VII
Los lejanos recuerdos se
precipitan hacia el presente. Su repaso hace entender quienes somos y hacia
donde queremos ir.
Una
brisa fresca dio de golpe en la cara del joven hombre, quien mirando en todas
direcciones se acomodó los lentes de sol que le ocultaban prácticamente todo el
rostro. Se dispuso a entrar y empujó la mampara de entrada, abriéndose paso
lentamente.
Ya
en el interior del recinto recorrió todo el lugar rápidamente con la mirada. En
una de las esquinas del salón pudo observar a una mujer vestida con un delantal
blanco inclinada sobre un pequeño perro maltés mientras lo acariciaba
tiernamente y sonreía con su pequeña dueña, quien le daba un abrazo y se
despedía de ella llevándose a la que seguramente era su mascota regalona, luego
de haberse recuperado de alguna enfermedad. Norman sonrió con la escena, al
mismo tiempo que observaba el rostro de Diana, se veía algo demacrada, aunque tranquila.
En pocos y largos pasos se acercó a ella, mientras ésta se ponía de pie y se
acercaba a las jaulas donde se encontraban varios animales de distintas
especies para inspeccionarlos mientras tomaba nota en un cuadernillo. Ella no
lo sintió acercarse hasta que éste comenzó a hablarle de manera casual.
- En realidad se observan
bastante bien, aunque yo preferiría que estuvieran libres.
Cuando ella volteó
para verlo, él no la estaba mirando, sino viendo detenidamente a los animales y
sonriendo maliciosamente.
- Debí sospechar que aparecerías
más pronto de lo que supuse en un inicio.
Dijo ella mientras se
cruzaba de brazos y sonreía moviendo la cabeza de un lado a otro, pues no se
convencía de lo pronto que Jordan había venido a verla.
En
cuanto Jonathan había desaparecido de la clínica, ella inmediatamente supo que
eso traería nuevamente a su amigo Jordan a su vida. Pero nunca imaginó que
apenas veinte horas después del incidente él estaría ahí frente a ella
haciéndose el gracioso.
¡Cuánto
había cambiado Jordan! Estaba todavía más alto de lo que recordaba. ¿Cuánto
estaría midiendo?, fácilmente el metro ochenta. Recordó que Jonathan era igual
de alto que Jordan, pero no quiso hacer caso de esta breve referencia a su
antiguo novio. Al principio le costó, pero luego sonrió ampliamente para
extenderle los brazos a su amigo y abrazarlo largamente. Jordan giró con ella
en sus brazos, mientras reía sin disimulo, tanto que muchos voltearon sus
rostros para verlos. Cuando Diana se dio cuenta de lo observados que estaban
siendo, tomó a su recuperado amigo y tomándolo de una mano lo condujo hasta su
oficina.
- ¿Ésta es tu oficina?
Preguntó Jordan
mirando alrededor sorprendido de lo bien que, según su apreciación, le había
ido a Diana.
- Sí, es un lugar sencillo, pero
me agrada.
Dijo ella
sinceramente.
- Te ha ido bien. Y estás muy linda,
te cortaste el cabello.
- Siempre tan lisonjero. Se puede
decir que sí, me ha ido bien. Toma asiento, Jordan.
Le dijo Diana
mientras se instalaba detrás de su escritorio y oprimía un botón del teléfono.
- ¿Vas a atenderme en tu
escritorio?
Preguntó él esperando
que no fuera así.
- Claro que no, siéntate en el
sillón. Sólo déjame recoger unos papeles.
En ese momento
ingresó en la oficina un joven.
- ¿Necesita algo doctora Franzani?
- Así es. Mira, aquí están los
documentos para el zoológico. Termina el trámite, por favor. Sólo faltan los
timbres. Luego los llevas personalmente a la oficina de del encargado del
zoológico central. A nadie le encargaría esto, lo sabes bien, Jorge.
- Lo sé, doctora.
Dijo el joven
mientras sonreía honrado por la confianza de Diana.
- ¡Ah!, y dile a Josefa que me
traiga un café bien cargado, por favor. Jordan, ¿deseas algo?
- Eh, un jugo natural, ¿puede
ser?
Dijo Jordan quien
observaba la conversación de Diana con su asistente.
- Obvio. Y un jugo natural de…
durazno.
- ¡Durazno!
Repitió Jordan al
mismo tiempo que Diana. Ambos rieron.
- Lo recuerdas.
- Por supuesto, como olvidarlo.
Jorge, el asistente
de Diana, un joven estudiante de medicina veterinaria, se aprontó a abandonar el
despacho.
- Muy bien, doctora.
- Jorge, lo más importante. No
estoy para nadie. Para nadie.
Repitió enfáticamente
la última frase.
- Entiendo, doctora.
Dijo el joven
mientras miraba a Jordan, sin querer parecer impertinente, pero no resistiendo
su curiosidad, mientras reconocía al joven cantante, Jordan Knight, para luego
retirarse en silencio.
Diana
sabía que Jorge era un muchacho muy reservado y confiaba plenamente en él, así
es que se quedó muy tranquila esperando que sus órdenes fueran bien ejecutadas.
Se acercó a Jordan y se sentó junto a él para iniciar su charla, que sería
mucho más larga de lo que ella supusiera, pues lo que iba a descubrir cambiaría
su perspectiva de las cosas de manera radical.
- Pero cuéntame, ¿cómo has estado
todo este tiempo?
- Bien, he estado bien, mejor de
lo que imaginé alguna vez, imagínate, con esto de la fama y todo eso.
Dijo Jordan mientras
sonreía y levantaba los hombros.
- Ya lo creo, es increíble que te
hayas vuelto cantante. Aunque si recuerdo bien, siempre te gustó ser el centro
del espectáculo, además tenías algo de talento musical.
Dijo ella a modo de
broma tratando de sonreír, pero su mirada se perdía en el pasado.
- El que no ha estado nada de bien,
es Jonathan.
Esta frase regresó a
Diana bruscamente hacia el presente.
- Eso no, no quiero hablar de él,
por favor, si viniste a eso, puedes irte de inmediato.
Dijo
ella poniéndose de pie y alejándose de Jordan para regresar detrás de la
seguridad de su escritorio.
Jordan
comprendió que la tarea que había adquirido no resultaría tan fácil como lo
había imaginado, así es que decidió retroceder un momento para ser más cauto.
Podía leer mucho dolor en los angustiados ojos de su amiga. Ojos que revelaban
claramente el llanto nocturno.
- De acuerdo, de acuerdo.
Disculpa. He venido a verte, quería saber de ti. Cuando Jonathan me dijo que te
había visto, disculpa, pero fue lo que sucedió…
Dijo mientras se
ponía de pie y tomaba a su amiga de la mano para conducirla de nuevo hacia el
sillón junto a él.
En
ese momento, se oyó unos golpes en la puerta abriéndose. El café y el jugo
hacían su entrada en un momento muy complicado para Jordan. Ambos agradecieron
y Josefa se retiró. Jordan inició de nuevo la charla.
- Te ves muy cansada. ¿Estás
bien?
Preguntó casualmente.
- Pasé muy mala noche, eso es
todo.
Jordan sonrió porque
Diana sin quererlo le confirmaba sus sospechas, había llorado mucho la noche
anterior. Para él, ella no sabía mentir.
Al
menos ahora sabía que algo importante en ella no había cambiado. Continuaba
siendo una muchacha ingenua, todo en ella lo revelaba, su expresión y la
candidez de una ridícula frase articulada como un sencillo escape.
- Finalmente lograste lo que
querías. Eres médico veterinario.
Logró una sonrisa.
- Siempre logré lo que quise, Jordan.
Dijo ella, más que
alegre, apesadumbrada.
- Pero dime. ¿Dónde estuviste
todo este tiempo? Te buscamos tanto.
Ante esta pregunta
Diana se extrañó.
- ¿Cómo que me buscaron? Yo
pensé…
Diana cerró sus ojos
tratando de buscar rápidamente una explicación a una frase tan extraña.
Ella
siempre pensó que los que habían desaparecido, habían sido ellos. Los buscó
luego de volver al pueblo, pero no los encontró. Incluso llamó por teléfono,
cosa que detestaba. Diana en aquel tiempo consideraba todo tipo de teléfono una
amarra y ella no soportaba ninguna clase de amarra. Quería huir de su familia,
por eso había decidido no usar teléfonos de ninguna especie y simplemente no lo
hizo. Pero cuando llegó de regreso al pueblo y encontró la casa de los Knight
ocupada por otra familia. Utilizó el teléfono para llamar a la única persona
que sabía podría darle alguna información, Perla. Sin embargo, nunca consiguió
hablar con ella, nunca estaba en su casa y los padres de la joven no supieron
contestar a las extrañas preguntas que Diana les hacía. Finalmente se dio por
vencida y desapareció para siempre de aquella ciudad, pensando que ellos, la
familia Knight, se habían marchado lejos. Además estaba el detalle de la carta.
La carta que tan temerosamente había escrito. Como podría esa carta haber
motivado la desaparición de los Knight, era algo que ella nunca logró entender,
pero que era la única respuesta posible a tan inesperado suceso. Se convenció
de que era lo único que podría haber sucedido. La verdad, su verdad, revelada
tan sinceramente, no era aceptada por Jonathan ni su familia y nunca le
perdonarían tanta mentira y tanto engaño. A
Jordan no lo culpó pues era apenas un niño y según su juicio no había
participado de tan drástica decisión.
- Claro que te buscamos. Mi madre
se quedó tan preocupada por ti.
- Tu madre estaba preocupada, tan
linda… ¿Cómo está? ¿Está bien? ¿Dónde está?
- Ella está bien. Se casó de
nuevo y se fue a vivir con su marido a la playa.
- Me alegro, es una buena mujer…
Pero… y… ¿La carta? ¿Supiste de ella?
Dijo Diana de golpe,
estaba muy desconcertada por las palabras de Jordan.
- La carta… ¿la carta?... ¡la
carta! ¡Ya recuerdo!
Dijo Jordan mientras
trataba de recordar qué carta era aquélla. De pronto se hizo la luz en su
mente. Decir lo que le iba a revelar a Diana era lo que había venido a decir.
No podría habérsele presentado la oportunidad de mejor manera.
- Diana, esa carta nunca fue
leída por Jonathan.
Aquellas palabras
perturbaron mucho más a la confundida Diana.
- No la leyó. ¿Cómo que no la
leyó? Yo la dejé en la guantera. Se lo dije.
Balbuceó como
vomitando aquellas palabras.
- Lo sé.
- Explícate por favor.
Exigió Diana.
- Diana… el día que te fuiste
prometiendo volver pronto, Jonathan tuvo un accidente. Fue algo terrible. El
auto se quemó y con él tu carta.
- ¡¿Qué?!
Aquellas palabras
golpearon los alterados sentidos de Diana, quien la noche anterior había
llorado amargamente a causa del encuentro que había tenido la tarde anterior
con Jonathan y nuevamente las lágrimas aparecían en su rostro.
- Ahora está bien, ayer lo viste.
No hay secuelas del accidente. Pero créeme, estuvo muy mal…
De
vuelta en el automóvil luego de despedirse de Diana, Jonathan había buscado en
la guantera la carta. Sabía, que aquella carta era importante porque
finalmente, luego de mucho meditar al respecto, logró comprender que su pequeña
Diana tenía algo muy importante que revelarle. La tomó entre sus manos y con
sus dedos trémulos se dispuso a abrirla, pero el encargado del estacionamiento
del terminal de buses lo apuró para que se retirara, entonces Jonathan sintió
el aroma de Diana impregnado en la carta, la besó y la abrazó, como si la
abrazara a ella y dejó la carta en el asiento del copiloto para leerla
tranquilamente cuando estuviera de regreso en
casa. Pero algo terrible sucedió en ese trayecto. Un accidente tan
imprevisto como desgraciado. Un automóvil se salió de su pista golpeando el
vehículo que Jonathan conducía, provocando que éste perdiera el control, se
saliera de la pista, rodara por un precipicio, para expulsar al joven en una de
estas vueltas y salvarlo de la muerte. Casi inconsciente pudo ver como el
automóvil estallaba en llamas para luego perder el conocimiento por mucho
tiempo.
Cuando
su padre, el señor Richard Knight, supo lo ocurrido se hizo presente en el acto
y como su hijo continuara en coma se decidió a trasladarlo al hospital de la
capital, donde luego de mucho tiempo Jonathan logró salir del coma. La primera
palabra que logró articular cuando recuperó la conciencia fue “Diana”. Pero su
recuperación estaba lejos de ser alcanzada. Hubo que recurrir a un largo
tratamiento para que el joven lograra recobrar todas sus funciones corporales.
Junto con su traslado toda su familia se mudó junto a él, abandonando todo en
aquel pequeño pueblo donde habían iniciado, hacía varios años, una nueva vida,
alejados del padre y del resto de su familia. Y ahora, en la tragedia, la
familia se reunía nuevamente, no para reconstruir lo perdido, pero sí para
sanar todas las heridas que la separación había causado, todo para lograr que
Jonathan saliera adelante.
Diana
se encontraba reclinada sobre el regazo de Jordan y lloraba silenciosamente.
Todos aquellos equivocados años había estado pensando y culpándose a sí misma
por haber perdido a las únicas personas que realmente la habían querido, por
sus tontas mentiras. Su amigo la abrazaba y acariciaba tratando de darle su
consuelo.
- Ahora ya sabes lo que sucedió. ¿Crees
que puedas volver junto a él? Jonathan nunca ha dejado de quererte.
Diana se levantó y lo
miró con los ojos llorosos.
- Pero él tiene una novia. Lo vi
ayer.
Dijo ella poniéndose
de pie para iniciar un largo paseo alrededor de la oficina.
- Ya no. Anoche dio por
finalizada esa relación. Aun creyendo que tú nada querías saber de él.
Diana guardó silencio
y Jordan la observaba esperando alguna respuesta.
- No puedo.
Dijo finalmente
deteniéndose en seco.
- ¿Acaso ya no lo quieres?… ¿Sales
con alguien?... ¿Existe otro hombre? ¿Te casaste, por eso te llaman Franzani?...
Jordan
no sabía qué más preguntar.
- Nada de eso.
- Entonces explícame ¿por qué
ahora eres Franzani y no Elster?
- No estoy casada. Pero no
puedo...
- ¿Cómo que no puedes? Él te ama,
tú lo amas, puedo leerlo en tus ojos.
- Creo que debes irte.
Dijo Diana tratando
de regresar tras la seguridad de su escritorio, una vez más.
- ¡Claro que no! No me iré
mientras no te expliques.
Le dijo sosteniéndola
de un brazo firmemente sin llegar a lastimarla.
- Déjame, Jordan.
Dijo ella soltando un
desgarrador llanto y él la abrazó fuertemente.
Ella
se dejó caer sobre el inmenso cariño de su amigo y una vez más se sintió
querida por ser ella misma, una muchacha sencilla, sin grandes aspiraciones más
que una vida tranquila y sosegada. Algo que había encontrado a sus doce años y
que había perdido de una manera tan extraña. Incluso se había llegado a
preguntar si aquello no había sido una treta de su familia.
- ¿Qué pasa, Diana? ¿Qué tienes?
Dime por favor.
El llanto estremecedor
de Diana hizo que Jordan se compadeciera tanto de ella como si ella fuera el
ser más desvalido que él jamás hubiera visto.
Poco
a poco las palabras comenzaron a tener sentido para Jordan y una vez cesado el
llanto, Jordan supo todo lo que Diana siempre había temido contar. La expresión
“pobre niña rica” era la que mejor describía lo que había sucedido con Diana
toda su vida. Sus padres, dos excéntricos y egocéntricos millonarios habían
dado a luz a la pequeña niña siendo aún muy jóvenes y muy irresponsables. Ella
fue criada por niñeras desde recién nacida. Su madre ni siquiera la había
amamantado por no perder la belleza de su juvenil busto. Para luego,
literalmente abandonar a su hija al cuidado de extraños bien pagados, mientras
ellos, tan absortos el uno del otro, se dedicaban a viajar por el mundo en
busca de nuevas emociones y practicar todo tipo de deportes aventura, en uno de
los cuales perdieron trágicamente la vida cuando Diana tenía solamente cuatro
años, dejándola a cargo de una tía ambiciosa y poco afectuosa que se desvivía
por consentirla en todo, lo mismo que hacía con su propia hija, una chiquilla
mal criada dos años mayor que Diana. De todos modos Diana desarrolló como modo
de defensa, una forma particular de ser, pues sabía que estas muestras de
afecto eran del todo hipócritas y falsas. Diana se mostraba dura y fría para, a
pesar de su tía lambiscona y de su prima envidiosa, lograr hacer todo lo que
deseaba. Fue así como recibió todas las clases que se le ocurrieron: música,
danza, equitación, artes marciales, buceo… y todo lo que se le ocurriera con el
único fin de permanecer la mayor cantidad de tiempo lejos de aquellos
familiares que nunca la entenderían y que siempre se demostraban tan atentas
con ella, pero que Diana sabía todo lo que la detestaban, porque las había
escuchado en más de una oportunidad hablar con tal virulencia a sus espaldas
que se imaginó a sí misma como un triste pollo siendo preparado para la cena
por las dos brujas en el tenebroso bosque.
Así
fue su vida hasta que, al cumplir once años, descubrió una cláusula especial en
el testamento de sus padres que estipulaba que si ella demostraba ser una
persona organizada e independiente lograría independencia de sus familiares
eligiendo para la administración de sus finanzas a una persona de su confianza.
De este modo se entrevistó con muchos abogados a quienes trató de conocer para
tomar la mejor decisión, hasta que por fin encontró a un señor de avanzada edad
que le inspiraba gran confianza y se decidió por él, quien la asesoró en todo.
Lo primero que tuvo que hacer fue demostrar total independencia. De este modo
llegó al pueblo donde conoció a la familia Knight, camuflada como una muchacha
humilde que vivía en una pensión. Trabajó muy duro y logró obtener una beca
para asistir a una universidad a un curso de verano. Aquel hecho era suficiente
para demostrar su independencia y total dominio de sus actos, lo mismo que su
madurez. De esa manera logró deshacerse de su tía y el fideicomiso de su
fortuna pasó a sus manos y la administración del anciano abogado, quien fue su
principal apoyo para lograr la independencia total cuando cumplió la mayoría de
edad. Después de todo, sus padres sí la habían amado y habían pensado en ella
tanto como en ellos mismos, demostrándole más allá de la muerte que confiaban
en ella, pero eso lo comprendió pasados muchos años, cuando pudo considerarse una
mujer madura. Momento en que le costaba entender cómo fue que siendo tan niña
demostrara tal coraje para conseguir sus propósitos de independencia y
libertad.
Jordan
junto a su hermano habían recurrido al colegio para averiguar dónde había sido
becada Diana, pero no habían antecedentes a su disposición. Todo había sido
borrado misteriosamente. Ciertamente el director recordaba la universidad y los
chicos fueron a buscarla, pero no obtuvieron ninguna información, porque Diana
nunca se matriculó en ella. Eso sucedió porque Diana nunca fue Diana Elster
sino Diana Franzani, la hija única de unos acaudalados inmigrantes italianos.
Además, sus estudios fueron realizados fuera del país. Esa fue su decisión.
Alejarse lo más posible de todo lo que le recordara a su pasado. Hasta ese
minuto ella siempre estaba huyendo de su pasado. Y continuaría haciéndolo por
muchos años más.
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