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Tuesday, December 28, 2010

PERFECTA HUMANIDAD. Capítulo XI



Hay amores que son sólo obsesiones de nuestro espíritu. Amores que consumen y empobrecen. Amores que sólo traen dolor y desconsuelo.


Sunday, December 26, 2010

PERFECTA HUMANIDAD. Capítulo X

Algunos piensan que la última barrera entre dos enamorados se derriba cuando los cuerpos se fusionan en un único ser. Pero es ahí donde comienza lo más difícil para los amantes. No es nada fácil ser uno y continuar siendo dos.




Monday, December 20, 2010

PERFECTA HUMANIDAD. Capítulo IX



A veces sólo basta una mirada para empezar a amar. A veces, sólo una sonrisa.


Saturday, December 18, 2010

PERFECTA HUMANIDAD. Capítulo VIII



Volver a mirarse e intentar ver más allá, volver a descubrirse después de la ausencia. El tiempo avanza, nunca se detiene… y, nos transforma.



Wednesday, December 15, 2010

PERFECTA HUMANIDAD. Capítulo VII

Los lejanos recuerdos se precipitan hacia el presente. Su repaso hace entender quienes somos y hacia donde queremos ir.


Tuesday, December 14, 2010

PERFECTA HUMANIDAD. Capítulo VI

La amistad es un lazo difícil de romper puesto que no existe en él apropiamiento alguno por lo que no hay dolor en la separación.


PERFECTA HUMANIDAD. Capítulo V



Cuando el tiempo transcurre es imposible volver atrás. Lo que ha sucedido no se puede borrar. Algunos sueños se cumplen y otros inevitablemente se pierden sin poder jamás ser recuperados.


PERFECTA HUMANIDAD. Capítulo IV



Cada día de nuestras vidas es una oportunidad de comenzar de nuevo y reparar todo el mal que hemos hecho, de corregir todos los errores que hemos cometido o de afrontar la realidad mirándola de frente.


Wednesday, December 01, 2010

PERFECTA HUMANIDAD. Capítulo III


Siempre buscamos ser amados, cuando debiéramos simplemente amar. Nadie es digno de ser amado, todos somos dignos de amar, de experimentar el amor en la acción y no en la reacción.


Desde la ventanilla del autobús mientras observaba las calles pasar una tras otra, Diana veía algunas casas tan sencillas que la invitaban a pensar en quién viviría en ellas, personas como todas las otras, personas que amaban, que odiaban, que se tenían que levantar cada mañana, ir a trabajar, volver por las tardes y tratar de ser feliz cada día. Más adelante se observaba un parque. En él los niños acompañados de sus madres o niñeras jugaban como si no existiera nada más en el mundo, por una esquina uno se caía dibujando en el rostro de la muchacha una sonrisa tierna al ver como una joven mujer, seguramente su madre, corría y lo levantaba en el aire mientras reía de buena gana al constatar que sólo había sido un susto. Mientras observaba pequeños detalles cotidianos de vidas ajenas que nunca formarían parte de la suya Diana se preguntaba por qué siempre terminaba haciendo lo que Norman quería. Por ningún motivo ella deseaba aparecer por la casa de los Kenton, pero de una u otra manera siempre terminaba haciendo eso mismo, instalada en aquella sencilla y maravillosa sala esperando a que Norman llegara. Si tan sólo Kiara fuera más agradable. Aunque en realidad últimamente no podía quejarse, la pequeña niña se había portado relativamente bien. Pero eso no era lo que realmente le preocupaba. Lo que más la incomodaba era Damián y sus ojos color de miel…
Siempre estaba pensando en Damián y él era tan frío con ella. Se preguntaba si alguna vez lograría conversar con él más de cinco minutos seguidos. Por qué siempre le costaba tanto que la quisieran… Aunque, si lo pensaba con atención, en realidad había encontrado un mejor amigo y por primera vez en su vida se había sentido parte importante en la vida de alguien, en la vida de su amigo Norman al que amaba como a un verdadero hermano.
Algo mágico había ocurrido en aquel primer encuentro, momento en el que supo que todo en su vida cambiaría. Y claro que había cambiado, al fin se estaba sintiendo querida por ella misma… Tenía un amigo, un verdadero amigo, el hijo de una madre tan cariñosa que la hacía añorar las caricias de la madre que nunca tuvo, de la madre que imaginó, anheló y que no logró conquistar… ¿Algún día se atrevería a confesar su secreto? Tarde o temprano lo tendría que hacer, aunque por supuesto aquello implicaba un riesgo que, sin la menor duda, debía correr, pero que todavía no se atrevía a enfrentar. Por otro lado estaba Damián, como no amarlo si en sólo un instante se sintió tan pequeña y tan inmensa al mismo tiempo, como si su existencia se completara frente a otra existencia. Con un solo roce le había hecho descubrir a su piel una nueva calidez, un fuego que había comenzado arder y que ya no se apagaría nunca…
Colgada al hombro cargaba su guitarra y pasada una esquina se aprontó a bajar del autobús. No le costó trabajo descender del vehículo, pero caminar sumida en sus cavilaciones sí se le hizo un verdadero martirio. Cómo podría quererla Damián si ella era apenas una niña. Seguramente un muchacho universitario mayor de edad tendría más de algún romance y nunca se iba a fijar en ella, tan pequeña, deslucida y transparente. Porque para ella, para ser sincera consigo misma no tenía ningún atractivo físico. Era demasiado delgada y no tenía ninguna forma de mujer, ni busto ni caderas, ni siquiera la prestancia de la elegancia que se suponía debía poseer. Siempre se sintió identificada con Marianela, aquella triste protagonista de la novela de Benito Pérez Galdós, pero para ella no había ningún ciego que amara su espíritu más que a su cuerpo y por supuesto ya sabemos cómo termina la historia, aparece la bella Florentina y el ciego que deja de ser ciego se enamora perdidamente de la belleza virginal de la prima recién llegada olvidando por completo el amor que se suponía sentía por la nada agraciada Marianela, que muere de pena cuando confirma la lástima que su triste imagen provoca a la vista del ex ciego.
Era en soledad cuando todas estas meditaciones la asaltaban y le provocaban tanto dolor que muchas veces terminaban en llanto y desconsuelo.
Por fin luego de sólo tres cuadras que le parecieron una vida entera estaba en la casa de su amigo. Cruzó el jardín observando las bellas flores que la señora Albornoz cuidaba con tanto esmero y cariño. Se dispuso a golpear la puerta esperando que Norman se encontrara al otro lado tal como se lo había prometido, pero no hubo aún tocado cuando la puerta se abrió encontrándose a boca de jarro con Damián, la persona que al mismo tiempo más deseaba y temía ver.
- … Hola… ¿Norman está?
Musitó apenas en un hilillo de voz.
- Hola… No. Dijo que llegaría como en media hora. Acaba de llamar. Pero pasa por favor.
La invitó a entrar mientras le sonreía tiernamente, algo parecía romperse por dentro de Diana, como si el corazón le diera un vuelco.
- Pero dijo que estaría aquí, lo prometió.
Dijo en voz alta con una voz cada vez más quebrada, como hablando consigo misma.
- Lo sé, también me lo dijo. Se suponía que me prestaría algo. Pero siéntate por favor.
- Gracias.
Se sentó mirando las innumerables cajas que se encontraban sobre los sillones y se preguntó qué significaría aquel desorden, nada habitual en aquella casa.
- Éste es mi hermanito. Últimamente le ha dado por ordenar un montón de cosas, todavía no lo consigue como es obvio. Ha estado bastante raro. Disculpa, pero ya me tengo que ir, Kiara anda por ahí, ella te hará compañía.
Palabras ante las cuales ella puso cara de circunstancia y casi suplicó sin habérselo propuesto, mostrando por primera vez, no miedo a quedarse con Kiara, sino ansiando estar con él y no dejarlo de ver.
- No por favor, no me dejes sola.
- Si no pasa nada, mi hermanita ha madurado mucho en los últimos días.
Comentó Damián mirando hacia la cocina tratando de que Diana se sintiera confiada en que había cero riesgo para ella. En realidad ni él mismo se creía sus palabras preguntándose si Diana realmente temía quedarse a solas con su hermanita.
- Sí, por supuesto, ha pasado de las palabras bruscas a la total ignorancia. Es un gran progreso.
Damián rió.
- De acuerdo, de acuerdo, me quedaré un rato y haré de buen anfitrión. ¿Es lo que corresponde, no?
- Me parece que así es.
Dijo ella mientras se atrevía a sonreír con mayor confianza.
Damián se sentó a su lado porque los sillones estaban todos muy ocupados. Por un momento el roce fue tan incómodo para ella como para él, aunque él apenas sospechaba que para ella era una incomodidad agradable.
El silencio gobernó por unos momentos, que parecieron demasiado largos, hasta que él inició el diálogo. Diálogo que ninguno de los dos recordaría más tarde. El clima y su inestabilidad en los últimos días… Los últimos acontecimientos internacionales… Entre broma y broma recordaron la golpiza que Diana le propinara a la enorme Débora.
- Todavía me siento avergonzada.
Sonrosada inclinaba la cabeza como queriendo ocultar su vergüenza por el penoso incidente.
- No deberías. Tal vez no fue la mejor forma de solucionar un problema, pero eso sucedió. Le pegaste y fue todo.- dijo Damián mientras le daba pequeños toques en la mano tratando de levantarle el ánimo.
- Es que la violencia es negativa, está mal…
De pronto sin saber por qué Damián comenzó a mirarla y ella no podía dejar de verlo. El tiempo se había detenido y ella comenzó a respirar con dificultad. Damián le había tomado la mano y la estrechaba suave y firmemente. ¿Qué había en Diana que lo atraía con tanta fuerza? Tal vez la profundidad de esa mirada melancólica. Tal vez la pureza de unos labios que sabía tan cándidos y que presentía apasionados. No lo sabía exactamente y no podía dejar de acercársele. Ella sentía que moriría con cada segundo que transcurría y que la única manera de resucitar era con ese beso que anhelaba hacía tantos meses, que desesperadamente necesitaba con mayor premura, con urgencia a cada segundo que transcurría, sin siquiera conocer cómo podría ser, jamás había recibido un beso y lo deseaba tanto. Él pensaba en Norman, en su promesa y no podía fallar… pero… la adoraba. Desde que la había visto por primera vez no podía dejar de pensar en ella. ¿Por qué había hecho esa estúpida promesa? La respuesta venía inmediatamente a su memoria, por su hermano, por el amor profundo que sentía por su hermano. No podía… No podía evitar sentir lo que sentía. Ella era como un sueño encarnado, un sueño que ni siquiera sabía que tenía. Un sueño de armonía, plenitud y confianza. Tan pequeña, tan frágil y tan delicada. La veía como una parte de su propia existencia, como un aire vital que hasta ese momento no sabía que necesitaba tanto para vivir. Ahora deseaba un beso, suave, tierno, cálido y sofocante…
Pero unos gritos desesperados los hicieron ponerse de pie automáticamente y separar sus manos. Kiara venía gritando para pedir ayuda. Lo único que alcanzaron a comprender de todo aquello fue la palabra Pepito que la pequeña repetía una y otra vez al borde del paroxismo.
La siguieron de prisa hasta llegar a la cocina donde descubrieron a Pepito retorciéndose en el suelo casi sin respiración. Con ambos cuartos delanteros intentaba desesperadamente quitarse algo del hocico sin éxito, mientras que Kiara lloraba sin poder hacer nada por su querida mascota. Diana sin dudar un solo instante se inclinó sobre el animal para sostenerlo con fuerza y abrirle el hocico metiendo sus dedos en él, logrando que el animal volviera a respirar normalmente. Luego de soltarlo, una vez tranquilizado, se quiso limpiar las manos y Damián aún sorprendido le extendió una toalla de papel. Kiara se lanzó a los brazos de Diana y sólo le agradeció por salvar a su mascota. La niña había intentado alimentar al perro mezclando el alimento con huesos de pollo que habían quedado del almuerzo. En los últimos días el animal había estado sin apetito y Kiara pensó que podría comer mejor si encontraba su comida más sabrosa. Nunca imaginó que podría atragantarse con uno de estos huesos. Recién en ese momento entendió que nada podía ser peor que darle huesos de pollo a su mascota. Y también se sintió muy arrepentida por lo grosera que había sido con Diana desde el primer día que la conoció.
- Algunas veces los perros pasan periodos de inapetencia, igual que los seres humanos. Sólo hay que observarlos por si dejan de comer o de beber agua. ¿Él dejó de comer?
Preguntó a Kiara mientras buscaba detergente para lavarse las manos.
- No dejó de comer, sólo comía menos.
Respondió la niña mientras tomaba a Pepito entre sus brazos para abrazarlo.
- Entonces está perfectamente saludable. Deberían llevarlo de todas maneras al veterinario para que le revisen la garganta por si tiene algún pedazo incrustado o alguna herida.
Kiara miró a Damián abriendo mucho los ojos.
- Yo me encargo. Tranquila hermanita. Ahora lleva a Pepito al patio y ponle agua, pero no lo obligues a beber.
Dijo mientras le frotaba la cabeza a su pequeña hermana.
- No, ya entendí. Gracias Diana, voy al patio.
- Dime Diana, ¿cómo supiste qué hacer?
Preguntó Damián mientras le extendía nuevamente la toalla de papel para que se secara las manos.
- Voy a ser veterinaria, siempre estoy estudiando… en realidad leyendo revistas sobre el cuidado de los animales, de los animales en general, amo a los animales.
- Ya veo. ¿También te gustan los peces?
Quiso saber Damián mientras se frotaba las manos.
- Claro que sí. Adoro el mar…
De pronto pareció recordar algo muy placentero.
- Entonces te va a encantar esto.
La tomó de la mano y la condujo por la casa hasta llegar a su habitación. Ella se dejó llevar sólo disfrutando del contacto de la mano de Damián.
En ese lugar estaba instalado, hacía no más de dos días, un acuario no muy grande. Damián le explicó que él adoraba el mar y que su sueño frustrado era bucear. Ella le confesó que era una experiencia inolvidable. A sus catorce años ya había buceado un par de veces, como un premio escolar al buen rendimiento académico. Fue todo lo que le contó y él se fascinó con el relato de aquella experiencia.
Diana no dejaba de observar un diminuto pez color violeta y Damián no dejaba de observarla a ella que medianamente inclinada seguía al pececillo. Con su mano derecha tomó la mejilla izquierda de ella acercándola hacia sí. Ningún pensamiento atravesaba su mente. Ningún obstáculo se interponía entre ellos. En medio de su habitación las barreras cayeron y los temores desaparecieron. Naciendo la ternura de un suave beso, la caricia precisa en los cabellos de ella, jamás acariciados. Finalizando con un intenso abrazo, que brindaba a Diana una sensación de sosiego, plenitud y seguridad. Para Damián la sensación de perpetuidad en otro ser, de una perfecta comunión y de un abandonarse a sí mismo para comenzar a vivir de ahora en adelante sólo para ella.
* * *
Cuando Norman regresó tiempo más tarde encontró a Diana, Kiara y Damián conversando alegremente en la sala. Le sorprendió sobre todo el hecho de que su hermanita estuviera tan contenta junto a su amiga. Hasta donde él sabía Kiara no soportaba la presencia de Diana, la razón no era otra que los típicos celos fraternales. A pesar de esto no hizo ningún comentario y se limitó a sentarse y relatar la archiconocida excusa. Luego de lo cual sería la propia Kiara quien le contaría detalladamente la razón de su actual comportamiento, provocándole una gran alegría con la noticia.
Esa tarde, Norman sintió algo distinto en el ambiente y también se eximió de emitir algún comentario. Pero había algo diferente que no se animaba a desentrañar todavía. Entre tanto seguiría adelante con su plan. Como siempre Damián se excusó para retirarse pero Norman no lo dejó y prácticamente lo obligó a quedarse y demostrar uno de sus ocultos talentos: el canto.
- Cuando me pediste que trajera la guitarra me imaginé que necesitabas preparar algo para la escuela.
Dijo Diana mientras sacaba el instrumento delicadamente del bolso.
- También, pero antes de que nos dediquemos quisiera que practicáramos un poco aquí en la sala.
Esto lo dijo mirando alrededor y sintiéndose algo avergonzado por el excesivo desorden que había mantenido durante los últimos días.
Tenía la secreta intención de que Diana escuchara la bella voz de su hermano y por supuesto de que Damián escuchara los perfectos acordes que ella lograba en la guitarra. No se amilanó por el desorden y se propuso sacar algunas cajas para sentarse un poco mejor, porque hasta ese momento se encontraba sentado en uno de los brazos del sillón.
Diana tocó los primeros acordes y Norman se dispuso a cantar. Kiara que se encontraba en silencio observando concienzudamente a su hermano recién llegado se adelantó y dio inicio a una serie ininterrumpida de bellas canciones. Norman cantaba maravillosamente bien y Damián no se quedaba atrás. Kiara por otro lado hubiese sido mejor que no cantara, a pesar de lo cual todos se alegraron sinceramente de que se atreviera y se integrara a aquella inusual actividad.
Las horas pasaron rápidamente y llegó la hora de decir adiós. No se entendió cómo fue que finalmente, después de insistencias y negativas, Damián casi se ofreció para ir a dejar a Diana a su casa, quien se veía bastante compungida, pero también feliz de tan conveniente obligación que el joven había adquirido. Norman entretanto se dio por satisfecho y se retiró a sus habitaciones sin proferir alguna otra palabra aquella noche. Tenía sospechas de que lo que había tramado tanto tiempo atrás, por fin hubiera resultado, pero ni ese día ni los que vinieron diría nada, ni a su hermano ni a Diana. Eso sí, estaría atento y observante al menor indicio, los que por supuesto no tardaron en quedar en evidencia. Damián siempre tenía cosas que hacer y se perdía tardes enteras. Norman sabía que su hermano era muy aplicado y se dedicaba con ahínco a los estudios, pero nunca había dedicado tanto tiempo fuera de la casa. Además, estaba esa expresión de simple felicidad que siempre habitaba en su rostro. Aquello le alegraba profundamente y decidió esperar a que su hermano le contara por sí mismo lo que le estaba sucediendo.

Wednesday, November 24, 2010

PERFECTA HUMANIDAD. Capítulo I


En un solo instante todo puede cambiar en nuestras vidas. En un solo segundo el destino puede tornarse de cierto a incierto...


Norman caminaba deprisa por uno de los pasillos del colegio. Iba atrasado, cosa que no era normal en él y por lo mismo estaba más preocupado a cada instante y cada paso que daba apresuraba más al siguiente. De pronto, sin saber cómo ni por qué todo a su alrededor pareció girar. Sorprendido sintió algo así como un mar de libros que cayeron a su alrededor en medio de un alboroto de hojas, un agudo grito que no supo de donde venía y pequeños dolores que no comprendió hasta que todo hubo terminado. Fue en ese momento, y sentado sobre el piso, que pudo ver junto a él a una niña tendida igual como él lo estaba a escasos centímetros con una graciosa expresión enmarcada en un semblante luminoso. Ambos se miraron en silencio hasta que unas estruendosas carcajadas rompieron el congelamiento que ambos padecían, según su percepción, por demasiado tiempo. Tuvo que romper el silencio.
- Lo siento, no te vi. Tenía prisa…
Dijo él a modo de disculpa, al tiempo que se ponía de pie y la ayudaba a levantarse y a recoger todo aquel desastre esparcido a su alrededor.
- No te preocupes, yo tampoco te vi y también tenía algo de prisa.
Le dijo ella mientras recogía los textos diseminados a su alrededor, evidentemente confundida, pero más que todo todavía dolorida por aquí y por allá aunque nada de gravedad que hiciera que ni ella ni él se preocuparan de lo maltrechos que se sentían.
- ¿Por qué tantos libros?
Preguntó él sin contener su clásica curiosidad mientras recogía los libros y ayudaba a ordenarlos.
- Soy la “Monitora de biblioteca”…
Dijo ella de una forma monótona y suave, acompañando la frase con una expresión facial acongojada, bastante divertida para el sorprendido Norman.
Aquella era suficiente explicación y no quiso parecer inoportuno haciendo más preguntas de las evidentes, y que pudieran revelarlo demasiado impertinente. Sin embargo, y a pesar de su esfuerzo y prudencia, no pudo contener una de las múltiples interrogantes que se arremolinaban en su mente escapándosele casi en forma automática.
- ¿Cómo te llamas?
La miraba perplejo y mostraba su clásica sonrisa, amplia y franca.
- Diana Elster, y tú. ¿Me dijiste cuál que era tu nombre?
- Norman Kenton.
Dijo él mientras le estiraba la mano y sin dejar de observarla la saludó cordialmente, evidentemente impresionado por algo que no comprendía. Ella sonreía con simpleza.
- Bien, Norman Kenton, ha sido un placer conocerte y también toda una sorpresa, gracias por ayudarme.
Dijo Diana mientras respondía el apretón de manos para luego alejarse de allí sin decir alguna otra cosa por uno de los pasillos, cargando los libros que ya habían sido ordenados y apilados sobre sus aparentemente frágiles brazos. Norman se quedó parado observándola alejarse con una enorme sonrisa que parecía dibujada en su rostro, una sonrisa que duraría mucho más tiempo del necesario, a pesar de la reprimenda de su maestra por el atraso de aquella mañana.
* * *
Por la tarde cuando volvió a casa, Norman aún dibujaba aquella linda sonrisa que le quedara casi perpetuamente en la cara luego del gracioso incidente que tuviera aquella mañana con la muchacha. Cruzó el jardín, abrió la blanca puerta de su casa y subió en tres trancadas las escaleras hasta llegar a la habitación donde encontró a su hermano, con quien la compartía, trabajando en el escritorio. Apenas lo saludó para tenderse de un salto sobre la cama cruzando los brazos detrás de la cabeza. Luego de varios minutos en esa cómoda posición y tras un aparente y apacible silencio Norman, con una sonrisa incontenible emitió algunas palabras que no fueron entendidas por su hermano, el que se encontraba absorto en sus deberes, sólo la percepción de un rumor distante hizo volverse a Damián y preguntar qué le había dicho el sonriente Norman.
- Digo que hoy es un gran día.
Repitió Norman tan feliz que parecía no querer nunca dejar de sonreír.
- Y eso, ¿es una nueva moda? ¿De cuándo acá tan contento?
Preguntó el hermano mayor del muchacho, a quien le pareció graciosa, hasta ridícula la expresión de Norman.
- Nada, es sólo que pienso que hoy es un gran día.
Repitió Norman fruitivamente, casi regocijándose en sus palabras.
- Okey, y yo tengo que creerte… bueno, oye hermano, y ¿me trajiste el libro?
Preguntó Damián recordando, de pronto, cuanto necesitaba aquel libro que su hermano había prestado sin su autorización.
- Obvio, ahí está en el bolso.
Respondió Norman sin darle mayor importancia a la pregunta.
Damián, se puso de pie y sin molestia, casi con ansiedad se inclinó sobre el destartalado bolso de su hermanito para extraer el libro que necesitaba, un texto con cubierta negra, bastante raída por el uso y antigüedad del volumen y lo observó algunos segundos acusando una expresión desconfiada y nada amigable.
- ¡Oye, éste no es mi libro! ¿Dónde está el mío?
Reclamó mientras examinaba con más cuidado el interior del bolso.
- ¿Cómo que no es? Ese es.
Insistió Norman.
- Te digo que no, este libro es de biología y el mío es de física.
Lo miró algo enojado al tiempo que le extendía el volumen para que su hermano lo viera. Pero Norman no estaba tan interesado en lo que Damián le decía, lo que produjo en el joven una mayor molestia.
- ¡Te estoy hablando hermano!, este libro no es mío es de una tal… Diana Elster, mira.
Sólo en ese momento Norman prestó real atención.
- ¿Qué? ¡Es suyo!
Dijo, mientras se iluminaba su semblante de alegría, lo que hizo que su hermano se enojara realmente.
- Eso dice. ¿Y ahora qué voy a hacer? Te estaba esperando para poder terminar mi trabajo que es para mañana, te lo recuerdo por si lo has olvidado, no tengo más tiempo. Aquí no hay ninguna dirección, estoy perdido, no puedo inventar el trabajo.
Habló levantando el tono de voz y dejándose caer pesadamente sobre la silla. Parecía derrotado y apesadumbrado.
- Tranquilo hermanito, siempre hay alguna solución.
- No, no siempre hay solución, ¡ahora no hay solución y te lo debo a ti! ¿Cómo pudiste prestar un libro que ni siquiera es tuyo?
Perdiendo su compostura habitual, Damián levantó bruscamente la voz, sonando casi agresivo.
- Lo siento, no fue con mala intención, yo nunca…
- Lo siento, lo siento... con sentirlo nada cambiará, ya no hay nada que pueda hacer, la biblioteca pública está cerrada por reparaciones, ya estuve ahí, y esa era la única alternativa, pero confié en ti. Ese libro es muy raro Norman, es lo único bueno que papá me dio.
Dijo mientras recordaba a su padre. Lo vio jugando por la casa a las escondidas.
Damián sabía que sus palabras no eran justas para con su “progenitor”, prefería pensar en él en estos términos, pero la rabia que aún llevaba en lo profundo de sí lo enceguecían al gran amor que de todos modos sentía por él. Un divorcio nunca es fácil de asimilar para ningún hijo y menos el engaño y la traición. Al menos eso pensaba o más bien, creía Damián. Todavía, a pesar de que ya habían transcurrido más de cinco años, no lograba perdonar a su padre. Cómo pudo hacer lo que hizo, ¿cómo?, si eran tan felices, hasta hermanos adoptados tenía, cosa nada común, pero que para la familia Kenton había significado grandes satisfacciones.
Su familia parecía una familia tan especial, tan unida y tan solidaria. Los hijos propios Helena, Damián, Alejandra, Norman y Kiara tuvieron además tres hermanos adoptivos, Susana, Alberto y José, quienes llegados desde otras regiones nunca sintieron ninguna diferencia con sus hermanos, hijos naturales de la pareja Kenton. Una pareja que pese a sus grandes recursos económicos, poseía la sencilla calidez del amor familiar. Sin embargo, todo eso cambió. Richard Kenton se enamoró de otra mujer y abandonó a su esposa legítima, no sin antes haber pasado por una serie de grandes conflictos maritales de los cuales Damián y Alejandra fueron los únicos testigos, por lo cual Damián no entendía ni perdonaba a Alejandra quien decidió quedarse a vivir con el padre en la casa familiar. Damián nunca entendió las razones de su hermana para “abanderarse” por el padre en desmedro de “su” madre, quien aparecía ante los ojos del joven como la gran víctima de todo aquel desastre, pues, no sólo perdió el marido, también perdió la casa y a los hijos, Alejandra y los hijos adoptivos Susana, Alberto y José quienes se quedaron con su padre. Helena por su parte estaba recién casada y no tuvo que pasar por ningún conflicto de intereses familiares, permaneciendo neutral a todo el problema y convirtiéndose en el único lazo que todavía unía a esta desintegrada familia.
Pero algo sacó a Damián bruscamente de estos pensamientos, fue Kiara, la menor de los hermanos, una niña bastante más caprichosa que todos sus hermanos juntos, con una sensibilidad poco entendida y un carácter bastante incomprensible.
- ¡Norman, Norman, te buscan!
Dijo mientras entraba en la habitación de sus hermanos con una voz tan chillona que no dejaba indiferente a nadie que alcanzara a oírla a unos dos kilómetros de distancia.
- ¿Quién es?
Preguntó Norman tratando de recuperarse del sobresalto.
- No sé, una… mujer, nunca la había visto.
Dijo Kiara mientras arrugaba la nariz.
- ¿Dijo su nombre?
Preguntó Damián quien obtenía información de su hermanita con mayor facilidad que el resto de la familia.
- Sí, Diana… y no recuerdo que más.
Norman casi saltó de alegría mientras un aire de tranquilidad inundó a Damián.
- Y, dime hermanita, ¿cómo es ella?
Dijo Norman mientras miraba de reojo a su hermano.
- ¡Ufff!, muy fea, horrible y muy pesada.
Ambos jóvenes se miraron y sonrieron al conocer las triquiñuelas de su adorable hermanita.
- Y, ¿dónde está?
Preguntó Norman con evidente interés.
- ¿Dónde va a estar? Afuera.
Respondió ella con la naturalidad de una bestia.
Sin esperar respuesta, Norman bajó las escaleras corriendo mientras Damián se dedicó a darle a su hermanita de diez años un sermón sobre los buenos modales. Norman, en tanto, se encontró rápidamente en el dintel de la puerta buscando a su nueva amiga. No la vio de inmediato hasta pasados algunos segundos, cuando ella sonriendo se le acercaba lentamente con Pepito, el perro de la casa, en los brazos.
Durante algunos minutos permanecieron en silencio sólo sonriendo. Comprendiéndose sin palabras, la alegría que cada uno provocaba en el otro no tenía explicación y se generaba con naturalidad, simplemente les bastaba mirarse para sonreír de inmediato.
Norman siempre fue un chico alegre. Eso a pesar de los problemas que su familia pasara tan dolorosamente. Él, a pesar de no involucrarse directamente en los conflictos, principalmente debido a su corta edad, se daba perfecta cuenta de todo, pero con esa especie de protección contra el dolor que naturalmente poseía, no se veía mayormente afectado.
- Es bueno verte otra vez.
Le dijo él, al tiempo que asentía con la cabeza.
- Disculpa por presentarme de esta manera, pero tengo algo que no me pertenece y creo que tú tienes algo mío.
Le dijo ella mientras sonreía tranquilamente.
- Es verdad, acabo de darme cuenta, ¿pero cómo llegaste hasta aquí?
Preguntó él aún sorprendido por su visita.
- Tu libro tenía la dirección. Sólo tomé el autobús. Pero dime algo, creí que te llamabas Norman y en el libro dice Damián.
El muchacho sonrió y se dispuso a responder pero Kiara apareció de pronto arrebatando de las manos de Diana a Pepito, sin que su hermano mayor alcanzara a reaccionar. Quiso seguirla, pero Diana lo sostuvo del brazo impidiéndole tal arrebato.
- Disculpa, es una niña muy impertinente.
Dijo él bastante consternado por el “numerito” de su hermana.
- Tranquilo, no hay problema, yo también me enojaría si algún desconocido tomara a mi perro sin mi permiso, eso si es que tuviera un perro.
Respondió ella logrando recuperar la extraviada sonrisa de Norman.
- De todos modos no tiene excusa, pero ven, quiero que conozcas a mi hermano, él se llama Damián, el libro es suyo y lo necesitaba urgentemente, créeme, es un milagro que hayas decidido venir.
Dijo sin dale tiempo de responder la tomó de la mano conduciéndola por la casa y las escaleras hasta llegar a su habitación.
Al entrar y sin dejar de sentirse como una intrusa Diana pudo observar al hermano de Norman, quien se encontraba inclinado sobre el escritorio, aparentemente muy concentrado. La luz que entraba por el tragaluz a su izquierda caía sobre el muchacho como varios rayos separados. Por un momento quedó enceguecida por la excesiva luminosidad, experimentando una extraña sensación, algo así como un dolor de estómago, y mientras él giraba hacia ellos dejó de verlo con la claridad inicial por efecto del rebote de los rayos solares. Damián se puso de pie casi de un salto y en menos de dos segundos se encontraba frente a ella.
- Damián, ella es Diana Elster. Por equivocación ella se llevó tu libro y yo me traje el de ella.
Al terminar de hablar Norman no pudo dejar de sentirse incómodo ante lo que observaba. Su hermano y la niña no dejaban de mirarse de una manera extraña. Damián y Diana parecían brillar frente a los ojos de Norman, el que estaba en medio sin saber qué hacer ni qué decir confundido por un presentimiento que en ese minuto lo abrumaba y que no olvidaría por el resto de sus días.
- Damián, Diana…
Musitó Norman con una voz apenas audible para presentar a su hermano y su nueva amiga.
- Es un gusto Diana… conocerte.
Dijo Damián mientras le tomaba la mano para saludarla mirándola detenida y fijamente, con ese don de sensualidad que Norman muy pocas veces le había visto, a pesar de lo cual disimuló perfectamente su incipiente irritación.
- Lo mismo digo… yo, traje algo que te pertenece.
Se volvió para extraer el libro del enredo del morral que cargaba cruzado en su débil torso.
- De verdad te lo agradezco, hace quince minutos atrás estaba muy enojado con mi hermano por haberlo prestado. Creo que por aquí tengo el tuyo… ya sé que fue una confusión, no te preocupes.
Se volvió hacia el escritorio para tomar el otro texto volviendo de inmediato junto a Diana.
- Perfecto, ya no hay ningún problema para ti hermano, has recuperado tu mentado libro y Diana el suyo.
Norman tomó los libros e hizo el intercambio impidiendo que ellos se tocaran.
- Claro, gracias Diana.
Damián habiendo notado la molestia de su hermano no se dio por aludido y brindando a Diana una de sus encantadoras sonrisas no dejó de mirarla.
- No es nada, también yo necesitaba mi libro, por eso me atreví a venir… ¡Uy!, acabo de recordar que tengo que estar de vuelta en la pensión en media hora. Es tiempo de irme. Norman, ¿me dejas en la parada de autobús?
Haciendo un esfuerzo por salir del estupor en que se encontraba, Diana dijo lo primero que se le ocurrió.
- De acuerdo.
- Pero tranquila, yo te llevo. De alguna manera tengo que agradecer tu gentileza.
Dijo Damián bajando el tono de su voz.
- Es verdad, podemos ir a dejarte. Damián conduce, no muy bien, hasta el momento no ha atropellado a nadie.
Norman haciéndose el gracioso trató de disimular la molestia que sentía contra su hermano.
- Oye, ¿qué te pasa? Ya quisieras tener licencia, pero a los niños no les dan.
Damián bromeando con su hermano, continuaba impertérrito frente al desasosiego de Norman.
- Pero no puedo aceptar, eso sería abusar de su buena voluntad…
Diana tratando de zafarse de la oferta y sin saber por qué empezó a retroceder.
- No hay problema, será un placer. Vamos.
Dijo Damián mostrando las llaves del vehículo sin aceptar ninguna de las excusas que Diana intentaba dar. Norman por su parte la detuvo tomándole el brazo y la condujo escaleras abajo.
Luego de avisar a su hermana del viaje se fueron. La niña se quedó con la señora que aseaba la casa una vez a la semana. Ellos prometieron volver pronto. Su madre estaba en el trabajo, nunca llegaba temprano, no podía por el trabajo que tenía. Era maestra de escuela y sus días los dedicaba a esa labor para poder sostener su hogar.
En el automóvil Diana fue obligada a sentarse adelante y Norman quedó en el asiento trasero, no sin inclinarse hasta el frente para conversar con su nueva amiga. En ese viaje Diana supo algo más acerca de los muchachos y ellos supieron más sobre ella. Norman tenía quince años, casi dieciséis. Damián había cumplido los dieciocho no hacía mucho y ella tenía catorce. Vivía en una pensión porque había ganado una beca para estudiar en la secundaria donde Norman también asistía, una de las mejores del país, y se había trasladado hacía como un mes. Por eso Norman nunca la había visto antes. También supieron que ella era huérfana y bastante independiente para su corta edad. Eso fue lo único que ella les comentó, pese a que ellos trataron de muchas maneras de sonsacarle alguna otra información. No dejó de parecerles, por cierto, extremadamente misteriosa y enigmática y hasta se atrevieron a bromear con el asunto y ella graciosamente se hizo la desentendida hasta que ellos finalmente desistieron del interrogatorio que febrilmente habían iniciado, principalmente porque el tiempo se agotó y llegaron rápidamente a la pensión donde ella vivía.
Luego de haberla dejado en la puerta de la enorme casona, los chicos volvieron a casa en un completo silencio. Sin embargo, al llegar, y sin descender del vehículo, los hermanos tuvieron una larga conversación, donde Norman le expresó su molestia por el incidente en la habitación cuando Damián coqueteó descaradamente con la joven.
- Escúchame, Damián, ella verdaderamente me interesa. Necesito y te exijo que no te acerques.
Norman habló con una seriedad que sorprendió mucho a Damián, sobre todo por el tono y aparente madurez de su hermanito.
- Pero si ya te dije que no, es sólo una niña.
Dijo aquello sin mucho convencimiento.
- Niña… ¿Cuándo te ha importado eso? ¿Recuerdas a Verónica… y a Gisella?
Norman lo miraba directo a los ojos.
- Sí recuerdo. Era más chico, me creía galán. Ya me disculpé por eso más de una vez.
Dijo algo fastidiado por aquello que ya creía resuelto.
- Es cierto, pero no lo he olvidado. Ahora apenas conozco a otra chica y tú te pones inmediatamente en plan de conquista.
- Fue sin querer, no era mi intención. Pero escucha, juro que no me acerco.
Damián trataba de ser sincero.
- Creo que después de todo te pareces bastante a papá.
Aquella observación fue el dedo en la llaga. Nada pudo dolerle tanto a Damián como aquella comparación entre su inclinación hacia el sexo femenino, cosa muy natural a su edad, y la aventura descarada de su padre.
- No me digas eso. Nunca me compares con él.
Luego de un silencio y de un suspiro prolongado, Damián dijo.
- Escucha. Te juro por lo más sagrado que esta vez no te fallaré. Sé que con aquellas chicas no te hice ningún mal. Tampoco te gustaban tanto, pero esta vez me queda bien claro tu interés en esta niña, así es que no me acercaré de ningún modo a ella. Lo juro.
- Lo juras. ¿Lo juras? ¿Sabes lo que significa jurar?
- Por supuesto que lo sé. Fui al catecismo sabes y aprendí bien mis lecciones. LO JURO, por Dios.
Dijo aquello mirando hacia el cielo.
- De acuerdo, te creo hermano.
Norman extendió la mano, firmando el compromiso, para luego abrazar a su querido Damián.
Y era cierto. En verdad Damián pretendía cumplir con su palabra. Necesitaba cumplir con lo jurado. No era cuestión de un romance más o un romance menos. Sino la autoafirmación como líder y protector de sus hermanos. Se trataba de ser el soporte que mantuviera la integridad de su desmembrada familia. Pensaba que era él quien debía guiar a sus hermanos menores en el camino a convertirse en buenas personas. Pero había algo… algo en los ojos de esa niña, algo que sin siquiera conocerla lo confundía y que a esas alturas lo hacía dudar de su propósito. Algo dentro de él había cambiado en un solo instante, en el roce de una delicada mano que con su sólo recuerdo lo conmovía. Algo en esos ojos pardos que lo iluminaba para luego hacerlo descender en un precipicio de ahogo… Pero no podía fallar. Su hermano no se lo merecía, su hermano confiaba en él, su hermano lo necesitaba y su lealtad estaba, primero que todo, con su querido hermanito.

Monday, November 15, 2010



Y pensar que sólo quería conversar, deseaba verte, anhelaba mirarte, contemplarme en tus ojos, quizá tomarte la mano, osadamente, robarte un beso...

Cómo creer que siempre me miraste, que no querías conversar nada, que deseabas algo más que verme, que anhelabas mis suspiros bajo tu fuerza y tu poder, contemplarme a la luz de la noche húmeda, tomarme bajo tu control de fuego, osadamente con propuestas indecentes, robarme algo más que un beso...

Finalmente, mi dignidad pudo más, mi amor propio fue superior al amor que por ti profesaba y te dejé ir por el mundo a tus anchas, a tu aire, disfrutando de tu lujuria sin sentido ni destino ni significado real.

Te amé lo juro, te desee por completo, te soñé casi a diario, te olvidé en un segundo gracias a tu rudeza burda.

Monday, November 08, 2010

Necesito un corazón de madera

Cómo seguir adelante cuando todo se ha derrumbado. Cuando los sentimientos que vivimos no tienen razón de ser. Cómo se puede continuar adelante con la vida cuando lo esencial para vivir la desaparece. Qué hacer cuando ya no se tiene ganas de vivir. Cuando se siente que no hay nada por qué vivir. Algo que te impulse a levantarte por las mañanas y acudir al trabajo. Qué hago si carezco de razones para sonreír. Fingiré por la vida que estoy contenta? Iré a la casa de mis padres a mostrar la máscara de la alegría? Diré a todo el mundo que estoy bien, cuando en realidad me estoy muriendo a pausa cada día y a cada hora?

No sé cómo arrancarlo de mí sin que salga junto con él mi corazón de ternura inmaculada. Dónde encontraré un corazón de madera que reemplace al que tengo y que tanto me duele. Porque este corazoncito que poseo se empequeñece a cada minuto. Se hace chiquito. Creo que desaparecerá y ya no podré querer nunca otra vez.

Wednesday, November 03, 2010

Luz de felicidad ante mí

Estoy tratando de ser feliz. No sé cómo conseguirlo. No sé dónde encontrar aquello que llaman felicidad. Lo que sí sé es que parte del ser feliz consiste en vivir. Vivir intensamente cada momento. Si voy a reír, hacerlo a carcajadas, y si voy a llorar, desgarrarme el alma en un solloso.

Una luz de felicidad aparece ante mí. Creo que siempre ha estado ahí. Ese algo no es él, el hombre que llevo amando, imaginariamente, por más de 10 años. Creo que ninguna mujer ha sido tan fiel a su hombre como lo he sido yo con este sujeto. Sin embargo, pienso que él no es esa luz de felicidad. Claro que no, pienso que esa luz es mi poder de decisión. La determinación de hacer lo que tengo que hacer para estar con él, aunque sea sólo en cuerpo. Vivir, vivir intensamente. Si he de morir de amor, moriré junto a él, abrazada a él, pero porque yo quise hacerlo así.

Thursday, May 13, 2010

Con música de fondo, como una vieja película en blanco y negro...

Al borde de la ciclovía quedé suspendida y tambaleante. Eso lo supe después, cuando el culpable del hecho se bajó como un bólido preguntándome si estaba bien. Antes de eso pude escuchar, luego de un silencio atronador, la música de fondo, me sentí por un momento como la protagonista de una vieja películas en blanco y negro, sin calificativos de ninguna especie. Poco a poco el color volvió cuando el joven y el viejo, como machos recios se preocupaban de la frágil doncella -léase, yo- que continuaba asida al manubrio y con el pie metido en el pedal de freno. Lo noté porque al querer bajar, luego de sacarme el cinturón, jurando y perjurando que me había pegado en el manubrio, pues estaba absolutamente sin aire y con un dolor terrible en el pecho. Lo noté porque el auto quiso continuar avanzando, me dijeron que pusiera el freno de mano, porque estaba completamente aturdida. No lloré hasta una hora después, ni siquiera llamé a mi familia. Pero sí llamé a alguien, a la señora Lorena, la mamá del niñito al que tenía que ir a hacer clases más tarde, avisándole que no podría porque había tenido un pequeñito, imperceptible accidente en mi auto.

Wednesday, May 05, 2010

El accidente

Es una fecha que nunca olvidaré. El 12 de febrero fui a ver a mi amiga Paty. Una persona muy importante en mi vida. Fuimos compañeras en el liceo y en realdad nunca fuimos amigas. Hace muchos años supe que estaba enferma, pero nunca dimensioné la magnitud de su dolencia: insuficiencia renal terminal. En realidad no sabía que era eso, sabía que tenía problemas en los riñones pero no estábamos en contacto y como no éramos amigas no hice nada por acercarme y solidarizar. Me siento profundamente arrepentida porque ella es una grandiosa persona, es un regalo para todos los que la conocemos. Lleva 10 años luchando contra la enfermedad y disfrutando cada día de vida que Dios le da para ver crecer a su hijo. No es necesario señalar que sus días no siempre son soledados, a veces son lluviosos y tormentos, llenos de dolor.
Ese día fui a verla porque el sábado anterior no la vi muy bien, llevé a Carmencita a verla, ella venía del norte a ver a todo el lote de reencontradas ex-compañeras, pero Paty no fue. Cuando iba de regreso a mi casita ocurrió el desastre...
Cualquiera que me vio en los días posteriores o me leyó por internet pensó que había sido algo así como un "toponcito" que seguramente me di de bocabierta. Ahora lo digo con todas sus letras fue un choque con todas sus letras.
Iba yo saliendo de San Fernando, había pasado el puente antivero y a mi costado derecho se aproximaba una salida lateral, un camino llamado La Troya, donde hay un disco PARE para los que vienen de ese sector y quieren ingresar a la carretera por donde yo venía tranquilamente a unos 60 o 70 kilómetros por hora. Veo una camioneta gris parada en el cruce y sigo sin alterar mi normal desplazamiento, cuando de pronto este tipo inicia la marcha y se tira a la carretera, se atraviesa... Chucha, frené lo más que pude, esa fue mi única y afortunada maniobra, y de pronto el sonido de latas, espantoso, sentirme como una sardina en una lata, absolutamente sola y vulnerable, pero no había sido todo, nooooo, de norte a sur viajaba otra camioneta que impactó a la que se me había atravesado y un nuevo golpe sufrió mi autito en la parte trasera. La camioneta gris me había arrastrado hasta el otro lado de la carretera y el nuevo impulto por el "tercer involucrado" vino a dejarnos a todos en el borde de la ciclovía.

Tuesday, May 04, 2010

Verano inolvidable.

Mi verano itineró entre el campo y la ciudad, de aquí para allá, de allá para aquí.
No puse mucho empeño en buscar un nuevo trabajo, lugo de perder lo que yo consideraba mi hogar, pues pensaba que la primera semana de marzo era cuando se generaban los nuevos puestos de empleo. Y por qué pensaba eso? Es sencillo. Los meses de verano los profesores no trabajamos y recibimos el sueldo igual. Los profesores que dejan sus puestos porque se cambian -por la razón que sea- no renuncian en diciembre para no perder esos dos meses de trabajo, y debo decir que son meses muy necesarios para reponerse del largo año de trabajo. No es fácil hacer de transmisor de conocimientos, de valores, psicólogos infantiles y juveniles y a veces de apoderados, terapeutas familiares, confidentes de varios, icluyendo a los propios colegas, gendarme -hay que vigilar que los "niños" no compien ni se arranquen des establecimiento-, jueces y verdugos, enfermeros, guía scout, asesor de grupos varios, servidor de los compañeros cuando hay que asumir comisiones de servicio, motivador, alegre siempre, simpático hasta la inconsciencia y generador de aprendizajes significativos... eso sin mencionar planificador y otras menudencias similares.
En eso estaba, olvidando toda esta carga emotiva y mental cuando tuve un accidente automolístico.

Sunday, May 02, 2010

Los dos últimos días


Cuando uno añora estar en otro lado, las pequeñas cosas se hacen una carga insostenible. Estuve 6 años en el colegio, un lugar que me hacía sentir como en mi hogar. Con el tiempo descubrí que eso era una pálida impresión. A pesar de que amaba trabajar ahí, no por el edificio, ni por mis colegas, ni tampoco, debo decirlo, por las monjitas, mi disfrute se remitía a mis alumnas, unas niñas con las que vivía constantes experiencias de aprendizaje cognitivo como humano. Unas alumnas a las que admiraba y para las que añoraba los mejores éxitos.
Pasé mucho tiempo queriendo irme del colegio, pero me quedaba, otro años, el último año, un año más... No eran deseos de irme por irme, sino porque quería estudiar más, hacer un magister, crecer académicamente. Además, sentía que ganaba poco que de 100 ganaba 70 y vaya que me faltaban los otros 30. En fin, además me pedían tanto para tan poco que recibía en términos económicos... y me quedaba otro años. Llegué a desear que me echaran.
Cuidado con lo que deseas, porque se puede cumplir... lo dije muchas veces y tenía razón como en tantas cosas. Nunca me he considerado dueña de la verdad, pero dolorosamente tengo mucha razón en mis apreciaciones, quisiera no tenerla, incluso muchas veces finjo no pensar absolutamente nada sobre algunos hechos de la vida.
El 30 de diciembre, el último día de trabajo, cuando nos preparábamos para ir a una deliciosa tarde de asado y piscina con los colegas fui a mi entrevista con la directora, la que rápidamente me informó, de manera florida que no me querían más en el colegio. Me dieron la patada en el poto y pa' fuera. Me dijo que yo era excelente que querían que volara, que floreciera, pero que en el cole me había estancado, eso entre varios de mis defectos. Las palabras bonitas no sirvieron para evitar la lluvia, tormenta que se derramaba de mis ojos. Pero era lo que yo quería, y se me cumplió. Me consolé pensando en la indemnización pues necesitaba mucha plata para solucionar algunos problema económicos, hoy se que la plata es más etérea que el agua o la neblina.
Dignamente fui al asado, comí rico y me bañé cual sirena quinceañera.
No faltaron los idiotas que me dieron un montón de consejos y sermones forzados. Sus palabras, hipócritas y pseudosabias, no me interesaban en lo más mínimo porque ellos no me interesaban en lo absoluto. Vayanse a la mierda con sus caras tristes y solidarias.
O sea, mi año nuevo fue bien "penca".

Saturday, May 01, 2010

UFFF, por donde empezar...


Tanto ha sucedido, que es realmente difícil comenzar, imaginando que esto puede transformarse en mi vitácora de viaje.
Se imaginan cómo se siente terminar el año triste. Muchos dirán que lo han vivido muchas veces, debe ser verdad. Todos pasamos momentos tristes en cualquier época del año. Pero la finalización de mi 2009 fue bien, bien triste, lo que sólo era un augurio de lo que vendría más adelante, muchas lágrimas, miedos, terrores y desastres. Aunque claro tarde o temprano amanece y para mí no fue la excepción; el sol brilla nuevamente y me siento capaz de recordar y analizar todo lo vivido en los últimos 4 meses.
Tengo que decir que el 2009 me pareció un año particularmente negro. Ahora pienso que la tierra, que tanto nos remeciera el 27 de febrero, estaba ya liberando una energía negativa que nos anduvo trayendo estresados, agresivos y confundidos durante todo el 2009. Era un aviso que no supimos ver en su momento. A mi favor tengo que informar que como el mejor de los adivinadores, profetas, y chamullentos varios, también yo hice mi anuncio fatal.
- Niñas, -les dije a mis queridas alumnas de más de un curso- prepárense que pronto viene un terremoto. Ustedes saben que vivimos en un país sísmico, donde esta clase de enventos acontecen de cuando en cuando, ustedes no saben lo que es un terremoto, así es que prepárense, estén alertas, porque si no es este año -por el 2009- será el próximo.