparecía ante los ojos del joven como la gran víctima de todo aquel desastre, pues, no sólo perdió el marido, también perdió la casa y a los hijos, Anne y los hijos adoptivos Susana, Alberto y José quienes se quedaron con su padre. Helen por su parte estaba recién casada y no tuvo que pasar por ningún conflicto de intereses familiares, permaneciendo neutral a todo el problema y convirtiéndose en el único lazo que todavía unía a esta desintegrada familia.
            Pero algo sacó a Jonathan bruscamente de estos pensamientos, fue Kiara, la menor de los hermanos, una niña bastante más caprichosa que todos sus hermanos juntos, con una sensibilidad poco entendida y un carácter bastante incomprensible.
- ¡Jordan, Jordan, te buscan!
Dijo mientras entraba en la habitación de sus hermanos con una voz tan chillona que no dejaba indiferente a nadie que alcanzara a oírla a unos dos kilómetros de distancia.
- ¿Quién es?
Preguntó Jordan tratando de recuperarse del sobresalto.
- No sé, una… mujer, nunca la había visto.
Dijo Kiara mientras arrugaba la nariz.
- ¿Dijo su nombre?
Preguntó Jonathan quien obtenía información de su hermanita con mayor facilidad que el resto de la familia.
- Sí, Diana… y no recuerdo que más.
Jordan casi saltó de alegría mientras un aire de tranquilidad inundó a Jonathan.
- Y, dime hermanita, ¿cómo es ella?
Dijo Jordan mientras miraba de reojo a su hermano.
- ¡Ufff!, muy fea, horrible y muy pesada.
Ambos jóvenes se miraron y sonrieron al conocer las triquiñuelas de su adorable hermanita.
- Y, ¿dónde está?
Preguntó Jordan con evidente interés.
- ¿Dónde va a estar? Afuera.
Respondió ella con la naturalidad de una bestia.
            Sin esperar respuesta, Jordan bajó las escaleras corriendo mientras Jonathan se dedicó a darle a su hermanita de ocho años un sermón sobre los buenos modales. Jordan, en tanto, se encontró rápidamente en el dintel de la puerta buscando a su nueva amiga. No la vio de inmediato hasta pasados algunos segundos, cuando ella sonriendo se le acercaba lentamente con Pepito, el perro de la casa, en los brazos.
            Durante algunos minutos permanecieron en silencio sólo sonriendo. Comprendiéndose sin palabras, la alegría que cada uno provocaba en el otro no tenía explicación y se generaba con naturalidad, simplemente les bastaba mirarse para sonreír de inmediato.
            Jordan siempre fue un chico alegre. Eso a pesar de los problemas que su familia pasara tan dolorosamente. Él, a pesar de no involucrarse directamente en los conflictos, principalmente debido a su corta edad, se daba perfecta cuenta de todo, pero con esa especie de protección contra el dolor que naturalmente poseía, no se veía mayormente afectado.
- Es bueno verte otra vez.
Le dijo él, al tiempo que asentía con la cabeza.
- Disculpa por presentarme de esta manera, pero tengo algo que no me pertenece y creo que tú tienes algo mío.
Le dijo ella mientras sonreía tranquilamente.
- Es verdad, acabo de darme cuenta, ¿pero cómo llegaste hasta aquí?
Preguntó él aún sorprendido por su visita.
- Tu libro tenía la dirección. Sólo tomé el autobús. Pero dime algo, creí que te llamabas Jordan y en el libro dice Jonathan.
El muchacho sonrió y se dispuso a responder pero Kiara apareció de pronto arrebatando de las manos de Diana a Pepito, sin que su hermano mayor alcanzara a reaccionar. Quiso seguirla, pero Diana lo sostuvo del brazo impidiéndole tal arrebato.
- Disculpa, es una niña muy impertinente.
Dijo él bastante consternado por el “numerito” de su hermana.
- Tranquilo, no hay problema, yo también me enojaría si algún desconocido tomara a mi perro sin mi permiso, eso si es que tuviera un perro.
Respondió ella logrando recuperar la extraviada sonrisa de Jordan.
- De todos modos no tiene excusa, pero ven, quiero que conozcas a mi hermano, él se llama Jonathan, el libro es suyo y lo necesitaba urgentemente, créeme, es un milagro que hayas decidido venir.
Dijo sin dale tiempo de responder la tomó de la mano conduciéndola por la casa y las escaleras hasta llegar a su habitación.
            Al entrar y sin dejar de sentirse como una intrusa Diana pudo observar al hermano de Jordan, quien se encontraba inclinado sobre el escritorio, aparentemente muy concentrado. La luz que entraba por el tragaluz a su izquierda caía sobre el muchacho como varios rayos separados. Por un momento quedó enceguecida por la excesiva luminosidad, experimentando una extraña sensación, algo así como un dolor de estómago, y mientras él giraba hacia ellos dejó de verlo con la claridad inicial por efecto del rebote de los rayos solares. Jonathan se puso de pie casi de un salto y en menos de dos segundos se encontraba frente a ella.
- Jonathan, ella es Diana Elster. Por equivocación ella se llevó tu libro y yo me traje el de ella.
Al terminar de hablar Jordan no pudo dejar de sentirse incómodo ante lo que observaba. Su hermano y la niña no dejaban de mirarse de una manera extraña. Jonathan y Diana parecían brillar frente a los ojos de Jordan, el que estaba en medio sin saber qué hacer ni qué decir confundido por un presentimiento que en ese minuto lo abrumaba y que no olvidaría por el resto de sus días.
- Jonathan, Diana…
Musitó Jordan con una voz apenas audible para presentar a su hermano y su nueva amiga.
- Es un gusto, Diana… conocerte.
Dijo Jonathan mientras le tomaba la mano para saludarla mirándola detenida y fijamente, con ese don de sensualidad que Jordan muy pocas veces le había visto, a pesar de lo cual disimuló perfectamente su incipiente irritación.
- Lo mismo digo… yo, traje algo que te pertenece.
Se volvió para extraer el libro de la confusión del morral que cargaba cruzado en su débil torso.
- De verdad te lo agradezco, hace quince minutos atrás estaba muy enojado con mi hermano por haberlo prestado. Creo que por aquí tengo el tuyo… ya sé que fue un equívoco, no te preocupes.
Se volvió hacia el escritorio para tomar el otro texto volviendo de inmediato junto a Diana.
- Perfecto, ya no hay ningún problema para ti hermano, has recuperado tu mentado libro y Diana el suyo.
Jordan tomó los libros e hizo el intercambio impidiendo que ellos se tocaran.
- Claro, gracias Diana.
Jonathan habiendo notado la molestia de su hermano no se dio por aludido y brindando a Diana una de sus encantadoras sonrisas no dejó de mirarla.
- No es nada, también yo necesitaba mi libro, por eso me atreví a venir… ¡Uy!, acabo de recordar que tengo que estar de vuelta en la pensión en media hora. Es tiempo de irme. Jordan, ¿me dejas en la parada de autobús?
Haciendo un esfuerzo por salir del estupor en que se encontraba, Diana dijo lo primero que se le ocurrió.
- De acuerdo.
- Pero tranquila, yo te llevo. De alguna manera tengo que agradecer tu gentileza.
Dijo Jonathan bajando el tono de su voz.
- Es verdad, podemos ir a dejarte. Jonathan conduce, no muy bien, hasta el momento no ha atropellado a nadie.
Jordan haciéndose el gracioso trató de disimular la molestia que sentía contra su hermano.
- Oye, ¿qué te pasa? Ya quisieras tener licencia, pero a los niños pequeños no les dan.
Jonathan bromeando con su hermano, continuaba impertérrito frente al desasosiego de Jordan.
- Sabes que la tuya es especial por el problema de mamá, tampoco tienes edad.
- ¿Problema? - peguntó Diana.
- Mamá tiene dificultades motoras para conducir, nada grave, por eso conduzco yo.
- Pero no puedo aceptar, eso sería abusar de su buena voluntad…
Diana tratando de zafarse de la oferta y sin saber por qué empezó a retroceder.
- No hay problema, será un placer. Vamos.
Dijo Jonathan mostrando las llaves del vehículo sin aceptar ninguna de las excusas que Diana intentaba dar. Jordan por su parte la detuvo tomándole el brazo y la condujo escaleras abajo.
            Luego de avisar a la señora que los cuidaba y a su hermana del viaje, se fueron. Ellos prometieron volver pronto, pues Jonathan debía ir a buscar a su madre que aún estaba en el trabajo. Ella nunca llegaba temprano, no podía por el trabajo que tenía. Era maestra de escuela y sus días los dedicaba a esa labor para poder sostener su hogar.
            En el automóvil Diana fue obligada a sentarse adelante y Jordan quedó en el asiento trasero, no sin inclinarse hasta el frente para conversar con su nueva amiga. En ese viaje Diana supo algo más acerca de los muchachos y ellos supieron más sobre ella. Jordan tenía trece años, casi catorce. Jonathan había cumplido los quince no hacía mucho y ella tenía doce años recién cumplidos. Vivía en una pensión estudiantil porque había ganado una beca para estudiar en la secundaria donde Jordan también asistía, una de las mejores del país, y se había trasladado hacía como un mes. Por eso Norman nunca la había visto antes. También supieron que ella era huérfana y bastante independiente para su corta edad. Eso fue lo único que ella les comentó, pese a que ellos trataron de muchas maneras de sonsacarle alguna otra información. No dejó de parecerles, por cierto, extremadamente misteriosa y enigmática y hasta se atrevieron a bromear con el asunto y ella graciosamente se hizo la desentendida hasta que ellos finalmente desistieron del interrogatorio que febrilmente habían iniciado, principalmente porque el tiempo se agotó y llegaron rápidamente a la pensión donde ella vivía, pues no estaba tan lejana de su casa.
            Luego de haberla dejado en la puerta de la enorme casona, los chicos volvieron a casa en un completo silencio. Fue entonces que al llegar, y sin descender del vehículo, los hermanos tuvieron una larga conversación, donde Jordan le expresó su molestia por el incidente en la habitación cuando Jonathan coqueteó descaradamente con la joven.
- Escúchame, Jon, ella interesa. Necesito y te exijo que no te  acerques.
Jordan habló con una seriedad que sorprendió mucho a Jonathan, sobre todo por el tono y aparente madurez de su hermanito.
- Pero si ya te dije que no, es sólo una niña.
Dijo aquello sin mucho convencimiento.
- Niña… ¿Cuándo te ha importado eso? ¿Recuerdas a Verónica… y a Gisella?
Jordan lo miraba directo a los ojos.
- Sí, recuerdo. Era más chico, me creía galán. Ya me disculpé por eso más de una vez.
Dijo algo fastidiado por aquello que ya creía resuelto.
- ¡Ah! ¿Y ya no? - dijo en tono irónico – Bueno, es cierto, lo hiciste, pero no lo he olvidado. Ahora apenas conozco a otra chica y tú te pones inmediatamente en plan de conquista.
- Fue sin querer, no era mi intención. Pero escucha, juro que no me acerco.
Jonathan trataba de ser sincero.
- Creo que después de todo te pareces bastante a papá.
Aquella observación fue el dedo en la llaga. Nada pudo dolerle tanto a Jonathan como aquella comparación entre su inclinación hacia el sexo femenino, cosa muy natural a su edad, y la aventura descarada de su padre.
- No me digas eso. Nunca me compares con él.
Luego de un silencio y de un suspiro prolongado, Jonathan dijo.
- Escucha. Te juro por lo más sagrado que esta vez no te fallaré. Sé que con aquellas chicas no te hice ningún mal. Tampoco te gustaban tanto, pero esta vez me queda bien claro tu interés en esta niña, así es que no me acercaré de ningún modo a ella. Lo juro.
- Lo juras. ¿Lo juras? ¿Sabes lo que significa jurar?
- Por supuesto que lo sé. Fui al catecismo sabes y aprendí bien mis lecciones. LO JURO, por Dios.
Dijo aquello mirando hacia el cielo.
- De acuerdo, te creo hermano.
Jordan extendió la mano, firmando el compromiso, para luego abrazar a su querido Jon.
            Y era cierto. En verdad Jonathan pretendía cumplir con su palabra. Necesitaba cumplir con lo jurado. No era cuestión de un romance más o un romance menos. Sino la autoafirmación como líder y protector de sus hermanos. Se trataba de ser el soporte que mantuviera la integridad de su desmembrada familia. Pensaba que era él quien debía guiar a sus hermanos menores en el camino a convertirse en buenas personas. Pero había algo… algo en los ojos de esa niña, algo que sin siquiera conocerla lo confundía y que a esas alturas lo hacía dudar de su propósito. Algo dentro de él había cambiado en un solo instante, en el roce de una delicada mano que con su solo recuerdo lo conmovía. Algo en esos ojos pardos que lo iluminaba para luego hacerlo descender en un precipicio de ahogo… Pero no podía fallar. Su hermano no se lo merecía, su hermano confiaba en él, su hermano lo necesitaba y su lealtad estaba, primero que todo, con su querido hermanito Jordan.

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